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6 de Abril de 2014
Entrevista al abogado penalista Eduardo Rodríguez - Habla de la vida en la cárcel, los sentimientos de quienes delinquen, de la droga y reincidencia
“Si el preso ganara lo que cuesta mantenerlo en la cárcel, no robaría”
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Textual: “Ma­tan por­que su vi­da no va­le na­da, me­nos la del otro. Hay un des­pre­cio por la vi­da, que no se so­lu­cio­na me­tién­do­le pre­so”
El co­no­ci­do abo­ga­do pe­na­lis­ta Eduar­do “Ta­ti” Ro­drí­guez ase­gu­ró que “na­die na­ce de­lin­cuen­te”, sos­tu­vo que si ca­da pre­so con­ta­ra (mediante su trabajo) con el di­ne­ro que le cues­ta al Es­ta­do man­te­ner­lo pre­so la ma­yo­ría no de­lin­qui­ría, in­di­có que hay un des­pre­cio por la vi­da y con­de­nó los lin­cha­mien­tos. Fue a lo lar­go de una ex­ten­sa en­tre­vis­ta que con­ce­dió a EL DIA­RIO en su ca­sa, en la que el le­tra­do, que in­ter­vi­no en tras­cen­den­ta­les pro­ce­sos, re­fle­xio­nó so­bre los epi­so­dios con­tra su­pues­tos la­dro­nes y con­tes­tó pre­gun­tas so­bre la vi­da en la cár­cel y el mun­do de la de­lin­cuen­cia.
“El cli­ma ju­rí­di­co, po­lí­ti­co y so­cial es­tá sien­do uti­li­za­do por dos gran­des me­dios de co­mu­ni­ca­ción pa­ra ge­ne­rar una si­tua­ción de te­mor y de in­se­gu­ri­dad, que la hay, pe­ro que exa­ge­ran. Es­tán abor­dan­do el te­ma por el fi­nal, que es el Có­di­go Pe­nal, en lu­gar de ha­cer­lo des­de el prin­ci­pio, que es la in­clu­sión, la pre­ven­ción po­li­cial, la edu­ca­ción. Hay co­sas en la que los par­ti­cu­la­res te­ne­mos que co­la­bo­rar: po­ner re­jas, no es­pe­rar a que te pon­gan un po­li­cía en la puer­ta. Hoy los efec­ti­vos no al­can­zan pa­ra cu­brir el ope­ra­ti­vo ban­ca­rio. La ciu­dad o cual­quier lo­ca­li­dad de es­te ta­ma­ño tie­ne ho­ra­rios de in­se­gu­ri­dad más mar­ca­dos, co­mo du­ran­te la aper­tu­ra o cie­rre de ban­cos.
El Có­di­go Pe­nal es el ca­jón don­de vos jun­tás la fru­ta que ya se pa­só y se ca­yó de la plan­ta. Es lo que vie­ne a ser la fru­ta po­dri­da. La pre­ven­ción es te­ner diez o do­ce em­plea­dos en el cam­po que to­quen la fru­ta y la sa­quen cuan­do es­té lis­ta pa­ra ha­cer dul­ces. El Có­di­go Pe­nal no pre­vie­ne, san­cio­na al que vio­ló la nor­ma.
- ¿Y qué es lo que hay que ha­cer con la fru­ta pro­hi­bi­da?
- Tra­tar­la. Po­dés ha­cer dul­ce, ver de qué ma­ne­ra la apro­ve­chas pa­ra abo­no, pe­ro no ti­rar­la. Una co­sa es una man­za­na po­dri­da y otra un ser hu­ma­no que lle­gó a la quin­ta rein­ci­den­cia pe­ro que tie­ne ma­te­rial pa­ra trans­for­mar­se en la­bu­ran­te, en buen ti­po, pe­ro qui­zás la so­cie­dad no le dio la opor­tu­ni­dad. En to­da es­ta his­to­rie­ta, opi­na la gen­te que tie­ne con­tac­to con el de­lin­cuen­te. Los jue­ces lo ven en el jui­cio, el fis­cal dos ve­ces, la víc­ti­ma una so­la vez y no quie­re ver­lo más, pe­ro el abo­ga­do de­fen­sor es­tá ca­si to­dos los días, en­ton­ces co­no­cés mu­chas co­sas que te lle­van, no a jus­ti­fi­car, pe­ro sí a ver los por­qués. Los que co­me­ten de­li­tos no pue­den ser tra­ta­dos de la mis­ma ma­ne­ra, no es lo mis­mo el que ro­bó dos ve­ces que el que vio­ló tres. Esa si­tua­ción, que tam­bién es par­te de la re­so­cia­li­za­ción, es­tá fa­llan­do. Y no ex­plo­ta, al me­nos acá, por el gran es­fuer­zo de la gen­te del Ser­vi­cio Pe­ni­ten­cia­rio, que por ahí son elás­ti­cos en al­gu­nas co­sas y du­ras en otras, pe­ro si no es por ellos ya ten­dría que ha­ber ex­plo­ta­do.
