"¿Por qué yo, por qué a mí, por qué este honor?”, pregunta insistentemente Puqui Charras cuando le digo que vengo a entrevistarla para el Día Internacional de la Mujer. “¿Por qué yo, si hay tantas mujeres mucho más valiosas? ¿Por qué yo si hay quienes han dado tanto? Si hay otras que… ¿Por qué yo?”, me vuelve a preguntar. “Porque fuiste una de las primeras artistas de la ciudad en tiempos en que para las mujeres todo era difícil y el arte, aún más difícil que todo. Porque te separaste muy jovencita con un hijo y lo criaste sola. Porque jamás renunciaste a tu condición de madre y menos a tu condición de trabajadora. Porque te ibas en bici con tu guardapolvo rosa todas las mañanas al Policlínico Ferroviario y los sábados te prestaban un vestido para viajar a Buenos Aires y ver a tu novio. Porque te sentías -me lo dijiste una vez- como La Cenicienta, para la que el tren se volvía carroza y tu novio escritor un príncipe azul. Y porque al fin y al cabo, Puqui, esta nota pretende hablar de esa mujer ideal que vive en la mujer real, de la construcción de la mujer soñada por las manos cansadas de la mujer que trabaja, y sobre todo de la mujer que independientemente de su condición no deja de brindarse a los demás. Y porque a pesar de todos los sueños de Cenicienta, esa mujer (y ése es tu caso) jamás se olvida de su barrio y de su gente y vuelve allí a vivir humildemente y entre los suyos para siempre. Por todo eso es que te elegí a vos, Puqui. Por todo eso…”.
Pero ya no estoy seguro de haberle dicho todo esto a esa señora que me abrió la puerta y que más que una señora es un aura femenina de pura luz constante. Pero acaso se lo estoy diciendo ahora mientras lo escribo; porque lamentablemente no tengo facilidad de palabra ante las mujeres y menos ante una “mujer total” como ella. No. Ahora estoy seguro de que no le dije todo esto a Puqui Charras; que le di otras razones más formales, como que alguna vez antologó a poetas mujeres o como que de alguna manera se volvió un referente de la condición femenina. Pero ésas son vagas excusas que nunca importan en el corazón de un hombre. Porque cuando estamos ante mujeres totales de luz, los hombres nos movemos por impulsos desmedidos; como pobres poetas románticos sin ningún talento.
Entonces ella, Puqui, acaso mucho más emocionada por lo que quiero decirle que por lo que finalmente le termino diciendo, me hace pasar a su casa de toda la vida en barrio Almirante Brown comprada por su padre, un trabajador del Molino Fénix, en 1938. Y me ofrece un café que de momento no acepto debido a la impaciencia. Y aunque me dice que está segura de no serme de mucha utilidad en el reportaje, empezamos. Y durante media hora, Puqui volverá a ser todas las mujeres que habitan en ella: la madre veinteañera, la trabajadora en bicicleta, la joven actriz exalumna del Colegio Nacional, la encargada del Fondo Nacional de las Artes en Villa María, la presentadora todoterreno de la SADE local, la novia de Ulyses Petit de Murat, la amiga que llevó del brazo a Borges hasta su casa y le pidió que viniera a Villa María. Pero sobre todas las cosas será la mujer que siempre sonríe. Acaso porque entendió con cada célula de su alma y de su biología que la condición de mujer es una celebración permanente, acaso la más alucinante a la que un hombre pueda asistir en su paso fugaz por este universo.
La mujer como artista: doña Ramona Micaela Sánchez
-La primera pregunta es la más obvia, Puqui, ¿qué significa para vos el Día Internacional de la Mujer?
-Es una jornada simbólica de reivindicación de derechos para ocupar un lugar en la comunidad. Se recuerda el 8 de marzo de 1906, cuando 129 obreras de la fábrica textil Cotton (USA) murieron en sus puestos de trabajo reclamando una jornada laboral de 8 horas; ante oídos sordos que incendiaron la fábrica antes de atender razones. Habría que decirlo así porque de otra manera sería falsearlo. Pero me parece que también debería haber un día del hombre, hay hombres que han sufrido tanto, como por ejemplo Manuel Belgrano…
-¿Y la mujer actual? ¿Cómo la ves?
-Ha ganado terreno en todo. Antes estaba muy limitada a la casa y de alguna manera le estaba prohibido el arte o los cargos. Ahora, en cambio, la mujer ocupa altos cargos políticos o empresariales y lo hace muy bien. Y si no, mirá en la Universidad a Cecilia Conci…
-¿Y la mujer artista?
