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20 de Abril de 2014
SUSANA CABUCHI
Destino literario escrito en el cuerpo
Una de las poetas más prestigiosas del país leyó sus versos en la Medioteca. Fue el viernes 11 en el marco del ciclo organizado por Eduvim. Cabuchi habló de la poesía en tiempos de la dictadura, los talleres y la figura de su primer maestro, el escritor Alfredo Martínez Howard
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Silvina Mercadal, Marcelo Dughetti y Susana Cabuchi, el pasado viernes 11 de abril

 

Hay una vieja canción de Fito Páez en el disco “Del ´63” que siempre me pareció escrita por Susana Cabuchi. O mejor aún, me pareció que Susana la debió dictar desde aquel año a cualquier sensibilidad futura que se la encontrara en la arena, como una botella al mar conteniendo versos de un poema por reescribirse. Y esa botella fue arrojada en el río de Alta Gracia por una adolescente de 15 años que se estaba yendo de su casa. Por una adolescente que no tenía más que su decisión de ser poeta. Y entonces, desde las márgenes del Tajamar, Susana debió haberle escrito a su propia alma algo muy parecido a esa canción de Fito: No soy un pez ni un arlequín ni un extranjero/ No tengo edad para morir, amo este cielo/ No voy a esperar, alguna vez voy a ser libre/ Libre, mi amor, como el amor, como quisiste/Tengo un pasaporte en el bolsillo para irme de acá/ Tengo una canción en la cabeza y no puedo parar/ Tengo que salir debe haber forma de resucitar/Temo que estoy cerca mientras vos te alejes más y más/ Porque yo, no tengo mapa en este mundo/.
Sin embargo, pocos días después empezarían a operar milagros en la vida de la joven, o acaso ya habían empezado. Porque aquel “pasaporte en el bolsillo” no era ni más ni menos que una tarjeta escrita a mano por el poeta Alfredo Martínez Howard, radicado en Alta Gracia, que moriría pocos años después y que había sido visitado por aquella adolescente desconocida. Y aquella tarjeta decía: Acerco a Uds. una valiosa voz de la poesía joven. La mejor recomendación son sus poemas, desnudos y claros y auténticos. AMH (sic). Susana ya había abandonado su casa paterna en Jesús María y quizás no sabía (o quizás empezaba a saber) que aquella tarde a orillas del río sería una de las últimas en Alta Gracia.  Pocos días después su vida daría un vuelco para siempre. Porque sería aceptada con alegría por aquel grupo de poetas cordobeses al que pertenecían, entre otros, nada más y nada menos que Daniel Moyano, Daniel Vera, Julio Castellanos y Francisco Colombo.  Este último (el fundador del grupo) le propuso matrimonio algunos meses después. Con apenas 17 años, la vida de la “señora de Colombo” empezaría a girar enteramente alrededor de la poesía. O acaso ya venía girando. Porque esa vocación no le fue transmitida por nadie sino que fue encontrada por su propia fascinación en libros escolares, en versos recortados de revistas o en aquellas charlas con Martínez Howard. Y sobre todo en el sello indeleble que estaba escrito en su cuerpo y en su alma como se escriben los destinos: “Serás poeta”. Y con ese mandamiento, aquella chica de 15 años había salido al mundo para que el oráculo se cumpliera.
 
Poeta naciendo a orillas del Anisacate
 
Medio siglo después de los hechos narrados, estoy con Susana Cabuchi en el bar del City Hotel donde se alojó para leer en la Medioteca. Y allí, entre los ruidos a platos de un sábado al mediodía, empieza esta charla.
-¿Qué significó en tu vida la figura de Alfredo Martínez Howard?
-Yo creo que si he podido escribir, publicar y hacer que mi vida girara en torno a la poesía, que si anoche (por el viernes 11 de abril) he leído acá en Villa María  y hoy estoy sentada con vos haciendo esta nota, se lo debo a él. Imaginate que una tarde, él recibió a una niña de 14 años que sin conocerlo se había tomado el colectivo de Alta Gracia a La Serranita para hablar con “el poeta” y contarle que también escribía versos…
-¿Y cómo te recibió el maestro?
-Con muchísimo respeto. Tanto él como su mujer. Yo le llevé mis primeros poemas, escritos por necesidad, sin experiencia. Pero él los leyó con mucha seriedad y respondió favoreciendo mi entusiasmo. Después fue a su biblioteca y empezó a sacar libros: Dostoievski, Salinger, Miguel Hernández… Cuando la tarde terminaba, dijo “léalos a todos y vuelva”. Fue su modo extraordinario de empezar a enseñarme. Al punto que durante toda mi vida y también como coordinadora de talleres intenté hacer lo mismo.
-¿Cómo es eso?
-Que mi idea fue tratar al tallerista como alguien que por el hecho de haberse anotado en un taller daba muestra de una pasión que merecía ser atendida y que seguramente favorecería su escritura. Siento que Alfredo me trató como a una poeta, no como a alguien que recién se iniciaba. Me enseñó así que se debe estimular y esperar al otro. La función del coordinador es guiar hacia lo mejor de cada uno.
-¿Y qué pasó con Alfredo?
-Murió poco tiempo después. Estaba muy enfermo y por recomendación médica hacía reposo. Pero a veces salía a caminar conmigo para ver el río Anisacate. Pienso en todo lo que me dio y entiendo que también mi admiración y mi compañía le daban la oportunidad de ayudarme, aun para cuando él ya no me viera. 
 
