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1 de Marzo de 2014
Crecida histórica - Crónica desde uno de nuestros barrios castigados
La inundación desde adentro
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Los Bomberos Voluntarios ayudando en la evacuación de vecinos, en una fotografía tomada por el autor desde la puerta de su casa
Escribe:
Sergio Vaudagnotto
 
 
La inundación es un mar de lágrimas, donde confluye la angustia que le genera la impotencia a Juan, a José, a Natalia, a Claudia, a Synnara, a Sonia, a Ariel, a Lucy, a Cheru, a Lidia, a la señora de Sánchez, a un matrimonio también de apellido Sánchez… a todos. Baja por una calle la inundación, choca en la esquina con el despiadado torrente que viene por la otra y finalmente hace lo que quiere. Es ingobernable. ¿Viste que en momentos determinados de la vida no podés detener las lágrimas? Bueno, con la inundación pasa lo mismo: tampoco se puede frenar. La noche anterior vos vas a ver el cauce y, por las dudas, les das una mano con las bolsas de arena a los vecinos de la ribera, como Ivonne y Juan, por ejemplo. Algún otro te pide ayuda para elevar la heladera, el lavarropas, siempre por las dudas. Pero a las cuatro de la mañana te despiertan los altavoces de los Bomberos. Te advierten que llega la creciente y tenés que decidir en un momento, antes de estar despierto. Se van las mujeres, se van los niños, se quedan algunos hombres porque hasta acá difícilmente llegue el agua. Dicen que viene un pico de creciente a eso de las seis. Amanece y, efectivamente, llega. Pasa, pero se queda. Es decir, el nivel agua no baja. Supera la altura del cordón, pero no alcanza a tapar la vereda. Entonces viene un tractor de la Muni tirando de un acoplado cargado de bolsas de arena y vos retirás unas cuantas y tapás las puertas, porque parece que entre las 12 y las 14 viene otro pico de creciente. Pasa un helicóptero. Efectivamente, viene otro pico de agua que pasa furiosa, pero se queda. La odiosa y exasperante “masa líquida” te está diciendo que quiere entrar. Los queridos bomberos transitan por la puerta de tu casa evacuando personas y animalitos. Una mujer abraza su jaula. Vos das las gracias y decís que te quedás, que todo va a andar bien, que te está acompañando un amigo de primera. Después les pedís a los tuyos, que esperan en la ruta, que conserven la calma, que la casa está a salvo. Pasan dos policías de la montada, te dejan agua mineral. Y te dicen que ojo con los alacranes, las víboras y las arañas. Gracias. Te vas al patio con la pala a buscar tierra para asegurar las bolsas de arena, por las dudas. Un viaje, otro viaje, otro más… y en eso descubrís que por el alambrado del fondo entra agua, mucha. Comprendés que en pocos minutos el patio será una laguna y entonces llevás tierra para asegurar también las bolsas de la cocina. Cuando vas al frente, Lucy te grita que por radio anunciaron que van a dinamitar la ruta. Qué alivio. Pasa el helicóptero. José te grita al rato que ya dinamitaron, pero que el nivel no baja porque justo llegaba otro pico de creciente. Tus familiares te llaman por enésima vez y te preguntan y te dicen que en la ruta está todo muy bien organizado, con frazadas, café, mate cocido, médico y psicólogo para los más afectados emocionalmente; y que por qué mejor no te vas para allá. No, no, tranquilos, vamos a andar bien. Entrás por una ventana a la casa para ver que todo está en orden y en la pieza de tu hijo observás que el agua filtra por las juntas de las baldosas. Corrés y volvés rápido con una toalla y un balde. Mojás y escurrís, mojás y escurrís, mojás y escurrís. Tu amigo te imita. Llenás el balde y vas corriendo a la puerta de calle a tirarlo y cuando regresás, te parece al pasar que sale agua por el baño. No se ve bien, porque cortaron al luz por cuestiones de seguridad. Pero sí. Puteás. Llorás un rato, pero bueno, dicen que va a bajar, que tiene que bajar. Llama tu hermano desde la otra punta del país, llaman conocidos desde otros puntos, lo ven por la tele y quieren saber y te ofrecen bombas de agua y hasta el corazón. Gracias, mil gracias. Atardece y tiene que bajar. Anochece y tiene que bajar. Aunque te cuesta hacerlo, vas comprendiendo que no podés hacer nada allí. No sos nadie allí. El agua manda. Viene la noche. Te vas con el último empujón de los Bomberos y Defensa Civil. Vas en el acoplado tirado por un tractor, con otros iguales a vos. Te reciben los funcionarios, te dan una frazada, algo caliente. Los tuyos te abrigan más. 
En 2009, decenas de vecinos de Villa María y Villa Nueva fuimos en dos ocasiones a Tartagal a dar una mano tras el desastre de los aludes de barro. Ahora me doy cuenta de que era imposible comprender acabadamente lo que les pasaba por dentro a aquellas personas a las que ayudábamos y nos agradecían en llanto. Algo inundaba su interior.
Amanece y estás de nuevo allí. Y el agua también. Nunca se fue. Nunca bajó. En la ruta sigue todo bien organizado y te llevan a ver tu casa, si querés. ¿Querés? No sé, no sé. En este momento necesito desahogarme. Escribir. Contar de alguna manera todo esto que nos duele. Después veremos entre todos cómo sigue la cosa, cómo salimos a flote. Después seguramente preguntaremos quién o quiénes son los “profesionales” de hidráulica de la provincia que manejan de esta manera el dique “compensador” de Piedras Moras. 
Ahora regreso a mi lugar, en la banquina de la 158. Y ustedes sabrán comprender las imperfecciones de este apurado relato. Hagan de cuenta que el papel está mojado.

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