- ¿So­lu­cio­na al­go en­du­re­cer pe­nas?
- En nin­gún país del mun­do tra­jo la so­lu­ción. La fa­mo­sa ma­no du­ra de Nue­va York no fue des­de el Có­di­go, si­no que tri­pli­ca­ron la can­ti­dad de po­li­cías en la ca­lle, con pa­tru­lle­ros que an­du­vie­sen, ser­vi­cios de com­pu­ta­do­ra.
- ¿Por qué de­lin­quen quie­nes de­lin­quen?
- Mu­chos de ellos se han cria­do en un am­bien­te que los lle­vó a con­si­de­rar que es un tra­ba­jo más, si­mi­lar a la pros­ti­tu­ción. Ha­ce fal­ta de­lin­quir una vez y que te va­ya bien pa­ra to­mar­lo co­mo tra­ba­jo, si en esa pri­me­ra op­ción le das una opor­tu­ni­dad de que se ga­ne la vi­da de otra ma­ne­ra, el 80% de los pi­bes que es­tán pre­sos no de­lin­qui­rían. La cár­cel es­tá lle­na de ellos. Hoy de­be cos­tar en­tre 7 mil y 8 mil pesos ca­da pre­so por mes. Al 90% le de­cís sa­lís a la­bu­rar por esa pla­ta y no rein­ci­den.
- ¿Por qué la cár­cel es­tá lle­na de pi­bes y po­bres? Los ri­cos no van pre­sos.
- Ar­gen­ti­na tie­ne una de­mo­cra­cia muy nue­va, que quie­re cre­cer rá­pi­da­men­te pa­ra equi­pa­rar­se a de­mo­cra­cias de ma­yor ex­pe­rien­cia. Es la pri­me­ra vez que se dan 31 años de de­mo­cra­cia inin­te­rrum­pi­da. Hay ins­ti­tu­cio­nes que se crea­ron en 1880, co­mo Tri­bu­na­les, el Con­gre­so en 1853, pe­ro fun­cio­nan bien ha­ce 31 años. Es­ta­dos Uni­dos a los 31 años de de­mo­cra­cia fun­cio­na­ba igual. Es­ta­mos vi­vien­do lo que vi­ve  una de­mo­cra­cia de es­te tiem­po. En el mé­to­do de prue­ba y error, ellos 400 años atrás qui­zás co­me­tie­ron los mis­mos erro­res. Cuan­do se pu­ri­fi­que y el que asu­ma un car­go po­lí­ti­co lo ha­ga por amor a la fun­ción y a ayu­dar a los otros y no pa­ra lle­nar­se los bol­si­llos, cam­bia­rá.
- Li­lia­na Cos­ta­be­llo, de un pro­yec­to co­mu­ni­ta­rio, sos­tie­ne que los que de­lin­quen sien­ten que sus vi­das no va­len y por eso no va­le la del otro.
- To­tal­men­te. Sin nin­gu­na du­da. La cau­sal más gra­ve que lle­va a la ju­ven­tud a la de­lin­cuen­cia es la no in­clu­sión. Con­tra­pues­to, ade­más, al es­te­reo­ti­po que te dan los gran­des me­dios de co­mu­ni­ca­ción: ellos, en la otra pun­ta, quie­ren lle­gar a la ima­gen que ven­den los me­dios. El sis­te­ma no los in­clu­ye si­quie­ra pa­ra me­jo­rar un po­qui­to la si­tua­ción.
- ¿Qué pa­pel jue­ga la dro­ga?
