“Mirá lo que hago”, dice Bautista Peñaloza, antes de darle una patada a una pelota de goma amarilla en el living de su casa, aferrado al andador que le permite sostenerse en pie.
A sus cinco años, haber empezado fútbol en una escuelita hace menos de un mes es apenas uno más de los tantos logros que acumula la corta pero intensa historia de este rubio de escasos centímetros y enorme voluntad.
“Al año de vida, le diagnosticaron parálisis cerebral; lo primero que nos dijo el médico es que si no hacíamos lo que él nos indicaba, iba a terminar en silla de ruedas”, recuerda Darío, su papá, de quien Bautista heredó el amor por la pelota.
Aquellas palabras parecen lejanas hoy, al ser testigo de la forma en que Bautista se desenvuelve. Pero la lucha diaria que inició junto a sus padres desde ese momento no tiene descanso ni va a tenerlo.
Las dificultades para desplazarse con el andador no son excusas ni límites, sino apenas un obstáculo para Bautista, quien anda siempre con una sonrisa jugueteándole entre los labios. “Tiene que trabajar, trabajar y trabajar... no puede parar y mucho menos nosotros; va a una kinesióloga, una fonaudióloga, una acompañante terapéutica y a varios especialistas, además va al jardín del José Ingenieros. Siempre con ganas, dispuesto y lo vemos progresar”, relata Jorgelina Maltaneri, su mamá, quien pide agradecer a las especialistas Gabriela Gianonni, Silvana Puigbengolas y Paola Biglione, quienes son fundamentales para que, de a poco, con sus tiempos, vaya abandonando esa pequeña jaula de metal. “Ya da algunos pasos solo, sabemos que va a poder caminar, lo va a lograr”, sueña Darío.
El tratamiento, los médicos y todo lo que contempla su recuperación es extremadamente costoso, sin embargo, Darío y Jorgelina prefirieron no pedir ayuda y silenciaron sus esfuerzos por mejorar la calidad de vida de su hijo. “Desde un principio, nos dijeron que teníamos que hacer un certificado de discapacidad porque sino íbamos a perder todo, tenemos que viajar mucho a Córdoba para que lo atiendan”, resalta ella, con Pedro Jesús, de un mes, en brazos, desde un humilde rincón de Villa Nueva, donde no tienen gas natural y la humedad les gana la pulseada a las paredes.
“Nuestra prioridad es poner el gas porque se viene el frío y él anda mucho en el suelo, el invierno se hace muy duro”, comenta Darío, policía de la Provincia. “Recién ahora, con el sueldo nuevo, hemos podido empezar a pagar deudas, nuestro sueño es llevarlo al Garrahan, ahí podrían avanzar mucho más, pero nos es imposible”, se lamenta.
Un partido ganado
“Cada vez que me iba a la cancha, él se enojaba porque no lo llevaba, quería ir a jugar con los demás nenes”, cuenta y reconoce: “La verdad que no había averiguado para llevarlo por temor, para protegerlo de que no se frustrara si nos decían que no iban a recibirlo”. Darío jugó desde chico y dejó la primera de Asociación Española hace un año.
Se pasa la mano por la frente, como quien intenta desviar la atención de unos ojos que se humedecen al describir: “Verlo a él en la cancha, que pueda disfrutar como lo hace y que tiene la misma pasión que yo es muy emocionante”.
Claudio “el Yerbatero” González y Darío Cravanzola le abrieron las puertas de la escuelita El Tallerito. “La verdad es que nos llenó de alegría a todos, es muy cariñoso, a los cinco minutos ya se había hecho amigo de todos. Participa y anda atrás de la pelota como los demás, se nota que le encanta”, describe el profe Darío.
Hace dos sábados Bautista, jugó su primer partido, contra El Porvenir. Hizo el saque desde el medio y Jorgelina no pudo contener el llanto al ver como su hijo le va ganando al rival más difícil que le tocó enfrentar.
Damián Stupenengo