Argentina, España, Grecia, Alemania, Estados Unidos, Portugal, Brasil, Canadá e Israel. Es ver la lista y pensar que se trata de un inventario del grupo “Q” del mundial. Pero no: si canadienses e israelíes hubieran clasificado, habría sido la muerte del evento máximo del fútbol, que ya demasiado tiene con Bosnia, Irán y Argelia.
En realidad, la nómina corresponde a algunos de los países dónde el célebre arquitecto Santiago Calatrava ha desarrollado sus obras. En nuestro país, por ejemplo, Buenos Aires hospeda su “Puente de la Mujer”. “Será el puente ‘Andá a Labar los Platos’, será”, dice uno de esos insoportables y machistas conductores de taxis de la capital.
Merced a su talento creador, óptica vanguardista y una agenda de contactos repleta de los garcas que tienen la sartén por el mango, Calatrava ha desplegado sus trabajos en varias de las ciudades más icónicas del mundo. En la mayoría de los casos se trata de construcciones de llamativo diseño con ese tono futurista que al nacido en España le ha significado fama y prestigio.
Hasta ahí todo muy lindo. Lo podrido empieza cuando uno empieza a hurgar en su historial y a comprender que más que genio, el señor es un hijo de mil pugnas: se la pasa de juzgado en juzgado. Ocurre que muchas de esas maravillas que estimulan la visual del viajero y por las que diferentes municipios han pagado millones y millones de dólares para su edificación, son en realidad un fraude. Enormes fallas estructurales y de funcionalidad en las construcciones (que además de puentes, incluyen estaciones de trenes, aeropuertos, auditorios, centros de convenciones, museos y torres de oficinas) son apenas una parte del oscuro legado de Calatrava: lo peor está en los casos de corrupción que lo envuelven y que incluyen acusaciones por sobreprecios y demás chantajes supuestamente organizados con distintos gobernantes. No por casualidad muchos de ellos le han dicho: “Vos tenés mucho futuro en la política, hijo”.