- Im­por­tan­tí­si­mo. De to­dos mo­dos no creo que el dro­gar­se pa­ra sa­lir a ro­bar sea un pa­ra­dig­ma ina­mo­vi­ble. Hay dro­gas que de­sin­hi­ben y en­va­len­to­nan, pe­ro es el úl­ti­ma es­la­bón de la ca­de­na. Es to­do el en­tor­no pre­vio, las ca­ren­cias ma­te­ria­les y afec­ti­vas, las que de­ter­mi­nan. No to­dos los ca­ren­cia­dos son de­lin­cuen­tes, pe­ro sí la ma­yo­ría de los de­lin­cuen­tes tie­nen al­gu­na ca­ren­cia, por­que los co­lo­can en si­tua­ción de que si no es­tás con­te­ni­do sos de­lin­cuen­te. Pue­do de­cir que lue­go de 15 años de ver a chi­cos afec­ta­dos por la dro­ga, si los cen­tros de de­sin­to­xi­ca­ción no to­man la pos­ta, en con­jun­to con otras ONG, prin­ci­pal­men­te las igle­sias, el pro­ble­ma de la adic­ción no se so­lu­cio­na­rá. Los ejem­plos que ten­go pa­ra dar, han za­fa­do por­que ade­más del tra­ta­mien­to mé­di­co han te­ni­do una con­ten­ción es­pi­ri­tual vol­ca­da a una re­li­gión. Es la úni­ca for­ma de sa­lir.
- ¿La dro­ga tor­na a los de­li­tos más agre­si­vos?
- Pue­de ser un ele­men­to, sí. Pe­ro hay una ca­de­na vi­cio­sa, en la que se re­fle­ja que lo que uno le ha­ce al otro es lo que se va­lo­ra de sí mis­mo. Ma­ta por­que su vi­da no va­le na­da, me­nos la del otro. Hay un des­pre­cio por la vi­da, que no se so­lu­cio­na me­tién­do­le pre­so. So­lu­cio­nás el pro­ble­ma de la gen­te que no de­lin­que, pe­ro te­ner­lo pre­so sin tra­ta­mien­to pue­de ser peor a la ho­ra de sa­lir, y te­ner­lo in­de­fi­ni­da­men­te pre­so es in­hu­ma­no, más allá de que sea cons­ti­tu­cio­nal o no.
- ¿No sir­ve pa­ra na­da la cár­cel?
- No cum­ple la fun­ción de la pe­na, que es dar­le tra­ta­mien­to pa­ra tra­tar de rein­ser­tar­lo so­cial­men­te des­de el prin­ci­pio de que na­die na­ce ma­lo.
- Na­die na­ce de­lin­cuen­te
- Es­toy con­ven­ci­do de eso. Si le das op­cio­nes, no en­tra en eso. Cla­ro que si le ofre­ces ser car­to­ne­ro y te­ner un ran­cho o ro­bar tres ban­cos y ser un mi­llo­na­rio, se­gu­ro mu­chos ele­gi­rán la se­gun­da op­ción, pe­ro si la pro­pues­ta de in­ser­ción en el me­dio es co­he­ren­te... mi­rá, hay ti­pos que se ba­ña­ron por pri­me­ra vez con agua ca­lien­te en la cár­cel. No ha­blo de ti­pos su­mi­dos en la po­bre­za ab­so­lu­ta, si­no de em­plea­dos ru­ra­les don­de el pa­trón los ha­cía ba­ñar con agua fría.
- ¿Es muy tris­te la vi­da en el pe­nal?
-Sí, tris­tí­si­ma. 
- Ha­ce me­ses se co­no­ció que al­gu­nos, en la Pe­ni­ten­cia­ría lo­cal, ma­ne­ja­ban ce­lu­la­res y dro­ga.
- La co­mi­da es in­co­mi­ble, el 90% re­ci­be ali­men­tos de fa­mi­lia­res que es­tán afue­ra. Y cuan­do te sa­can la li­ber­tad, es pre­fe­ri­ble mor­ci­lla con pu­ré en la ve­re­da y no ca­viar aden­tro.
- ¿Por qué vuel­ven?
