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23 de Marzo de 2014
A 38 años del golpe de Estado de 1976
Porque a la memoria de un pueblo no se le arden los libros jamás
Mañana a las 20 se inaugura la muestra “Ni acaso mil hogueras”, una reflexión sobre el terrorismo de Estado en la cultura nacional. Habrá una exposición de libros y discos prohibidos por la Junta Militar y un rincón-homenaje a la escritora villamariense Edith Vera
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La coordinadora del evento, Natalia Magrín, remarcó la importancia de repensar el concepto de “Patria” y ejercitar la tolerancia por ese “otro” diferente. La poeta local Edith Vera (1925-2003) será homenajeada en un rincón especial de la muestra

 

Ver una pila de libros ardiendo es un espectáculo tan estremecedor como asistir a la ejecución en una hoguera. Confieso que jamás estuve frente a ninguna de las dos ceremonias, pero al ver imágenes de fogatas literarias no las puedo comparar con otra cosa que la muerte de Juana de Arco. Y es que en nada se diferencia la quema de un libro de la quema de un hombre. Porque lo que se intenta en ambos casos es la desaparición absoluta de un ser y de una idea; la desintegración total de una biología y de una voluntad, la destrucción de un paso por la Tierra sin dejar huellas. ¡Vano propósito el de estos piromaníacos de la materia que nada saben del espíritu! ¿Acaso creyeron que podían hacer desaparecer “Las dos naranjas”, “Operación Masacre” o “La razón de mi vida” con llamas de apenas 451 grados farenheit? ¿Acaso no sabían que la temperatura de una voluntad y el fuego de una inspiración arden a temperaturas absolutamente incombustibles para los pobres decretos de la Tierra? ¿Nadie les dijo que la memoria no puede quemarse, que las pasiones no se consumen, que las almas no saben devenir cenizas en el mundo? Y ni aún los libros que han desaparecido han desaparecido para siempre porque todos han dejado su estela espiritual, su rastro en la impronta de los hombres. Siempre me pregunto qué pensarán esos “bibliocidas” argentinos 38 años después viendo las fabulosas ediciones de los títulos que no pudieron desaparecer ni acaso con mil hogueras. Y qué dirán cuando, postrados contra una ventana de esta ciudad, escuchan a esa nena que pasa diciendo un poema aprendido para la escuela; un puñado de versos como este: “…Hablábamos y hablábamos, / de viajes, de canciones/… de la increíble muerte/ que se llevó a un amigo/ diciéndole al oído: Tú no mueres,/la luz siempre retorna/ Hablábamos y hablábamos/ de amores de otros días/ andando por las calles de este pueblo/…” Y acaso el hombre sepa que estos versos fueron escritos por esa mujer a la que un día le allanó la casa, por esa mujer a la que un día le tiró los libros a la calle y le robó sus objetos, su libertad y algo de su cordura. Acaso lo sepa o acaso no. Pero sí sabrá que en este pueblo que ya no es más un pueblo, ella acaba de volver. Ella que no murió porque “la luz siempre retorna” mientras él se apaga como la vela de su próximo entierro. Ella que no se voló con sus versos porque la Tierra pasa pero las palabras hechas de espíritu no pasan. Y mientras él se apaga con recuerdos de violencia sin ninguna imagen de misericordia del pasado; y mientras la oscuridad es más lúgubre en los ojos de ese hombre que deviene en sombra sin ningún estado de gracia, en el nombre de Edith Vera vuelve a dar a luz la mañana. 
 
