Le habrá ocurrido a cualquier hijo de vecino: en el medio del zapping, pasar por uno de esos canales de noticias internacionales, y al ver que dan el pronóstico del tiempo de todo el mundo, pensar: “¿Y a mí que carancho me importa que esté lloviendo en Kuala Lumpur?” Pues yo a esas gentes les digo que muy mal, que deberían reconsiderar esa actitud tan mezquina, arrepentirse de sus pecados y arrodillarse ante el Todopoderoso justo antes de que la tierra se abra y empiecen a llover pescados prendidos fuegos desde el cielo, Macri entre ellos.
¿Y por qué digo lo que digo? Porque estos pronósticos del tiempo corporizan una herramienta ideal para viajar con nuestras mentes. Gimnasia de la imaginación, nos trasladan oníricamente hacia los destinos que van apareciendo en el mapa, incrementando las ganas de moverse por ese espacio de forma geoide achatado en los polos repleto de maniáticos y conquistado por los yanquis, que es el planeta Tierra.
O por lo menos, así es como lo ve el viajero. Ser humano que se frota las manos (sin ni un solo callo ellas, porque jamás agarró una pala el gandul), al contemplar la pantalla y el pronóstico recorriendo los cinco continentes. “Soleado en Malawi, 30 grados”, informa una vos en off, y el viajero exclama: “Qué lindo estar recostado en una de sus playas, disfrutando de la cálida brisa de la Polinesia”. Después se da cuenta de que Malawi está en Africa, y que no tiene mar, y se retracta: “Qué lindo estar recostado en una de sus sabanas, y comerse un león”. Queda claro que el tipo es un pobre idiota.
Otro ejercicio recomendado es señalar los lugares donde uno ya estuvo, y revivir la maravillosa experiencia: “Fuertes tormentas de nieve en Estocolmo, 47 grados bajo cero, puesta del sol a las tres y media de la tarde”. Qué bajón.