- Hay un ni­vel de rein­ci­den­cia bas­tan­te al­to. De­be ha­ber 1.200 ti­pos que en­tran y sa­len, prác­ti­ca­men­te son los mis­mos. Hay dos de­li­tos bá­si­cos en la rein­ci­den­cia, la ven­ta de es­tu­pe­fa­cien­tes y los de­li­tos con­tra la pro­pie­dad. Hay de­li­tos que no los lle­ga­mos a ver y ocu­rren to­dos los días. Em­pre­sa fun­di­da con 50 em­plea­dos en la ca­lle sin co­brar un man­go y el due­ño con Mer­ce­des Benz. Eso es tan no­ci­vo co­mo el ti­po que ro­bó la bi­ci­cle­ta.
- ¿Los pi­bes no­tan esa im­pu­ni­dad de al­gu­nos sec­to­res?
- Que lo co­no­cen, lo co­no­cen. Fi­ja­te en el ar­chi­vo de EL DIA­RIO cuán­tos em­pre­sa­rios hay pre­sos por quie­bras frau­du­len­tas y no en­con­tra­rás nin­gu­no.
- ¿Por qué no?
- Por ahí tie­nen otros me­dios pa­ra ha­cer su ma­li­cia, mu­chas ve­ces acom­pa­ña­dos por ve­ri­cue­tos le­ga­les. El ti­po que sa­le a ro­bar, se po­ne el fie­rro en la cin­tu­ra y se me­te, que­da mu­cho más ex­pues­to que el em­pre­sa­rio de guan­te blan­co. La ley te ge­ne­ra un sin­fín de ve­ri­cue­tos y chi­ca­nas.
- La Po­li­cía per­si­gue a al­gu­nos sec­to­res, se­gún de­nun­cian va­rios jó­ve­nes.
- Hay ti­pos que son po­li­cías y otros que tra­ba­jan de po­li­cías. Me sa­co el som­bre­ro por el pri­me­ro, que sa­le por dos man­gos to­dos los días a ver si vuel­ve a la ca­sa. En cam­bio, el que tra­ba­ja de es­to qui­zás co­me­te es­tos abu­sos. Me to­có in­ter­ve­nir an­te una cua­dri­lla de cinco mu­cha­chos de­te­ni­dos a las 5 de la tar­de en pla­za Cen­te­na­rio con ma­me­lu­co na­ran­ja. Es­ta­ban ha­cien­do un zan­jeo, ve­nían ca­mi­nan­do ha­cia su ba­rrio, com­pra­ron una co­ca y se pa­ra­ron ahí. Los de­tu­vie­ron por me­ro­deo. No es la fun­ción de me­ro­deo... Si la van a usar pa­ra lle­gar a fines de mes con una es­ta­dís­ti­ca es­ta­mos mal. Pe­ro no creo que sea una or­den del je­fe.
- ¿No?
- No creo.
- ¿Fa­lla la for­ma­ción?
- Al­gu­nos lo ha­cen con pa­sión, otros lo ven co­mo una sa­li­da la­bo­ral rá­pi­da. Son muy po­cos los que no pa­san el pri­mer año de po­li­cía y vuel­ven a in­ten­tar­lo. Si se me­ten en la Po­li­cía y les va mal,  po­nen un ma­xi­quios­co, tra­ba­jan en una far­ma­cia. Po­cos vuel­ven a in­ten­tar­lo. For­mar par­te no im­pli­ca una vo­ca­ción co­mo an­tes, creo que es por el des­pres­ti­gio de al­gu­nos. 
- ¿Se pue­de de­fen­der des­de lo le­gal un lin­cha­mien­to?
- No es le­gí­ti­ma de­fen­sa, la que ter­mi­na cuan­do ter­mi­na la agre­sión. Pa­ra eso hay que ser víc­ti­ma de un ata­que no cau­sa­do y de­fen­der­se pro­por­cio­nal­men­te en cuan­to al me­dio que em­pleás y el pla­zo de du­ra­ción que du­re el ata­que. Los agre­so­res no tie­ne jus­ti­fi­ca­ti­vo des­de lo le­gal, son au­to­res de le­sio­nes, de ho­mi­ci­dio, del da­ño cau­sa­do. No hay bron­ca y emo­ción vio­len­ta que lo jus­ti­fi­que. Fue ho­mi­ci­dio a pa­ta­do­nes en una ve­re­da. 

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