Desde hace doce años lleva adelante el proyecto “Rayito de Esperanza” en Paraguay 429 de barrio Las Playas, una apuesta a la inclusión social. Liliana Costabello es licenciada en Trabajo Social, trabaja en el área de educación no formal de Cáritas y tiene una vasta trayectoria en el campo social. Ayer recibió a EL DIARIO para hablar de la escalada en la violencia urbana en algunos puntos de la Argentina.
- Como mujer que hace muchos años trabaja con niños, niñas y jóvenes en situación de vulnerabilidad, buscando fortalecerlos, acompañarlos, ¿qué sentís al conocer casos de linchamientos públicos en el país?
- “Pienso en cómo la crisis se fue acentuado y afectó el entretejido social. Evidentemente lo que está en situación caótica es el estado de derecho, en el que todos somos sujetos de derecho. Ante aquellos que no se ajustan a la normatividad de una organización social, no podemos determinar nosotros que ese tiene que ser su fin. Me pongo desde los dos espacios. Desde el haber sufrido un hecho de inseguridad y de ver la impotencia y el dolor que genera cuando algo de tu intimidad se ha puesto en peligro, pero también desde lo que me permite ver el estar trabajando durante tantos años con estos chicos, que me hace repreguntar cómo un joven de 16 años ya está terminando así. Cuando uno conoce su historia se encuentra con una terrible realidad, de que su vida no tiene ningún valor. Si la propia no tiene, menos puede tener la ajena. Crecieron con complicaciones con su identidad. Hay un enorme problema de identificarse con alguien. A nosotros nos compete ver qué estamos haciendo con ellos, que después están predeterminados en terminar en situación de delincuencia. Si desde la infancia ha sido golpeado, no escuchado, escasamente escolarizado, si de vez en cuando comió, si tuvo un abrazo de vez en cuando, tiene entonces una resistencia a convivir en sociedad.
Ojo con quienes somos los referentes de los niños. Ahí entramos todos.
Con los linchamientos hemos retrocedido cientos de años. Qué pasó con este desarrollo social que nos está devolviendo a cientos de años de la historia, en las que se resolvían las cuestiones sociales por la ley del más fuerte. En cada golpe que le pegaron al chico, descargaron probablemente toda su rabia. No pudieron verlo como un otro, diferente a mí, pero que en determinado momento podría haber sido yo. ¿Cuando propinaban el golpe, no se les cruzó el rostro de sus hijos? Hay que poder pensar que este chico en su historia personal puede haber atravesado situaciones tremendas. Con esto, no apruebo que el chico salga a robar, a disparar a una madre, a encañonar a una criatura. Trato de ver de qué forma la situación, lo cultural, lo económico, lo político, lo social, nos llevó a este cuadro y a analizar cómo salimos. La alternativa, desde mi juicio personal, es trabajar en lo que sea. Talleres de radio, de cooperativismo. Lo fundamental es que puedan tener uso de la palabra. Que puedan decir qué les pasa y que el adulto se tome el tiempo de oír. A veces como adultos nos sabemos todas. Bajamos las normas, las reglas, las sanciones, pero ¿en qué momento los escuchamos? Hay que permitirles que hablen, que describan los sufrimientos internos que tiene la infancia. Al niño hay que protegerlo pero también es sujeto de derechos. Hay valores éticos que necesitamos recuperar, el de ayuda mutua. Hoy no nos interesa el otro. Nadie pensó qué le pasó al que fue atacado. No para aprobarlo, sino para saber en qué parte hemos fallado en un sistema que los fue acorralando. Estoy convencida de que no tuvo el acceso a la oportunidad. Los juzguemos si han tenido acceso a todo y sin embargo escogieron ese camino, pero cuando han quedado sin oportunidades, no”.
- ¿Has notado cierto consenso social a estos ataques?
- “Sí. La gente depositó en cada golpe su insatisfacción, su miedo, su cansancio. ¿Pero por qué no revertimos esto y a esa inversión en golpes la transformamos en participación? En participar para lograr un cambio en la cuestión social. Muchos creen que el cambio es responsabilidad del otro. Se entiende que la dirigencia nos ha dado pésimos ejemplos, pero también tenemos que ser conscientes de que no fueron puestos a dedo. Alguien los eligió, hay que hacerse cargo.
