Por estos días, hay dos grupos que andan bien contentos en La Pampa: los terratenientes sojeros, que no paran de facturar, y los ciervos colorados, que hace algunas jornadas atrás comenzaron la temporada de brama. Se trata básicamente de la época de apareamiento, un acontecimiento que por 45 días tendrá a los machos gritando con fuerza y a las hembras acudiendo al llamado, más entusiasmadas que Accastello por sacarse una foto con el Papa. 

El curioso espectáculo se desarrolla en el Parque Luro, una reserva provincial pampeana ubicada unos 35 kilómetros al sur de la capital Santa Rosa. Allí, los ciervos colorados o cervus elaphus (como lo llaman quienes hablan latín o han sufrido un derrame cerebral recientemente), se pasean procurando el encuentro amoroso. Las estrellas del convite son los machos, que con sus inmensas y sugestivas cornamentas (“cornudos” les gritan los pajaritos desde los árboles, siempre tan pícaros ellos), braman con estrepitoso estruendo, para deleite de los visitantes. Pero más de las hembras, claro. “Por fin nos toca, chicas”, les dice una cierva a las otras y sale al encuentro de su amado, que en realidad es el amado de casi todas. Lo que sigue es un torbellino de pasión ciervística que hace ver al más viril de los actores porno como un alfeñique. 

Pero no todo es un camino de rosas para los llamados “machos alfa”. Porque para poder darse la panzada sexual, primero deberán batallar con los otros contendientes, que también quieren llevarse el premio mayor. Ahí no hay negociación que valga. A cornamentazo limpio definen el trofeo: un suculento harén. “Qué suerte que yo no tengo que andar usando cuernos para conservar la fidelidad de mis chicas, ¿no es así mi amor?”, dice Alí, un príncipe árabe que visita el parque. Al lado Kelia, una de sus siete esposas y a quien las demás apodaron “Sebastian Vettel”, responde: “Sí, sí, claro, mi corazoncito”, y mirando para otro lado se c... de risa.