Mientras las aguas del río Ctalamochita lentamente bajan su nivel y el curso fluvial retorna con nostalgia a su cauce “actual”, después de haberlo desbordado para regresar furtivamente a su “memoria geológica”, recurrimos a la Historia para considerar el presente y lo que puede devenir el futuro.
Por estos días, seguramente, el curso hídrico volverá a la quietud no sin antes haber dejado en su aventura por los “recuerdos”, pérdidas materiales, angustias humanas –no vidas, por suerte- y muchos interrogantes.
Incertidumbres que pueden dejar de serlo si miramos hacia atrás y en torno nuestro. Hacia atrás encontraremos inundaciones realmente devastadoras, mucho peores que la que en vilo mantuvo a la población hasta ayer nomás.
Estamos hablando de desbordes del río que en Villa María llegaron hasta proximidades de la estación ferroviaria y de inundaciones que en Villa Nueva produjeron el éxodo total de la población. Catástrofes hídricas que dejaron muertos, no pocos, e infraestructura urbana irrecuperable.
Animal de agua
Cuando se hincha de agua, la memoria geológica del río lo lleva, como si fuera un animal movido por el instinto, a buscar las tierras por donde antaño corría a sus anchas. Ese instinto lo remonta a lo primitivo: los paleocauces. El río Ctalamochita, de esto sabe y mucho. No sólo el arroyo San José, el Cabral y otros son antiguos cauces del Tercero (paleocauces). Si el buen observador echa su mirada en ciertas zonas rurales de nuestra región, encontrará muchísimos accidentes geográficos que perduran como memoria geológica del río.
Esos barrancos con aparentes cuevas de animales son los paleocauces del Ctalamochita; los antiguos brazos de un pulpo de agua que en tiempos pretéritos se movía a su antojo.
Hasta que el hombre lo encorsetó; comenzó a amoldarlo, a manipularlo, próximo a sus orillas construyó su hábitat sin prever que alguna vez el río volvería.
La gran inundación
Mientras en el mercado Colón, donde actualmente se encuentra la plaza Centenario, palpitaba la vida comunitaria, en 1891 tuvo lugar la mayor tragedia hídrica que recuerdan las ciudades de Villa María y Villa Nueva; de la que no quedaron exentos los pueblos de la región recostados sobre las riberas del Ctalamochita.
Fueron nueve días de terror que forjaron la templanza de dos pueblos que ya venían arrastrando dolores colectivos. El cólera había hecho estragos entre la población en años recientes, reduciendo la cantidad de habitantes y ahora las embravecidas aguas del Ctalamochita arrasaban con las viviendas, con los árboles que conformaban la fisonomía vegetal de las villas y con las construcciones símbolos del progreso, como los rieles del tranvía y las líneas de teléfono que las comunicaban entre sí.
Cuando por esta región de la provincia de Córdoba se habla de tragedias naturales habitualmente se recuerda al tornado de 1928, pero aquel diciembre de 1891 también pasó a la historia con su imborrable sino de tragedia. Además, marcó un punto de inflexión en la evolución histórica de Villa Nueva y el definitivo desequilibrio en la relación de protagonismo entre esta localidad y Villa María. Ya nadie vive para contarlo, pero parte de lo ocurrido quedó escrito en una publicación de la época.
El mismo río que aquí motivó el asiento de poblaciones indígenas y que fuera también el hilo conductor que trajo a estas tierras a los primeros europeos que entraron en suelo argentino; el río noble, surtidor de vida y trazante del mapa humano original de esta región, al iniciarse la última década del Siglo XIX con sus lenguas líquidas infectó de muerte y desolación a las mismas comarcas que desde el fondo de los tiempos arrullaba con su paso cadencioso.
No sería la primera vez que el Ctalamochita se desmadraba sin control, pero sí la que plasmaría en las retinas de la historia imágenes irrepetibles.
El verano de 1891 comenzaba a trajinar por el calendario. Eran las primeras horas del 21 de diciembre, día lunes. Villa Nueva dormía su sueño comarcal y tradicionalista. Del otro lado del río, la Villa María laica y progresista hacía lo mismo. De pronto, un hombre de campo cuya casa se encontraba en una elevación del terreno próxima al río y con una visión privilegiada de la zona circundante escuchó a lo lejos los ronquidos agoreros de las aguas. Llegó cabalgando a Villa Nueva y entró al pueblo gritando a toda voz la noticia: ¡Se viene la inundación!
Las campanas de la iglesia comenzaron a batirse con urgencia. Era un estremecedor sonido que en la noche silenciosa se multiplicaba hasta cruzar el río y repetirse en Villa María. Los vecinos del templo saltaron de sus lechos y corrieron a enterarse de lo que ocurría. De inmediato todo el pueblo estaba en pie y entre el desconcierto y el pánico reinantes comenzaron los aprestos para salvar vidas y bienes, en ese orden.
Lo mismo ocurrió en la banda norte del río. Aún no estaba erigido el templo parroquial, pero el tañido de las campanas villanovenses alertó a algunos vecinos de Villa María y pronto la población se enteró de lo que estaba por acontecer. En el pueblo fundado por Ocampo la desesperación no cundió como en el otro lado del río, ya que era sabido que la creciente se desplazaba primero hacia la costa sur del cauce fluvial y, proporcionalmente, mientras en Villa María las aguas alcanzaban treinta centímetros, en Villa Nueva llegaban a un metro y medio. Fue en esta última localidad, a la sazón devastada por la inundación, donde comenzaron los movimientos de emergencia.
Eran tiempos en los que no existían planes previstos para contingencias catastróficas; sólo se actuaba por instinto, pero con coraje y arrojo decidido. Hacía tiempo que se había emplazado un terraplén con el propósito de detener el ímpetu del río y ese era el punto al que había que proteger de la natural agresión. Su vulnerabilidad significaría el desmadre fluvial. Por allí vendría la tragedia y hacia ese lugar marcharon, decididos a darle batalla al río, el intendente Ignacio Carballo, el jefe político departamental Macario Casas y el cura del pueblo Pedro Taulaigo, seguidos por casi un centenar de hombre muñidos de palas, picos, azadas, carretillas y todo tipo de elementos útiles para la contención. Pero el esfuerzo humano fue en vano. El Ctalamochita irascible pujó hacia afuera de su cauce hasta liberar su historia geológica. Fin de la primera parte.
Rubén Rüedi