-Cuando era chica, yo siempre decía que quería ser artista. Pero todos me decían que no, que eligiera otra cosa porque ser artista era ser una mala persona. Ja ja… ¡Ese era el juicio que se tenía por aquel entonces! En cambio ahora, yo admiro a los artistas en todos los órdenes. Hasta incluso a los educadores, que tienen mucho de artistas. Hay mujeres solidarias que trabajan en silencio y que son artistas también; porque se brindan de una manera tan generosa y desinteresada como un artista profundo lo hace con su obra. Yo tuve un ejemplo muy hermoso cuando era chica. Se llamaba Ramona Micaela Sánchez.
-¿Y quién era?
-Una señora que vivía en barrio La Calera, donde yo nací. Ella se dedicaba a visitar a los enfermos y ayudar sus familias. Le querían pagar pero no aceptaba. Decía “me está pagando Dios que me permite hacer esto por ustedes”. Doña Ramona lavaba la ropa y los platos de las familias o curaba las heridas de los postrados. Y esto nunca se supo más que en el barrio. Tuve la suerte de conocerla cuando nos ayudó a cuidar a mi abuelo y me quedó en el recuerdo para siempre.
-Intentaste la poesía y el teatro en los años 50, ¿cómo era en esos tiempos?
-Las poetas y las actrices estaban muy mal vistas. Por ejemplo, Alfonsina Storni era muy criticada y dejada de lado. Los medios hablaban de Arturo Capdevila o de Leopoldo Lugones, pero nunca la citaban a ella. Era más importante “el poeta” que “la poeta”.
-¿Y acá en Villa María?
-Era lo mismo. Te doy el ejemplo de Dolly Pagani. Ella hace de los años 60 que escribe, pero nunca fue todo lo reconocida como su obra lo merece. Y en aquellos tiempos tampoco. Se hablaba de los poemas de Horacio Roqué o de los ensayos del doctor Julio Nóbrega Lascano, pero no de su obra. Estaba como a menos. Pero eso empezó a cambiar y la mujer tomó protagonismo en la escritura.
-¿Cuándo se produjo ese cambio?
-Fue con Rosa Tejeda Vázquez de Theaux. Ella fue la primera presidenta de la SADE y empezó a darle mucho empuje a las poetas. Ella la consideró muy mucho a Olga Fernández Núñez de Olcelli, a Dolly, a Marta Colasanti, a Nora Sánchez. Creo que tenemos mucho que agradecerle a Rosita. Incluso yo le debo tanto, como la escritora que nunca fui…
-¿Cómo que nunca fuiste escritora?
-Siempre me encantó escribir y de hecho lo hago siempre, pero nunca me consideré escritora. Cuando hace poco me llamaron de Eduvim para prologar a siete poetas muertos que yo eligiera, me sentí por primera vez que era algo parecido a una escritora. Soy muy vergonzosa con lo que hago. Me parece que no es poesía, que son sólo pensamientos, textos sin valor. Pero de todos modos en eso me inició Rosita de muy chica, cuando iba a segundo grado.
-Entonces, ¿fuiste poeta en segundo grado?
-Algo así (risas). Resulta que Rosita era directora de la Escuela del Paraguay, donde yo iba. Y nos hacía escribir a todos. Después nos publicaba en la revista “Inquietud”, que ella dirigía, y no le importaba si éramos varones o mujeres, bastaba con que estuviera bien escrito. Y en esa revista hice mi debut (risas).
-¿Y qué escribiste?
-Una especie de poema, como un retrato de La Cenicienta. Todavía debo tener el cuaderno por ahí. Me acuerdo que decía “Era pobre pero honrada. No tenía ropa porque nadie le compraba. Era huérfana…”. ¡Un espanto! ¡Mirá que si querés, sigo, porque me lo acuerdo de memoria!
-¿Y qué pasó con tu carrera poética?
-Que algunas personas me decían que lo que yo escribía no servía y me desmoralicé. Escribo textos en los diarios, presentaciones de libros y cosas críticas. Pero a lo mío no me animo a mostrarlo. Empecé a pensar que lo fuerte en mí era el teatro, que podía dirigir o representar una obra, pero no escribir. A eso lo dejo para Dolly o Edith… (risas).
