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15 de Abril de 2014
Cui­dan­do la sa­bi­du­ría
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En la fundación se realizan talleres y actividades artísticas y de estimulación

Ha­ce un tiem­po co­men­cé a re­co­rrer los es­pa­cios del Area Cog­ni­ti­va de la Fundación para el Progreso de la Neurología (Fupron), ubi­ca­da en ca­lle San­ta Fe 1224. El lu­gar al­ber­ga a adul­tos y adul­tos ma­yo­res con pér­di­da de sus ca­pa­ci­da­des cog­ni­ti­vas. Exis­ten di­fe­ren­tes his­to­rias de vi­da y de­trás de ellas, sus fa­mi­lia­res, con la an­gus­tia de es­po­sos y es­po­sas, hi­jos e hi­jas.

El día co­mien­za a las 8 con la lle­ga­da de los pa­cien­tes, allí se los re­ci­be ca­da día con mu­cho ca­ri­ño, se les pre­pa­ra el de­sa­yu­no y se los in­vi­ta a acom­pa­ñar­lo con ga­lle­ti­tas dul­ces o sa­la­das. Siem­pre al la­do de ellos es­tá al­gu­na de las pro­fe­sio­na­les. 
En un prin­ci­pio, cuan­do re­cién in­gre­san, mi­ran el lu­gar con des­con­fian­za, creen que sus fa­mi­lias van a de­po­si­tar­los en di­cho lu­gar. Pe­ro, al pa­sar las se­ma­nas, com­pren­den que só­lo van a rea­li­zar el tra­ta­mien­to que re­quie­re ca­da uno; al­gu­nos van dos ho­ras, cier­tos días de la se­ma­na, y otros, cua­tro ho­ras dia­rias. El pa­so del tiem­po ha­ce que ca­da per­so­na sien­ta a la ins­ti­tu­ción co­mo par­te de su ho­gar y a las pro­fe­sio­na­les, sus ami­gas. 
En ca­da uno de los ta­lle­res que se brin­dan se ubi­ca a los pa­cien­tes en tiem­po y es­pa­cio. Lue­go, co­mien­zan las ac­ti­vi­da­des, en­tre ellas ar­te, mú­si­ca, edu­ca­ción fí­si­ca, es­ti­mu­la­ción ki­né­si­ca y cog­ni­ti­va. 
A me­di­da que pa­so los días ahí con ellos, veo có­mo tra­ba­jan con ale­gría, có­mo cuen­tan tan­tas anéc­do­tas, sus gus­tos, sus frus­tra­cio­nes y, lo más im­por­tan­te, la amis­tad que va flo­re­cien­do en ese ám­bi­to, po­de­mos lla­mar­lo, edu­ca­ti­vo, don­de apren­den unos de otros.
A ve­ces no tie­nen ga­nas de tra­ba­jar, en­ton­ces se les pro­po­nen otras ac­ti­vi­da­des, co­mo can­tar, bai­lar, jue­gos co­mo el bin­go, las car­tas y siem­pre se les com­par­te al­gún ma­te. Son sus ros­tros los que de­mues­tran lo con­te­ni­dos que ahí se sien­ten. 
A me­dia ma­ña­na se vuel­ve a ser­vir el de­sa­yu­no por­que es el ho­ra­rio en que al­gu­nos se van y otros lle­gan. Se los ve tran­qui­los mien­tras tra­ba­jan. Hoy la con­sig­na fue “Mal­vi­nas, los re­cuer­dos de aque­lla épo­ca”; al­gu­nos la cuen­tan de cer­ca, otros re­cuer­dan el te­mor que ha­bía y las co­sas que se ha­cían por los jó­ve­nes sol­da­dos.
Ayer fue día de ta­ller de mú­si­ca. Las mu­je­res bai­la­ban al rit­mo del tan­go. Al­gu­nas re­cor­da­ban aque­lla épo­ca en que bai­la­ban con sus ma­ri­dos y lle­van con ele­gan­cia a sus com­pa­ñe­ras. Otras dan­zan sin im­por­tar el so­ni­do, só­lo bus­can li­be­rar el al­ma, dis­fru­tan­do del am­bien­te ge­ne­ra­do por la mú­si­ca. Más tar­de es­cu­cho có­mo de­sa­fi­nan, ¡lle­gó el mo­men­to del can­to! Pe­ro an­tes es­cri­ben las le­tras de las can­cio­nes. To­dos, a su ma­ne­ra, son ejer­ci­cios que ge­ne­ran bie­nes­tar y re­tra­san la en­fer­me­dad.
Hay días en que rea­li­zan edu­ca­ción fí­si­ca, se sien­tan en cír­cu­lo pa­ra ver­se unos a otros las ca­ras y rea­li­zan con de­li­ca­de­za ca­da ejer­ci­cio acom­pa­ña­dos de la ra­dio. Los ejer­ci­cios son com­bi­na­dos con jue­gos. To­dos son mo­men­tos de so­cia­li­za­ción que per­mi­ten ge­ne­rar lar­gas char­las. 
