El sacerdote colombiano Juan Carlos Velásquez Rúa estuvo ayer en Villa María hablando sobre la realidad de Medellín, su ciudad, donde trata de sembrar paz entre bandas divididas por la lucha territorial.
En diálogo con la prensa, el “padre Juan”, como lo llaman en Colombia, dijo que trabaja en tres niveles: “Uno, nacional, que consiste en mediar entre sectores para establecer diálogos de paz. El otro, es más a nivel regional, con los jefes de los ‘combos’ o pandillas; y el tercero, en el ámbito parroquial, con jóvenes en rehabilitación”, dijo.
Al hacer referencia a las semejanzas entre su país y Argentina, dijo que toda Latinoamérica está atravesada por el narcotráfico. “Varían los fenómenos según los tiempos, la cultura, el territorio. Pero hay que saber que la mafia o fenómeno narco es una organización multinacional con crímenes locales. En ese punto, puedo decir que hay semejanzas con el modus operandi de los tipos que se montan en una moto con un arma de corto alcance para atacar a otro. Ese fenómeno lo vivimos hace 20 años en Medellín, con los sicarios. Por eso digo que es en parte igual y en parte no lo que viven ustedes”, expresó.
A la hora de referirse a las razones por las que el narcotráfico penetra en la sociedad, Velásquez Rúa dijo que “el abandono y la exclusión” abonan el terreno para que esos sectores puedan ser seducidos por cualquier tipo de propuesta delictiva.
“Hemos fallado todos, no sólo los gobiernos. Los medios, la Iglesia, las empresas privadas. Sobre todo, en una América Latina que crece económicamente todos los días, pero va generando cada vez más diferencias, con pobres más pobres y ricos más ricos”.
Entiende que pese a todo, hay esperanzas. “Siempre y cuando nos juntemos todos, trabajando en programas integrales con los jóvenes que están en las pandillas y también con los otros”, expresó.
La tierra del “patrón del mal”
Ni su carné de cura le hace “zafar” del control en aeropuertos para verificar que no lleve en su cuerpo cocaína. Con el sólo hecho de mencionar que viene de Medellín, el sacerdote, como sus conciudadanos, llevan el estigma de provenir de la tierra de uno de los “narcos” más famosos: Pablo Escobar Gaviria.
“Lamento mucho que la serie ‘El patrón del mal’ haga ver como un héroe a quien hizo tanto daño”, dijo, en alusión al programa que actualmente se emite en la TV Argentina y que habla de la vida del jefe del cartel de Medellín y que fuera asesinado en 1993.
En base a su experiencia, habló de lo que significó Escobar para su pueblo. “Al comienzo, lo veíamos como una historia rosa. Empezó la prosperidad en Medellín, las viejas casas coloniales pasaron a dar lugar a lujosos edificios; los coches de trabajadores eran los únicos que poblaban las calles y después empezaron a circular vehículos de alta gama, como los de las películas. Después vimos el daño que provocaba y que se manifestaba en esa sensación de que cuando salías de tu casa, no sabías si regresabas”, remarcó.
Paralelamente, por distintos movimientos migratorios, el 75% de la población se concentró en las ciudades y el resto en la zona rural, cuando antes era al revés.
“Como el desarrollo no fue planificado, no alcanzaban los servicios públicos, de salud, ni de educación. Y para colmo, los movimientos políticos no oficiales fueron exterminados de Colombia y en lo que hace a la Iglesia, coartaron al sector que se enrola en la Teología de la Liberación”, agregó.
Sin movimientos sociales que brindaran esperanzas, esa situación generó un inconformismo entre la población, que fue aprovechado por Escobar Gaviria.
“Todavía hoy se debate si es Pablo, el que pone bombas en la plaza; o Pablito, el que da el puntapié inicial en un torneo de fútbol para chicos”, manifestó.
Tras la muerte del narcotraficante, los sicarios empezaron a luchar por los territorios y sin el dinero que generaba Escobar Gaviria, incursionaron en el delito común. Esto generó una situación de inseguridad que fue el caldo de cultivo para la aparición de milicias urbanas que “cobran” por protección.
Hoy, la lucha es por territorios, que establecen “fronteras invisibles” donde se enseñorean micronarcotraficantes. “Pero las drogas no vienen solas. Están acompañadas de la venta de armas; de la prostitución, con mujeres que tienen ‘dueños’; del juego de azar, con la multiplicación en toda la ciudad de máquinas tragamonedas y de la extorsión que representa cobrar por seguridad”.
En ese territorio es que el “padre Juan” abre la puerta de su casa a bandidos, a jóvenes que buscan rehabilitarse, para que todos encuentren un lugar común que permita borrar del mapa esas fronteras invisibles que regaron a Medellín de la sangre de jóvenes.
