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27 de Abril de 2014
GONZALO VEGA
Para que el amor le gane este primer plano al odio
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Hace apenas dos meses que el joven fotógrafo rosarino se ha radicado en Villa María. Sólo se trajo su cámara y cientos de fotos que tomó durante 2013 en la región chaqueña, como miembro del grupo de ayuda humanitaria “SOS Aborigen”. Las imágenes de la vida cotidiana de tobas y wichis que Gonzalo retrató esperan una sala en la ciudad para ser expuestas y, sobre todo, muchos corazones dispuestos a ayudar

El país que no se ve

No es casualidad que haya sido la primera foto que tomó Gonzalo en su viaje al norte. Fue una toma a quemarropa. Casi un fusilamiento artístico a una niña cuya realidad no tiene nada de “artístico”. No es casualidad, tampoco, la cara de esta niña toba que es, seguramente, la de toda su comunidad ante el “hombre blanco”; esa etnia que primero les robó las tierras y luego la dignidad, pero que luego no los indemnizó ni con las bondades del hábitat perdido ni con los derechos de cualquier ciudadano argentino. La cara de esta niña, además, es la que seguramente pondría cada toba y cada wichi cuando la demagogia nacional declara por altoparlantes que “la patria es el otro” (siempre y cuando ese “otro” no sea indio ni forme parte de otras minorías como los trabajadores honestos o los buenos estudiantes). Y, mientras tanto, por lo bajo, estos chicos bajan una bandera en medio de una tierra que no los incluye en absoluto. Una tierra baldía y sin frutos hacia la cual los fue sitiando la sojización y los plaguicidas. Y en ese gueto moderno, todos estos argentinos (¿hará falta repetir que son argentinos?) no gozan de ningún derecho constitucional, ni a la salud pública y gratuita ni a una mínima atención médica primaria. La educación, por su parte, es tan precaria como sus viviendas de barro y telas. Y en cuanto a la desnutrición infantil, en algunos poblados compite con el Africa de los documentales y arrojaría números escandalosos de no ser por los grupos de ayuda humanitaria como “SOS Aborigen” o la Comisión Proaborigen 19 de Abril, de Villa María, o tantos otros grupos que desde distintos puntos del país han salido en misión humanitaria.
Sí. Aún pienso que no es casualidad que la cara de esa chica sea un verdadero grito de guerra toba al hombre blanco. Un grito que pareciera ser el de Luca Prodan cuando dice: “¡Esta sí que es Argentina!”. Pero tampoco fue casualidad lo que le pasó a Gonzalo durante el segundo viaje. Porque justo cuando los muchachos de la ONG se volvían a Santa Fe, la chica lo llamó y le regaló su sonrisa más luminosa para el click de su cámara. Al ver esa otra foto, me he dicho “ésta sí que es Argentina también”. Esa de la cual nos sentimos orgullosos. Esa que aún mantiene la dignidad en pie. Esa única que ante la adversidad se vuelve un país de verdad; el único capaz de vencer a ese otro país hecho de “mentiras inclusivas”, a ese negativo tan “negativo” que no queremos para nuestra foto nacional. Y esa otra Argentina que no se ve, es la única que ha sido capaz de un milagro hecho imagen: arrebatarle el primer plano al odio y poner en su lugar el amor; sacar a empujones al egoísmo y poner en su lugar la luz, esa solidaridad que espera volver y ser millones.
 