Preparativos del silencio
 
 -Llama la atención que, con tu precocidad en la escritura, hayas publicado recién a los 30 años…
-Es que a nuestra generación no le interesaba la publicación. Crecimos aprendiendo que lo sustancial de la poesía estaba en el proceso. Si publicábamos, era porque un editor se interesaba. Nunca hubiésemos pagado para ser editados o publicitados en los medios. A nosotros eso nos hubiera parecido una grosería…
-¿Cuánto tiempo participaste en “El Taller del Escritor”?
-Muchos años. Pero en el período del golpe de Onganía dejamos de reunirnos por un tiempo. Y en el 74, con el asesinato del gremialista Atilio López, se cortó abruptamente. Mi marido era secretario general del Sindicato de Prensa y debimos marcharnos.  Hay quienes dicen que el terrorismo de Estado empezó el 24 de marzo de 1976, pero comenzó mucho antes. A partir del 74, muchos escritores se exiliaron, fueron asesinados o forzados al silencio.
-¿Y ustedes? 
-Con mi marido tuvimos un exilio interno, que acaso sea peor. Estuvimos largo tiempo fingiendo, viviendo como si no pensáramos. A eso se nos había condenado. Había una viñeta de Quino que lo graficaba muy bien. Un hombre caminaba por la calle y de sus pensamientos salían frases y contradicciones, una maraña compleja y volcánica de ideas. Pero al pasar cerca de un militar, sus pensamientos se convertían en una línea recta (risas).
-Llama la atención que en una ciudad donde se escribía mucho desde la tradición barroca, tus versos fueran breves como “haikus” japoneses…
-Es que tenía que ver, precisamente, con ese silencio autoimpuesto, con ese “decir sin decir” que no dejaba de ser un modo de resistencia. Y por supuesto con mi amor por la poesía oriental.
-Finalmente en el 78 aparece “El corazón de las manzanas”, en pleno Gobierno militar…
-Habían matado a tanta gente ya, que no podíamos seguir callados. Había que romper ese silencio. El Colegio Médico entonces ofreció publicar mi primer libro, ilustrado por Hugo Bastos. Y acepté.
-Ese libro fue tu debut y a la vez tu consagración…
Ese libro fue prologado por Alejandro Nicotra y obtuvo el tercer premio del concurso “Dupuytrén” en Buenos Aires. Al primer premio lo obtuvo Alberto Girri y al segundo, Joaquín Gianuzzi. ¿Lo imaginás? Yo era del interior y fui a recibir el premio con esos reconocidos poetas. No era la consagración, pero era la felicidad.
-¿Ahí nace tu amistad con Gianuzzi?
-Cuando recibí el premio, Joaquín y su esposa, la novelista Libertad Dimitropoulos, me preguntaron dónde paraba. Le di la dirección de la única pensión que me podía pagar. Esa misma noche fueron a buscarme para alojarme en su casa. Desde entonces, cada vez que iba a Buenos Aires me recibían ellos. 
-Volvía a funcionar la tarjeta de presentación de la poesía como en tiempos de Martínez Howard…
- Así es y yo trato de imitar lo que recibí. Lo vivo con colegas y con alumnos de taller que pasan a formar parte de mi familia. Hace unos años, cuando enfermé, el poeta Daniel Mariani que hace 14 años trabaja conmigo buscó -y consiguió-  por la ciudad sangre “RH negativo”, que es mi grupo. ¿Se puede llamarlo tallerista? Es de la familia, como mis dos hijas, como Alfredo Martínez Howard, como muchos que persisten en las labores del poema.
-Como tu exmarido Francisco…
-También, por supuesto. Antes de separarnos él me dijo “Susana, esto es tuyo”. Y me entregó la tarjeta con la que Alfredo Martínez Howard me había recomendado al grupo. Aún la guardo y siento que ellos me acompañan todavía…
Susana posa para la foto en el bajorrelieve “estilo griego” del hotel. Allí atrás, entre el banquete en la acrópolis, han de estar las musas que le dictaron sus cuatro fabulosos libros (breves y precisos, serenos y apasionados), esas musas que la protegieron como ángeles de la guarda ante la adversidad. Porque para los dioses griegos no hay nada más importante que el cumplimiento del oráculo. Y que las ninfas quinceañeras tocadas por la poesía no se queden solas tirando botellas al mar, sino que tengan una familia, un “mapa en este mundo”, un Olimpo de amigos en el banquete de sus corazones. 
 
Iván Wielikosielek




Susana Cabuchi nació en Jesús María en 1948 y está radicada en Córdoba. Ha publicado cuatro poemarios por editoriales cordobesas: “El corazón de las manzanas” (E. y G. López Editores, 1978), “Patio Solo” y “Album familiar” (ambos por Alción Editora, 1986 y 2000, respectivamente) y “Detrás de las máscaras” (Ediciones del Copista, 2008).
Su antología “El dulce país y otros poemas” apareció en 2004 en Buenos Aires por el Ministerio de Educación, Ciencia y Tecnología de la Nación. Ha recibido distinciones nacionales e internacionales, ha sido incluida en numerosas antologías y sus textos fueron traducidos al francés, portugués, árabe e italiano.
Ha dictado talleres literarios en Argentina y países limítrofes y actualmente trabaja en la Biblioteca Córdoba.
 
La carta
 
Ha llegado la carta. 
Está sobre la mesa,
al lado de las flores.
La miro largamente.
Conozco la letra.
 
Pero la leeré
a la medianoche,
cuando los trenes
que pasan hacia el norte
hagan temblar
los vidrios de la casa.
 
(De “Patio Solo”)

 
“Quiero agradecer especialmente a Marcelo Dughetti y a Eduvim por la invitación a este ciclo. "¡Espero seguir viniendo, seguir apoyando estos esfuerzos y estos logros!”
El próximo jueves 24 a las 20.30 en el café de la Medioteca, leerán las poetas Eugenia Cabral de Córdoba y Alicia Giordanino, ballesterense radicada en Villa María. 


 

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