Por Pepo Garay Especial para EL DIARIO
De Villa Unión, en los alrededores del Parque Nacional Talampaya, hasta Chilecito, hay 110 kilómetros. Pero son tan bonitos todos y cada uno de ellos, que las dos horas que demanda el recorrido se pasan volando. Ocurre siempre, cada vez que la ruta 40 anda en el medio. Como ahora, en las cercanías de los Andes, pleno corazón de la provincia de La Rioja, donde la carretera más larga del país se dispone a atravesar la Cuesta de Miranda, y deleitar al viajero.
La aventura arranca en este pueblo dormilón de pasado indígena, hoy dominado por mestizos. Villa Unión ya muestra beldades de la precordillera, del Valle del Río Bermejo y un pequeño embalse que descansa en el patio. Lo visitan fundamentalmente quienes vienen del Talampaya o del también vecino Valle de La Luna (San Juan). La brújula marca el este y hacia allá vamos en búsqueda de la tierra y del subir.
Tras un poco de planicie, surge lo bueno: el camino se vuelve travieso, le encanta juguetear entre tenues colinas de tierra rojiza, anaranjada y marrón, y unos cardones grandotes y hermosos, íconos de estas latitudes. Algo de surreal hay en el ambiente, porque el tráfico es mínimo y la senda deja lugar a perspectivas amplias. La sensación es estar en uno de esos circuitos de desierto mexicano que los videojuegos nos mostraban al manejar el auto desde atrás. Raro y espectacular el zigzagueo, cantan las montañas de frente y allende, y hasta algún burro se aprecia por la ventanilla.
Con todo, lo mejor se viene con el trepar del coche por las Sierras de Famatina. A no preocuparse los más previsores: buena parte de la ruta está asfaltada y no hay mayores peligros. El único temor puede venir luego de que los paredones que encierran por tramos, se abran completamente, y dejen lugar a las increíbles postales que arroja la Cuesta de Miranda y sus precipicios. Notable lo que hay para ver: una quebrada que es una pintura, con las sierras de Sañogasta al sur, los colores ya mencionados, y mechones de verde cortesía de una vegetación muy bien adaptada a la aridez del clima (el cactus de referente, claro). Los 2.000 metros de altura en los que estamos parados ayudan a contemplar todo lo espléndido del cañadón que va marcando el río Miranda, e incluso, muy a lo lejos, los muros naturales del Talampaya.
Historia y desenlace
La cuesta fue labrada entre los caprichos rocosos de las sierras allá por la década del 20. No es la única anécdota que rescata su historia. Antes, en 1867, se desarrolló allí la Batalla de Cuesta de Miranda, que enfrentó a las fuerzas federales del Gobierno de Mitre con los ejércitos montoneros de Felipe Varela (el departamento donde se asienta la primera parte del trayecto, lleva el nombre de este caudillo). También por la zona, los siglos dejaron la huella de un camino que los incas realizaban para atravesar la montaña. De todo se entera el viajero y se permite sentirse orgulloso, sólo por estar.
Luego del trepidante descenso, de las curvas y contracurvas, de las tonalidades de la piedra y de las reflexiones del periplo, el arribo al llano lo trae Sañogasta. En el pueblo se disfrutan de los olivares y los viñedos, y por ende, de deliciosas aceitunas y buen tinto. Que más pedir, con Chilecito a la vuelta, el impresionante cerro Famatina (6.200 metros de altura) brillando de cerca y la Cuesta de Miranda cubriendo las espaldas.