La imagen como testimonio artístico y sensible
-¿Cómo es, Gonzalo, que te embarcás a las comunidades toba y wichi de El Chaco?
-Fue muy loco porque un día mi cuñado de 12 años me dice: “Quiero conocer Purmamarca pero mi vieja me quiere llevar con los indios”. Cuando le pregunté a mi suegra, me habló de una fundación de ayuda humanitaria en la que había empezado a colaborar. Así que, sin saber nada, le pedí el teléfono, me contacté con ellos y les propuse ir a sacar fotos. Por suerte me aceptaron. Siempre había querido hacer algo así, pero no había tenido la oportunidad.
-¿Te referís a que siempre habías querido hacer una fotografía con mayor compromiso social?
-Exactamente; porque antes en Rosario había hecho mucha foto artística y también algunos ensayos sobre payasos, una fábrica de vidrios y un club de box. Pero quería otra cosa. Hoy, lo que más me interesa, es la fotografía documental. Prefiero mostrar algo, contar una historia, relatar un drama. 
-¿Y cómo te preparaste para ese primer viaje iniciático?
-Investigando mucho, leyendo, viendo videos... pero me dije que mi misión fundamental tenía que ser la de registrar el lugar y la gente de la manera más fiel. Como no conocía nada de las comunidades, no sabía si llevarme un teleobjetivo o un lente normal. Pero antes de viajar, viendo el documental de un fotógrafo de guerra, aparecía una frase de Robert Kappa que fue una revelación. Decía: “Si no tienes fotos buenas es porque no te acercaste lo suficiente”. Y ahí me dí cuenta que el teleobjetivo era inútil, que había que estar donde se cocinan las cosas y no sacando fotos de lejos como un “paparazzi”.
-¿Te costó mucho la aceptación de la gente?
-Sí, creo que eso es más difícil que la fotografía en sí;  llegar a la gente y que no se sienta invadida. Los aborígenes son bastante cerrados, pero es gente muy buena. 
-¿Por qué elegiste blanco y negro?
-Porque le da un poco más de dramatismo a las imágenes. No es que quise hacer un drama, pero cuando no está el color de por medio las fotos llegan más. Además, esa textura tiene que ver con los primeros documentales, con el primer cine y la primera fotografía. Y quería emparentar mi trabajo a esa tradición. 
-¿Te acordás de la primera foto que sacaste en El Chaco?
-Sí. Fue apenas llegué en mi primer viaje, que fue en julio del año pasado. Le saqué a una nena sin pedirle permiso y me miró con un odio tremendo. Me sentí muy mal, me dije “la estoy molestando, la estoy invadiendo”. Pero en el segundo viaje le saqué fotos con su consentimiento e incluso ella me lo pidió cuando nos íbamos. Y mirá, la nena parece otra persona...
-Hay muchos chicos en tus fotos, ¿fue difícil conseguir su colaboración?
- No, porque son chicos muy buenos y súper solidarios. Si a veces te parecen tímidos o algo ariscos, es porque muchos no entienden bien nuestro idioma. Ellos nacen hablando toba o wichi y aprenden el castellano en la escuela, “el castilla”, como le dicen. Pero fuera de eso, están acostumbrados a compartir. Un día en la escuela dieron una bolsa de caramelos y uno que tenía dos se me acercó y me dio uno a mí porque no tenía. Se lo acepté, pero me partió en dos. Pensé en ese pibito muchos días.
-¿Cómo se relacionaron los chicos con tu cámara?
-Con entusiasmo. A tal punto que un día en la escuelita de Pozo del Algarrobo un pibe me la pidió. Quería saber cómo se sacaba una foto. Así que se la dejé en automático y se la di. El nene salió al patio y al rato vino con unas 10 fotos. ¡Y maravillosamente la mitad eran buenas! Eso es muy difícil de conseguir la primera vez y más si no estás metido en el mundo de la imagen, como ellos. Cuando volví a Rosario, pude conseguir cuatro cámaras y mandárselas a la escuelita. Eso fue en octubre.
-¿Y pudiste ver lo que sacaron?
-Precisamente a fin de año le escribí al director de la escuela para eso. Pero me dijo que los pibes no las habían podido usar porque hacía más de 20 días que no tenían clases. Y todo porque el oficialismo había perdido las elecciones y los habían “castigado” cortándoles el agua y el control sanitario.
-¿Cómo pudo haber pasado eso?
-Eso pasa siempre y no me extrañó. En septiembre, cuando hicimos el segundo viaje, lo planteamos como una visita sanitaria con un pediatra, una ginecóloga y un médico general. Estuvimos tres días en Techap, pero como el partido político que gobierna el lugar había perdido las preelecciones, no les avisó a ellos que llegábamos. Así que tuvimos que ir a buscar a las familias al monte. Hacía un calor impresionante y encontrábamos una casita por hora. La política los tiene muy acorralados con el tema de los votos. 
-¿Cuál fue tu rédito personal tras el viaje?
-Si bien al volver a tu casa abrís la canilla y sale agua o comés tres veces por día, de alguna manera me acerqué bastante a lo que ellos viven. Y eso te abre la cabeza. Estuve unos días con muy poca agua y comiendo una sola vez al día. Después de un viaje así, respetás y valorás más. Aunque suene egoísta, volví contento; aunque con la sensación de que se podría haber hecho un poco más. Y ojalá que siempre sea así, que siempre tenga esa sensación, porque ahora sólo pienso en un nuevo viaje.
Iván Wielikosielek
 
Fundación SOS Aborigen
Creada en 1994 por Alejandro Montagne, Gustavo Galarza y Eloy Baigorrí en Santa Fe, “SOS Aborigen” es un grupo de ayuda humanitaria sin fines de lucro. Constituida legalmente desde 2002, la fundación trabaja muy especialmente con los grupos wichis y tobas de la región chaqueña y ha llevado a cabo proyectos de agua potable y donaciones de ropa, útiles escolares, comida y medicamentos.
En la última misión humanitaria de septiembre de 2013, la fundación entregó alimentos a 248 familias con un promedio de 8 integrantes cada una. Vale decir que se prestó ayuda a unos 2.000 aborígenes argentinos. En atención primaria se trabajó en detección de enfermedades, atención y derivación de personas con enfermedades crónicas, exámenes ginecológicos, atención psicológica primaria, educación y atención dental. El grupo estuvo en Pozo del Algarrobo, Techat II, Paraje Chegué, Techat I, Paraje La Medialuna, Las Hacheras, Las Carpas, Miraflores, Fortín Bravo, Campo Medina, Campo Cacique y La Reserva. Además, entregaron 500 bolsas de ropa, 100 bolsas de calzado, 50 pupitres con silla, 20 colchones y 40 cajas con medicamentos para dejar como reserva en los dispensarios y para uso del personal médico. El  jefe de la tribu toba, Anastasio Peñaloza, fue quien les abrió las puertas a los miembros de la fundación. 
Para información, colaboración y donaciones, comunicarse al teléfono fijo 011-4583-7110 o al e-mail: mariaelenagil@sosaborigen.org.ar 
 

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