Por Pepo Garay Especial para EL DIARIO
Gustavo y Adrián son del barrio Los Boulevares, en Córdoba capital, pero cada vez que la circunstancia los deja, se escapan a disfrutar las bondades de Potrero de Garay. Ahí están: cañas en mano, el auto con la radio prendida, el fuego esperando la carne. De frente, un espejo en azul con cerros a la cara, dique Los Molinos que le dicen ¿Qué más pueden pedir estos dos amigos, amantes de la pesca y la naturaleza? Nada, dicen, nada. Menos cuando el botín tiene forma de tres carpas inmensas, que muestran con orgullo. Le calculan unos seis o siete kilos por pieza. “Es un manjar”, aseguran. Al viajero se le hace agua la boca.
Y no sólo por pensar en las delicias recién saliditas de su hábitat: el contexto que marca esta parte del Valle de Paravachasca, lo puede. Hay una de pinares en los alrededores, una de faldas prolíficas en vegetación, cielo abierto y lago ancho y grande, que cualquiera quedaría conquistado. Poco hace falta para darse el gusto: viniendo desde Villa María con rumbo norte, tras atravesar el zigzagueo que la ruta le mete al dique y sus notables postales, el camino va a marcar dos opciones. La de la derecha lleva a Alta Gracia y Córdoba. La de la izquierda, al destino que hoy nos toca.
Una vez que se cruza el puente sobre el Río San Pedro, la sensación es de haber pateado el tablero. Lejos se ve la ruta provincial 5, transitada columna vertebral del turismo que conecta los valles de Paravachasca y Calamuchita. Ahora las que mandan son las viviendas dispersas a los costados de la ruta 271, tranquilaza, asfaltada y flamante ella. Un par de mercaditos y negocios de comida, que ven cómo les llega el mediodía sin mucho para contar, mientras el sol encanta. Suavecita la jornada, con el pueblo estirándose hasta que las vistas alcanzan el embalse, que se aprecia un poco más abajo.
Por el río y el lago
Antes viene bien pasear por esta aldea de mil y pocos habitantes, cuyas tierras habían sido asignadas a conquistadores españoles en el epílogo del Siglo XVI. Se ven casas importantes, algunas con algo de lujo, y paz entre las calles de tierra. No hay movimiento, pues queda claro que aquí se vive de las visitas del verano y los fines de semana. La gran parte del mapa muestra quintas y montones de cabañas y emprendimientos del tipo con acceso directo a las serranías.
Después, tomando nuevamente la ruta 271 (que conecta al sur con Los Reartes, en Calamuchita, y al norte con el Observatorio de Bosque Alegre, en las cercanías de Alta Gracia), y tras unos pocos kilómetros de paseo, se arriba a Golpe de Agua. Precioso el lugar, extraviado entre tenues colinas y el paso caudaloso del río Los Espinillos.
Ahora sí volvemos al dique. Esencia de Potrero de Garay, estacionado como quien no quiere la cosa. El acceso a sus costas, que desde arriba se adivina complejo, es mucho más sencillo de lo que se cree. Van deslizándose los cuerpos, hasta llegar a un prado de césped y entrada directa al lago. Una vez ahí, las opciones son diversas: popular resulta la práctica de deportes acuáticos, en especial el windsurf, el kitesurf (que se realiza con tablas conectadas a especies de paracaídas) y el kayak. La pesca, ya se dijo, es también un llamador (las figuras en ese sentido son las carpas y los pejerreyes), igual que el simple nadar o la pura contemplación.
Al otro lado, al este, se ve cómo los dos valles se fusionan, y el agua va a dar contra la montaña. Acá, en el patio del dique, la vida es más sabrosa. Gustavo y Adrián dan fe.