“Si era por mí, le hubiera dado toda mi piel con tal de que se recuperara”, jura Darío Rubiano, después de contar que le sacaron porciones de este órgano de sus piernas y espalda para aplicárselas a su hijo, Lucas.
El 12 de agosto de 2013, cuando se encontraba soldando un tambor de 200 litros, el fuego consumió la ropa de Lucas, primero, para adueñarse del 60% de su cuerpo, después.
“El todavía recuerda el momento en el que se vio prendido fuego, sin poder apagarlo -cuenta Darío-, se acuerda de todo. Lucas fue despierto hasta Villa María y al Hospital llegó consciente, y desde que lo intubaron ya no recuerda más”.
Ayer, Lucas dormía en su casa de Alto Alegre cuando su papá atendió a EL DIARIO. Tras ocho meses de tratamiento en el Instituto del Quemado de Córdoba, le dieron de alta. No definitiva, parcialmente, porque el proceso de recuperación no terminó y, sobre todo, para que el retorno a su vida cotidiana sea paulatino, luego de pasar casi 250 días en una cama.
“Lo peor ya pasó”
Cuando Darío recuerda que, en varias ocasiones, a él, su mujer y su hija, los médicos les pidieron que se prepararan para lo peor, le pone puntos suspensivos a la frase y prefiere no terminarla.
“Al principio estuvo muy grave, pero desde el momento en que despertó, siempre fue para adelante. Han sido días muy complicados, pero ya está acá, por el esfuerzo de los médicos que lo sacaron a flote”, remarcó, intentando que lo que pasó quede atrás definitivamente.
“Actualmente, lo que tiene que hacer es mucha rehabilitación para poder volver a caminar solo. Se mueve con muletas, porque prácticamente no tiene masa muscular; pero se alimenta bien solo y está de humor, nada más que eso”, explicó, aunque inmediatamente reconoció que “falta bastante”, pero lo peor ya pasó.
El acompañamiento de su familia jamás faltó. Desde el momento en que lo trasladaron a Córdoba, se instaló allá para nunca dejarlo solo, por eso puede contar las sensaciones de su hijo como si fueran propias: “Solo él sabe lo que ha pasado. Los dolores, las articulaciones que se le fueron poniendo duras, el sangrado en los lugares en donde le faltaba la piel... Fueron días muy difíciles para él, encerrado en una cama, porque es un chico muy activo, que todo lo que hacía, lo hacía corriendo”.
En el Instituto del Quemado le hicieron autoinjerto de piel para reconstruir lo que el fuego mordió, y también Darío y un primo dieron parte de sus cueros.
Allá también comenzó con rehabilitación y ejercicios, que todavía deberá continuar, a la espera del alta definitiva.
Hoy vuelve a Córdoba y será internado nuevamente hasta el miércoles; el próximo lunes también volverá a ocupar la misma cama en la que lucha por recuperarse desde hace ocho meses.
“Todavía no nos han dicho exactamente cómo va a continuar esto. No sabemos si se va a tener que quedar durante mucho tiempo más o le empezarán a hacer curaciones ambulatorias”, expresó, con un dejo de incertidumbre.
Darío sabe que “cuando tenga el alta definitiva, la idea es buscar un kinesiólogo en Villa María y seguir acompañándolo, el tiempo que sea”. Cuenta que Luciano Medail, quien sufrió el accidente junto a Lucas, ya está bien e incluso trabajando.
Remarca que, por ahora, prefiere que Lucas no hable de esto, “porque se está volviendo a acostumbrar a todo de a poco”.
“Ya cambió, ya no es el Lucas que estaba en el Hospital”, dijo, sin poder ocultar su felicidad sobre el cambio anímico de su hijo.
Cuando Lucas volvió a casa, Alto Alegre se preparó para recibirlo y sus familiares agradecen todas las muestras de afecto de su entorno: “Fue impresionante ver cómo lo esperaron, hasta con los bomberos, le hizo muy bien, la gente del pueblo siempre nos acompañó”.