La Patria que no se ve existe como los libros que se queman
 
Natalia Magrín es villamariense, pero tras pasar una temporada de 13 años en Córdoba ha vuelto a radicarse en su ciudad natal. En ese interín que ocupa más de la tercera parte de su vida, se recibió de psicóloga, fue mamá y trabajó en el Archivo de la Memoria en la sección “Vidas para ser contadas”, una suerte de recordatorio cotidiano de los desaparecidos. Desde su llegada a Villa María, Natalia lleva adelante junto a un equipo de trabajo, la construcción de un “Acervo de Historia Oral Local”. Allí, junto a la historiadora Virginia Reyneri, el camarógrafo Mariano Paredes y la productora Renata Falchetto, entrevistan a personas que, sin ser referentes sociales, han construido su vida en ámbitos como la cultura, la educación, los partidos políticos, la diversidad sexual, la inmigración y el terrorismo de Estado. (Estos son, de momento, los seis ítems). Junto a ese equipo, la Secretaría de Prevención Comunitaria y Derechos Humanos, la Universidad Popular y la Biblioteca Municipal Mariano Moreno, han realizado esta muestra curada por Julieta Asensio y apoyada de manera inclaudicable por la directora de la Medioteca, Anabella Gill. 

-Esta muestra parece mucho más que una mera exhibición de libros, y casi que podría definirse como un llamado a la introspección la memoria…
-Claro, por eso es que los libros no van a quedar sólo en la vitrina sino que vamos a trabajar sobre ellos con alumnos de todos los niveles, incluso con estudiantes de magisterio, Historia y bibliotecarios de la región. Se trata de pensar también en los escritores que fueron secuestrados, desaparecidos o en el mejor de los casos obligados a exiliarse. Y al mismo tiempo, vamos a analizar los decretos que el poder represor mandaba a las escuelas y bibliotecas para censurar o prohibir determinadas obras literarias. 
 
-¿Cuáles eran esos argumentos? 
-En muchos decretos se repite “la peligrosidad hacia el ideario occidental y cristiano”.  Y con esas “razones” no sólo prohibían un libro sino que encarcelaban a una persona. Cuando te fijás en las actas de las comisarías, al lado de la foto y el nombre del detenido aparece el tipo de “delito”. Y ahí podés leer bastante seguido cosas como “Testigo de Jehová”, “Homosexual” o “Gitano”. ¿Qué era exactamente un subversivo para el Estado Terrorista? No se trataba sólo de un militante político o social, sino que hubo una persecuición sistemática a todo aquel “otro” diferente en lo religioso, lo cultural o la identidad de género; ese otro al que debemos respetar siempre.

-Y eso va en contra, paradójicamente, de lo cristiano que decían defender...
-Totalmente. Del mismo modo que iba en contra de lo cristiano la Inquisición o cualquier otro tipo de intolerancia.
 
-Cuando uno piensa en obras prohibidas, generalmente piensa en Marx o en libros “de” o “sobre” el “Che”. Pero hubo un montón de “literatura pura” que fue censurada, incluso libros para chicos…
-Casi te diría que la literatura infantil fue uno de los sectores más atacados. “La torre de cubos”, de Laura Devetach, el “Dulce de leche” que era un libro de lectura o “El Principito”. Pero también los libros de matemática moderna por la “peligrosidad de la teoría de conjuntos”. Rara vez en el decreto de prohibición se encuentran “argumentos”, sólo mandatos doctrinarios.  

-¿En la muestra se hará un análisis de esos “mandatos”?
-Sí, porque los libros se van a exponer con su decreto de prohibición para trabajar con esas propias palabras y ver los significantes que eligían para argumentar una “desaparición”. Por ejemplo “La torre de cubos”, de Laura Devetach, estuvo prohibido “por ilimitada fantasía”. Entonces lo bueno será reflexionar acerca de “qué es lo peligroso de la fantasía ilimitada”, por ejemplo. 

-Sin embargo, la muestra llegará incluso hasta las estrategias de conservación de los títulos prohibidos…
-Sí. El inicio de la muestra va a ser en la vereda, con frases sobre lo que tuvo que hacer la gente frente al terror. Frases como “los quemé”, “los tiré”, “los rompí”. Pero al final habrá frases de lo que la gente inventó para preservarlos “los enterré en el patio”, “los forré con otras tapas”, “me los aprendí de memoria y los contaba a mis amigos”, “los escondí en bolsas de nailon en la mochila del inodoro”. Esto no fue más que un modo de continuar leyéndolos.

