Por Pepo Garay
Especial para EL DIARIO
Es tan lindo el Valle de Ongamira. Tan lindo es que cuando el viajero le atraviesa el lomo, siente que el alma se ablanda. Es esa suavidad del paisaje lo que decide los latidos, unos pastizales que se despliegan como alfombras jugando con la parte plana y las colinas, así, notables. La cadena no es colosal, pero si muy viva y todo muy desolado, campo, arbolitos y camino de tierra sin tránsito. Casi nadie vive por estos parajes perdidos del norte de la provincia de Córdoba. Un lugar que no pertenece al Valle de Punilla y que tampoco es territorio de lo que llaman los “históricos caminos del norte”, los de la ruta 9 y alrededores. Un lugar, en fin, que es otra cosa.
Por ahí se deambula. Viniendo desde el este (en los alrededores de la también recluida Estancia Jesuítica Santa Catalina), lo único que da certeza de la llegada al Valle es uno de esos carteles turísticos y azules del estado provincial. Porque pocos referentes hay para suponerle los límites al área, preciosa acuarela de verdes, zigzagueos, alambrados y aquellas laderas que parecen de algodón, a la que uno piensa que puede subirse flotando y lanzarse rodando cuesta abajo, como si tuviera 10 años. Vienen algunos nombres al ruedo, el Colchiqui, el Pajarillo, el Aspero. Todos promedian los 1.600, 1.700 metros de altura. Picos que se extienden hasta los límites de la panorámica, con la aparición de piedras por ahí, sueltas, que dan cuenta de la intensa actividad telúrica desarrollada allí hace varias decenas de millones de años atrás.
Y en eso, unas descomunales piedrotas de rojizo que son montañas surgen del suelo y aclaran que en el interior acogen a las Grutas de Ongamira. Se trata de un predio privado donde se contactan directamente tales cuevas. Un camino repleto de mística que va con la piedra al suelo y al techo y después se escapa hacia arriba (15 minutos demanda el recorrido), dónde un mirador de pura roca brinda unas perspectivas alucinantes de toda la zona. Las grutas propiamente dichas son espacios cubiertos por las sombras, la humedad y las goteras de los paredones. Eran rincones muy especiales para los comechingones (otrora paisanos) e incluso pueblos anteriores, quienes encontraban en el lugar un refugio sustentable (diversidad de objetos pertenecientes a las distintas comunidades han sido hallados con los años).
Triste historia
El cerro Colchiqui trae a la conversa más profundidades sobre los antiguos habitantes del Valle. Dice, con pena, que desde sus alturas los indios (mujeres y niños incluidos) se lanzaban al vacío para no caer en manos de los españoles. Los habían batallado y mantenido a raya con coraje primero, pero al darse cuenta de que ya no podrían vencerlos, prefirieron el periplo de la muerte. Corría el año 1574.
Se ve que el espíritu combativo quedó dando vueltas por ahí porque, a principios de 2008, los lugareños en lucha evitaron la instalación de empresas mineras que querían explotar las riquezas minerales que brotan de los pagos.
Cómo llegar
La manera más sencilla de llegar a Ongamira es dirigirse a Capilla del Monte (250 kilómetros desde Villa María) y continuar unos 8 kilómetros por la ruta nacional 38. Después, hay que desviar a la derecha en el cruce y atravesar unos 18 kilómetros más de ripio (a mitad de camino se ubican Los Terrones).
Otra opción es ir hasta Ascochinga (215 kilómetros al norte de Villa María) y desde allí tomar el camino de tierra que pasa por la Estancia Santa Catalina y que luego desvía al este hasta llegar a Ongamira (desde Ascochinga, 45 kilómetros).