Hoy ha­blé con Jo­sé, uno de esos tan­tos hom­bres que es­tá or­gu­llo­so de sus hi­jos y nie­tos, que sa­be que ca­da uno tie­ne su pro­pia fa­mi­lia y que ha que­da­do so­lo en ca­sa con su se­ño­ra; él me ex­pre­só que “aquí” se sien­te con­te­ni­do y en­tre­te­ni­do. Pa­ra él se tra­ta de una for­ma de se­guir apren­dien­do co­sas nue­vas. Cuan­do lle­ga la ho­ra de vol­ver a ca­sa pre­gun­ta: "¿Ya ten­go que ir­me?".
Otros ca­sos son muy dis­tin­tos, es­tán al­go ner­vio­sos y aten­tos por ir­se, ca­da vez que es­cu­chan el tim­bre pien­san que los bus­can a ellos y si no, te di­cen: “Es­pe­ro que mi ma­ri­do no se ol­vi­de de ve­nir a bus­car­me”. Se tra­ta del te­mor a ser aban­do­na­dos y la fan­ta­sía de in­ter­na­ción.
Una vez lle­ga­do el me­dio­día, es ho­ra de re­gre­sar a ca­sa; a mu­chos los vie­ne a bus­car el mis­mo re­mi­se­ro; otros se van acom­pa­ña­dos de su en­fer­me­ro, pe­ro cuan­do ven una ca­ra nue­va se po­nen ner­vio­sos al des­co­no­cer­la. ¡Hay tan­tas co­sas que de­be­mos te­ner en cuen­ta con ellos!
Ca­da día trae nue­vos de­sa­fíos, en la me­di­da en que los fa­mi­lia­res que atien­den a una per­so­na con de­te­rio­ro cog­ni­ti­vo (con al­gún ti­po de de­men­cia) tie­nen que en­fren­tar­se a los cam­bios en el ni­vel fun­cio­nal (y de ca­pa­ci­dad) y en los nue­vos pa­tro­nes de con­duc­ta del pa­cien­te. 
Por eso es im­por­tan­te in­cor­po­rar el ejer­ci­cio den­tro de la ru­ti­na dia­ria, me­jo­rar la sa­lud y tam­bién pue­de con­ver­tir­se en una ac­ti­vi­dad im­por­tan­te que la fa­mi­lia pue­de com­par­tir con ellos, co­mo ca­mi­nar, na­dar, ju­gar te­nis, bai­lar o tra­ba­jar en el jar­dín. Lo im­por­tan­te es man­te­ner­los ac­ti­vos me­dian­te ta­reas sim­ples y es­truc­tu­ra­das que les pue­dan agra­dar, co­mo por ejemplo:
-Com­prar o ano­tar en la lis­ta pa­ra el su­per­mer­ca­do o des­pen­sa. In­ví­te­lo a que es­cri­ba la mis­ma.
-Rea­li­zar ejer­ci­cio fí­si­co, co­mo ca­mi­na­ta, bi­ci­cle­ta y na­ta­ción.
-Pro­po­ner­le ac­ti­vi­da­des que lo ha­gan sen­tir fun­cio­nal en el ám­bi­to del ho­gar.
-Rea­li­zar ac­ti­vi­da­des re­crea­ti­vas.
-Crear una ru­ti­na es­ta­ble y es­truc­tu­ra­da que po­si­bi­li­te la or­ga­ni­za­ción de su co­ti­dia­nei­dad.
-Re­cor­dar ac­ti­vi­da­des que an­tes las rea­li­za­ba por sí so­lo y que eran de su agra­do, con fin de re­to­mar al­gu­na de las mis­mas, en com­pa­ñía de otro adul­to.
La co­ti­dia­nei­dad y la sis­te­ma­ti­ci­dad en la es­ti­mu­la­ción re­ci­bi­da es al­go que se tra­ta de in­cor­po­rar des­de el Area Cog­ni­ti­va de Fu­pron y, me­dian­te es­te re­la­to, quie­ro in­vi­tar­los a co­no­cer es­te her­mo­so lu­gar, des­de don­de se re­ci­be a pa­cien­tes con de­te­rio­ros cog­ni­ti­vos y de­men­cias, don­de se rea­li­zan ta­lle­res de es­ti­mu­la­ción cog­ni­ti­va pa­ra adul­tos sin pa­to­lo­gía al­gu­na y don­de se brin­dan gru­pos de apo­yo pa­ra fa­mi­lia­res de la en­fer­me­dad de Alz­hei­mer y al­te­ra­cio­nes se­me­jan­tes (AL­MA) y ta­lle­res pa­ra ejer­ci­tar la me­mo­ria, en­tre otras ac­ti­vi­da­des.
Des­de Fu­pron se bus­ca po­ten­ciar las ca­pa­ci­da­des de los pa­cien­tes, des­de ca­da una de las ac­ti­vi­da­des que se pro­po­nen, pe­ro el sos­tén más im­por­tan­te es la fa­mi­lia, con la que com­par­ten a dia­rio sus vi­ven­cias.
Pa­ra fi­na­li­zar, qui­sie­ra de­jar una fra­se: “En la ve­jez no nos de­ben preo­cu­par las arru­gas del ros­tro, si­no las del ce­re­bro”.
 
Mayra Reynoso
Técnica Superior en Comunicación Social
Fundación para el Progreso de la Neurología (Fupron)

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