-Contame en qué va a consistir el homenaje a Edith Vera.
-La idea es trabajar con la obra de Edith en un rincón especialmente diseñado para ella. Cuando pienso en Edith Vera, no me la puedo imaginar sin una máquina de escribir en su escritorio. Así que además de una máquina habrá manuscritos de sus poemas, la posibilidad de ver su letra y sus bocetos, una copia mecanografiada por ella de “Las dos naranjas”, fotografías y muchos de sus libros sobre el escritorio para que cualquier persona pueda leerlos. Edith fue perseguida durante la dictadura, allanaron su casa, fue despedida del trabajo, pero no pudieron silenciar ni su obra ni su militancia, ya que fue una de las personas más importantes de la cultura villamariense.

-¿Qué autores van a estar presentes en las vitrinas?
-Juan Gelman, Pablo Neruda, Mario Benedetti, Rodolfo Walsh, Osvaldo Bayer, Griselda Gambaro, Osvaldo Soriano, Eva Perón, Arturo Jauretche, Mario Vargas Llosa, Haroldo Conti, Germán Oesterheld, Alvaro Yunque… ¡Muchísimos autores de esos libros que fueron quemados en cantidades industriales y no pudieron terminar de desaparecer! En Sarandí, por ejemplo, se quemó un millón y medio de ejemplares del Centro Editor de América Latina, y el 29 de abril de 1976 hubo una quema tremenda en La Perla, Córdoba. Las imágenes de Canal 12 cubriendo esa fogata van a estar en la muestra. 

-Esas fotos recuerdan a las quemas del nazismo…
-Los nazis quemaban libros de autores judíos como Thomas Mann, Marcel Proust o Sigmund Freud y los tildaban de “antipatrias”. Lo curioso era que así también llamaban a los escritores prohibidos los militares argentinos. Por eso es interesante cuando hacemos los talleres con los chicos preguntarles a ellos qué es la Patria o quiénes construyen el sentido final de esa palabra. Hay un poema dentro del libro “Dulce de leche” que se llama “La patria que no se ve”, y quizás sea la más profunda. 

-¿Y qué me podés decir del concepto de “Patria” de la Junta Militar?
-Que tuvo la particularidad de manejar un discurso mediante el cual construyeron a ese “otro” peligroso. Uno de los primeros elementos que utilizan es el de “desnacionalizar” para estigmatizar. Para ellos, el militante revolucionario es “apátrida”. Así lo nombran. También le decían “hijos del demonio” o “no merecedores de la sangre de Cristo”, frases que han sido pronunciadas por altos miembros de la Iglesia Católica y las Fuerzas Armadas. También la terminología epidemiológica como “peste” o “virus que vienen a contaminar con un ideario diferente”. Y claro, “marxista” o “extranjero”.  

-¿Los mismos militares que mandaban los chicos a pelear a Malvinas llamaban “apátridas” a otros?
-Sí, pero la paradoja es que esos militares no se formaron en el país sino en la Escuela de las Américas de Panamá, dirigida por norteamericanos. Luego fueron a Brasil a una cumbre de “lucha contra la subversión” donde se enseñaban métodos de tortura que los franceses habían aplicado contra los argelinos. Y uno de los métodos era la desaparición forzada de personas.

-Muchos piensan que las desapariciones era el triste “copyright” de los militares argentinos… 
-Pero no fue así. Fuera de eso, uno se pregunta por qué la desaparición de un cuerpo; si era sólo un elemento jurídico para ocultar pruebas de un asesinato o si había algo más. Y la respuesta es que sí, que había mucho más. Como el privar a alguien al derecho de un entierro y de tener una tumba, de ser nombrado y ser inscripto en la historia, que la familia pueda tener una despedida. Pero no pudieron borrar del registro a 30 mil personas y tampoco a 500 niños nacidos de esas personas en cautiverio. Aún nos quedan casi 400 por recuperar, pero ya van más de cien. Esta es otra de las luchas que de a poco se le está ganando al olvido.
  
 Iván Wielikosielek


 

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