-De hecho fuiste contemporánea de Edith Vera. ¿Qué me podés decir de ella?
-Creo que a Edith no le dábamos el valor que realmente tenía. Ella fue reconocida posteriormente. Al mismo tiempo, tuvo la suerte de haber salido en los diccionarios de Buenos Aires, lo que no pasaba con las otras chicas.
-¿Y por qué crees que no la valoraban?
-Tal vez porque era más recluida y silenciosa. En un momento, estuvo exiliada por los militares y entonces por temor, mucha gente no la llamaba ni la invitaba a la casa para no meterse en un lío. Pero sus poemas para chicos siguen siendo fabulosos; con tanta sensibilidad, con rima y ritmo, pura música.
El nacimiento de una actriz en los años 50
-Entonces colgaste la pluma y agarraste la máscara. ¿Cómo empezás con el teatro?
-Fue en el Colegio Nacional y por iniciativa del doctor Carranza Llanos, que llamó a los exalumnos para armar el elenco. Yo tenía 22 años y me acababa de separar, tenía un hijo chiquito, pero sentí que tenía que cumplir mi sueño de ser actriz. Y que ese sueño iba más allá de mi rol de madre.
-¿Y cómo fue tomar esa decisión?
-Muy duro, porque había muchas críticas de la gente. Yo me separé porque mi marido era un golpeador y me iba a matar si me quedaba con él. En ese tiempo, cuando firmabas la libreta, te quedabas para siempre con tu esposo. Pero yo no me resignaba a eso. Así que volví a la casa de mi padre y algunos me cerraron sus puertas. Por suerte, el Nacional me las abrió con mucho amor.
-Y empezaron las obras…
-A las primeras las dirigía Jorge Mazzucco, Margarita Pinardi y Pilar Monesterolo. Todo a pedido del doctor Carranza Llanos. En el año 61 ganamos un premio en Río Tercero como mejor actuación de la provincia y eso nos agrandó un poquito. Habíamos hecho “El zoológico de Cristal”, de Tenesee Williams, y yo era Amanda Winfield. Después don Horacio Roqué, de la SADE, me pide que dirija.
-Además de directora de teatro, fuiste escritora en la SADE…
-Sí, porque en el 67 gané un segundo premio por escribir la “Historia del Banco de la Nación”, y me pusieron como socia activa. Mi hermano, que trabajó 44 años ahí, fue mi biógrafo.
-¿Tu libro está publicado?
-No, pero tengo los originales. Quizás se podría publicar modernizándole algunas cosas. A lo mejor puede interesar a la gente, ¿no?
-¿Cuándo fue la última vez que actuaste en una obra de teatro?
-En Buenos Aires y gracias a mi preciosa relación con Ulyses Petit de Murat, que me consiguió becas con los directores más importantes del momento. Allá hice un papel en “El deseo bajo los olmos”, de Eugen O´Neill. Esa fue mi última vez, en el año 72. Después colaboré con Marta Manzutti en el Teatro “La Panadería” o me dediqué a presentar libros. Ahora, por ejemplo, estoy trabajando en la presentación de “Dios nos habla a través de los sueños”, de Richard Zandrino.
-¿Es tu actividad extra?
-Digamos que sí. No gano mucha plata como jubilada y me tengo que desdoblar con otros trabajos. A lo mejor podría alquilarme un departamento más chico para ahorrar. Eso me dicen. Pero no quiero dejar esta casa de mi padre y la mía de toda la vida. Igual, creo que no me puedo quejar. Al fin y al cabo, en buena parte de mis años viví como soñé, como La Cenicienta.
Entonces le digo a Puqui que acaso su poema de segundo grado haya sido premonitorio; una suerte de fabuloso presagio en versos. Y ella, súbitamente sorprendida y con una nueva luz en los ojos, me dice “¡¿Vos sabés que sí?! ¡¿Vos sabés que nunca antes lo había pensado?!”.
Y entonces cuando llega la hora de la foto, Puqui me muestra su patio, que es su orgullo. Allí, entre sus plantas quiere que hagamos esta foto. Saco la primera y le digo que tiene mucha luz, que la repitamos, que deberíamos ir más hacia la sombra. “No importa, si no está tan mal, sacala así nomás”. Y yo creo que tiene razón, que no hay mucho que hacer. Porque en los interiores o “bajo los olmos” el aura de esta mujer no dejará de resplandecer, de emitir ese brillo sin edad que sólo da la luz interior.
Iván Wielikosielek