Escribe Damián Stupenengo
EN MAR DEL PLATA
"Mi sueño es jugar en Primera”, responde cualquier pibe, de cualquier lugar, con una pelota como protagonista de una porción de su vida, al mismo tiempo que Federico Domínguez ancla sus ojos sobre la camiseta con la que debutó en la máxima categoría del fútbol argentino y que hoy cuelga del vértice del marco de un espejo.
Fue el 7 de agosto de 2010, tenía 19 años, iban 43 minutos del segundo tiempo del partido que Newell’s perdió con Estudiantes de la Plata por 1 a 0, cuando el villamariense, zurdo, enganche, cambió años de sacrificio, sufrimiento y aprendizaje en la pensión de las inferiores del club rosarino, por la satisfacción que significa que un sueño abandone su estrato para darle lugar a una realidad que viste botines.
Hoy, con 22 años, las paredes del departamento en el que vive en pleno centro de Mar del Plata contienen tanta impotencia como su sonrisa. En ese lugar, a casi cuatro años de haber sumado algunos minutos en cancha y media docena de partidos en el banco de suplentes de Newell’s en Primera división, convive con su soledad, sus frustraciones y los sueños de volver a alcanzar aquello que apenas llegó a acariciar. Mientras, defiende la camiseta de Unión de Mar del Plata en el Torneo Argentino A. Son sus últimos seis meses con contrato como jugador de la “Lepra” y da por hecho que lo van a dejar libre cuando vuelva en junio.
Irse, para volver a irse
“Y… No estoy jugando”. De esa forma, sencilla y concreta, pero contundente y demoledora para un futbolista, es como define su presente este jugador que llegó a jugar en la reserva de Alumni antes de partir, a los 15 años. “Me tocó jugar la primera parte del Argentino A, unos 16 o 17 partidos, y ahora no estoy jugando. Vine a Mar del Plata a buscar continuidad, pero es una categoría durísima y muy pareja”, sostiene.
Tras el debut en Primera, lo que le valió ganarse un contrato profesional con el club, su carrera se fue diluyendo de a poco. Volvió a jugar en reserva de Newell’s y no consiguió ser tenido en cuenta por Roberto Sensini, por eso en 2013 decidió irse a Atlanta para jugar en la Primera B Metropolitana. Una pubalgia no lo dejó pisar una cancha prácticamente en todo el año y volvió a Rosario. Entre operación y recuperación, fue testigo privilegiado, desde adentro, de la transformación que Gerardo “Tata” Martino hizo en el club. Antes de llegar a Mar del Plata, le avisaron que podía quedarse a pelearla, “pero mi idea era jugar”, explica sobre la decisión de bajar tres categorías en busca del contacto con la pelota que lo vuelva a empujar hacia arriba.
-Volver, quedar libre y sin club, ¿se viene una de las etapas más difíciles de tu carrera?
-Difícil y con mucha incertidumbre. Tengo intriga de cómo va a ser eso, pero intento no volverme loco, no pensar en eso y enfocarme en lo que hago acá. Pero es difícil, porque se trata de mi futuro.
Su rutina en la ciudad balnearia con Unión, lo obliga a buscar alternativas para escaparle al encierro que, en muchas ocasiones, junto a la soledad, se transforma en un cóctel que atenta contra su entereza. “Es complicado, estoy muy solo”, reconoce. “Entrenamos por la mañana, al medio día vuelvo, y por la tarde voy al gimnasio por mi cuenta, incluso a veces en doble turno, hago artes marciales, yoga y, cada tanto, voy al psicólogo, todo lo que sirva para sumar, lo hago. También leo bastante y voy mucho al mar”.
-¿Cómo hacés para mantener la fortaleza mental y el objetivo cuando, por distintas circunstancias, las cosas no se dan desde hace tiempo?
-Es que todavía confío en mis condiciones. Sé que puedo volver a jugar en Primera. Uno tiene que saber superar los malos momentos y que todo es pasajero. Tengo muchos vaivenes emocionales, porque generalmente pensamos que el fútbol es todo, pero siempre trato de disfrutar esto, de poder vivir de lo que me gusta, porque pocos tienen la posibilidad. Los problemas para un futbolista son otros, en definitiva, estoy jugando al fútbol.
-¿Te arrepentiste en algún momento de la decisión?
-“Me hubiera arrepentido si me hubiera vuelto a Villa María después de tantos años de lucharla. Uno a veces se plantea: ´qué hago acá encerrado, podría estar de joda, pero sé que hay muchos que quisieran estar en mi lugar. Ahora estoy re caliente porque no juego, pero ¿qué gano si hago los bolsos y me vuelvo a mi casa?, la cuestión es tratar de seguir aspirando a más, siempre.
Federico descuelga la camiseta del espejo y la extiende. El número 15 y el “Domínguez” en la espalda lo invaden de recuerdos del fugaz romance que tuvo con la Primera división del fútbol argentino. Dejarla ahí, bien a la vista, no es casual. “Verla todos los días me motiva, es ahí donde quiero estar”.