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11 de Abril de 2014
Violencia de género - Testimonio de una sobreviviente
“Por milagro estoy viva”
Marisel Domínguez fue brutalmente agredida por su expareja hace casi dos años. El está detenido, pero aún no tiene fecha de juicio. Cuenta su historia con la esperanza de que se haga justicia
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Marisel Domínguez vivió un infierno durante 12 años. Hoy, quiere dar su testimonio para demostrar que se puede salir adelante

 

Hay dos momentos del día en que Marisel vuelve a recordar el infierno de la violencia: cada mañana, al despertarse, cuando siente los dolores que le quedaron en el cuerpo como consecuencia de la última brutal agresión que sufrió y cada tarde, a las 17, horario en que su expareja solía regresar de trabajar y comenzaba su infierno.
Marisel Domínguez, 41 años, madre de tres hijos, contó a EL DIARIO la historia de violencia que padeció durante 12 años. Quiso hablar para dar testimonio, para advertir a otras mujeres y para reclamar justicia.
El comienzo de su relación con José Alberto Rosales (47), hoy detenido en la cárcel de barrio Belgrano, no fue muy auspicioso.
“Estábamos en una fiesta y él terminó detenido por agresión a un Policía”, recuerda. Era el verano de 2002.
Lejos de desalentarse, esta mujer, que por entonces tenía menos de 30 años y era madre de dos hijos, decidió ayudar a que saliera en libertad. “Pero resulta que no salió a los pocos días, porque tenía una denuncia por violación y fue a la cárcel unos ocho meses”, contó.
Parecían suficientes señales para advertir las dificultades que le presentaría una relación con Rosales. Sin embargo, Marisel siempre le creyó. Y más aún, cuando fue absuelto del delito de violación.
“Salió de la cárcel y después de unos meses, comenzamos a vivir juntos”, indicó.
Trataron de formar un hogar con los hijos de Marisel, sumado a la esperada llegada de la niña de la pareja, que hoy tiene 10 años.
“Pero siempre tuvimos problemas. El siempre fue violento. Me pegaba, lo denunciaba, me pedía perdón, le creía y volvía”, dijo. Así, infinitas veces. “No podría contar todas las veces que me pegó. Primero empezó con insultos, tiene un vocabulario muy grosero y cuando está borracho, peor. Después siguió con unas cachetadas, y así cada vez peor, hasta que llegó el día en que casi me mata”.
 
El peor momento
 
En diciembre de 2011, tras una violenta golpiza, Marisel Domínguez, con sus tres hijos y lo puesto, abandonaron el hogar en el que habitaban hacía 12 años. Primero deambularon en casas de familiares y amigos hasta que el mayor, de 22 años, que tiene un empleo estable, alquiló una vivienda.
Estaba decidida a no repetir el error de volver con él. “No te puedo decir cómo me seguía. Si iba a hacer las compras, lo encontraba; si estaba en la escuela de la nena, él estaba ahí. Llegó hasta pasarse noches durmiendo en la vereda de la casa que alquilaba mi hijo”, recordó.
En ese tiempo de separación, la invitó a negociar cuestiones materiales en la vivienda que habían compartido. “Ambos teníamos órdenes de restricción. Al ir, yo la rompí. Pero cuando entré, él me tiró a la cama y comenzó a apretarme el cuello. Alcanzo a escaparme y en la puerta estaba la Policía. Ahí me di cuenta que me había tendido una trampa”, manifestó.
El acoso siguió, hasta la noche del 8 de julio de 2012, previo al feriado. “Hacía frío y él le pedía por favor a mi hijo que lo dejara entrar. Mi hijo accedió y cenamos todos juntos. No me olvido más de esa cena, pollo arrollado”, dice, repasando la cadena de lo que hoy puede ver, fueron errores que podrían haber terminado en tragedia.
Ella con la hija menor se va a dormir, mientras los varones quedaron jugando a las cartas.
“Esa noche el fue a la pieza y pretendía tener relaciones. Cuando le dije que no, buscó un cuchillo y empezó a agredirme”, recordó. Después, sobrevino el infierno. La llevaron al Hospital, donde estuvo muy grave, en estado de coma. Había perdido mucha sangre y prácticamente no tenía posibilidades de vivir.
La destreza de los médicos, las operaciones de corazón y pulmón y las ganas de vivir de Marisel, hicieron que pudiera salir del trance.
Estuvo tres meses sin reconocer a los seres queridos, hasta que de a poco fue recuperando la conciencia.
Las heridas que le provocó en la pierna derecha, con corte de tendones y rotura de meniscos, hace que camine con dificultad. Los medicamentos que debió tomar en el proceso de recuperación, hicieron que disminuyera su visión y hoy tiene que usar anteojos. Además, se le generó una artrosis infecciosa que le provoca dolores que, según el médico, le durarán toda la vida.
Las cicatrices en el cuerpo provocadas por las puñaladas y las operaciones, hace que esa agresión que sufrió aquel 8 de julio, esté presente cada día.
Sin embargo, lo que más la atemoriza es que no se haga justicia. “A él lo encontraron el 11 de julio, días después de que casi me mata y desde entonces, está en la cárcel. Pero no sale el juicio y tengo miedo que no pueda estar mucho más detenido sin juicio”, dice.
Teme por ella, por la hija de ambos y por los hijos mayores. “Necesito que se haga justicia”, remarcó.
Le gustaría participar de grupos de ayuda a víctimas de violencia de género, porque sabe que son muchas las mujeres que sufren en silencio, que no denuncia, que vuelven por necesidad o credulidad con el agresor. “Yo prefiero pasar necesidades, antes de volver a estar un minuto con él. Estoy viva por milagro, con el apoyo de la familia voy a salir adelante. Sólo quiero que se haga justicia”, concluyó. 
 
Entre el cuánto y el cómo
 
José Rosales está detenido e imputado por “intento de homicidio” contra Marisel Domínguez. Si la Justicia lo encuentra culpable, pasará en la cárcel los años que dictamine el tribunal, según las penas que establece la legislación argentina. Pero, indefectiblemente, tanto él como otros acusados de violencia de género, van a salir, tarde o temprano, en libertad.
La mayoría de las víctimas que dan su testimonio, temen la llegada de ese día. 
Sin embargo, el principal problema no es cuándo sale de la cárcel, sino cómo.
Si las cárceles son para castigo, si no hay posibilidad de tratamiento para buscar los orígenes de la violencia contra la mujer y así superarse, si no hay tratamiento para adicciones a la droga y al alcohol, seguramente, pisarán las calles extramuros peor que cuando ingresaron.
Hasta el momento, es muy poco lo que ofrece el Estado. Hay alternativas de voluntarios, como la labor que hacen pastores, sacerdotes y laicos movidos por la esperanza de que el ser humano puede ser mejor. 
También hay alternativas educativas, que bajan significativamente la reincidencia.
Pero no mucho más. Por eso, independientemente de cuándo salga, lo más grave es cómo sale. Y ahí es cuando todos entendemos el temor de las víctimas.
 
Patricia Gatti

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