Este no tener tiempo para poder mirar a los ojos al otro, la posibilidad de saludarte, abrazarte, nos ha roto los vínculos sociales. Me niego a pensar que es una crisis terminal, sí deberemos hacernos cargo, muchos, para recuperarnos. Los medios nos han golpeado fuerte, porque nos han dicho que se es exitoso si se tiene un gran vehículo, etcétera. Seguramente estos chicos apoyan la nariz en un comercio viendo el último teléfono que sale, con una Asignación Universal que ya no le resuelve la vida a nadie. Ni a parche llega. Se habla del laburo: ¿ustedes creen que con lo que ganan podrán comprar lo que quieren? Cuando uno ve en EL DIARIO los clasificados piden jóvenes con experiencias y títulos. Si sos joven, ¿cómo vas a tener experiencia? Queremos jóvenes incluidos, los hacemos cargo de su no inclusión pero cuando los llamamos a trabajar les pedimos un montón de cosas. Para tener experiencia, hay que darles la posibilidad.
Algunos de nosotros tenemos claro que queremos el auto, la computadora, la mesa. ¿El otro, no puede desear lo mismo que yo? En ese deseo, equivocan el camino. Están en barrios empobrecidos, comen de vez en cuando, con la droga tapándoles la cabeza, lo que les facilita un mundo mágico que les permite olvidar los dolores de sus historias. ¿Quién pensó en ellos antes? Nos toca venir peleando de abajo muy a contramano porque la gente sufre la inseguridad y el Estado nos ha dejado solos en muchas situaciones. Creo, por supuesto, que los vecinos están asustados pero equivocan el camino. No es en el golpe donde nos salvamos, sino en la unión con el otro, en parar la pelota y ver qué les pasa a estos jóvenes. Si no, salgamos a matar a todos.
- ¿Es el momento más crítico que has visto?
- En lo que tiene que ver con la violencia sí. Hace doce años que trabajamos y al iniciar teníamos una infancia en situación de vulnerabilidad alimentaria, bajo peso, desnutrición. Hoy aparecen otras cuestiones. Yo me pregunto: quién se atrevería darle trabajo a un joven que no terminó la secundaria, que tiene problemas de adicciones y de vínculos. ¿Quién tendría el coraje de aceptarlos y hacerse cargo de un joven, para lograr un jefe de familia y hombre de dignidad? Es costoso que los otros comprendan que estos otros, a los que vemos tan diferentes, pueden cambiar. Démosle la oportunidad de hacerlo.
- ¿Quiénes le tienden la mano a estos jóvenes?
- Hay mucha gente trabajando en barrios y con buena intención, pero hay una pequeña falencia: la individualidad. Cuesta el trabajo en red. Las organizaciones de base somos las que podemos recuperar los vínculos comunitarios.
- ¿Qué te cuentan los chicos? ¿Cuáles son sus sueños, frustraciones?
- Veo que compran lo que les venden los medios de comunicación. Quieren ser famosos. Hay que cambiar los valores éticos, hacer ver que uno puede lograr el desarrollo sin tener que andar en un cero kilómetro. Tiene que ver con un desarrollo interno. Es muy difícil pelearlo contra los modelos que venden los medios, los que a su vez venden lo que uno quiere comprar. Hay que recuperar los valores que hicieron historia en la construcción social. Recuperar el tejido que nos permitía salir a la calle y ofrecerle un mate al vecino. Son valores cotidianos y sencillos.
La infancia hoy no está atendida. El Estado local está en deuda. ¿Por qué el chico limpia vidrios? ¿Para convivir con sus pares?¿Por necesidad? ¿Por qué hay chicos en cortaderos de ladrillos, en quintas, niñas haciendo tareas domésticas y al cuidado de sus hermanos menores? ¿Cómo definimos al niño? En el Parlamento de los Niños no están todas las voces, no están los de los cortaderos, los que sufren el abandono de los adultos. Sobre ellos se necesita legislar.