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29 de Abril de 2014
Salud mental
¿Cómo funciona la ansiedad crónica?
El miedo se apodera de ti. Empiezas a sudar frío, a temblar. Suben las pulsaciones y experimentas malestar físico. Sientes que no puedes respirar y la cabeza no para de tener pensamientos sobre todos los posibles escenarios negativos- fatalistas que pueden ocurrir si das un paso
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El trastorno impide que quien lo padezca salga de casa, trabaje o, incluso, duerma

 

Se tra­ta de un tras­tor­no que pue­de to­mar el con­trol de la vi­da de una ma­ne­ra tal que im­pi­de que quien la pa­dez­ca sal­ga de ca­sa, tra­ba­je o, in­clu­so, duer­ma.
Apro­xi­ma­da­men­te una de ca­da 14 per­so­nas en el mun­do ex­pe­ri­men­ta an­sie­dad en al­gún mo­men­to. Si bien es­ta afec­ción pue­de ser le­ve, cuan­do se ma­ni­fies­ta de una for­ma ex­tre­ma, evi­ta que quien la su­fre lle­ve una vi­da nor­mal.
Scott Stos­sel, es­cri­tor y edi­tor de la re­vis­ta es­ta­dou­ni­den­se The Atlan­tic, lo­gró du­ran­te mu­cho tiem­po man­te­ner su an­sie­dad en se­cre­to, pe­ro al fi­nal fue tan agu­da que ca­si se pier­de su bo­da.
Co­mo es­cri­tor, las gi­ras pa­ra pro­mo­cio­nar sus li­bros son una fuen­te tan es­tre­san­te que de­ci­dió es­cri­bir uno so­bre es­ta con­di­ción: The Age of An­xiety (La era de la an­sie­dad), que re­sul­tó en otra no me­nos es­tre­san­te gi­ra.
"Pa­ra mí, la an­sie­dad pue­de ser un sen­ti­mien­to ge­ne­ra­li­za­do de preo­cu­pa­ción", le ex­pli­ca al pro­gra­ma Health Check de la BBC. "Una preo­cu­pa­ción so­bre ca­da po­si­ble re­sul­ta­do ne­ga­ti­vo en el que an­ti­ci­po lo peor".
Pe­ro Stos­sel tam­bién tie­ne ma­ni­fes­ta­cio­nes más se­rias que se ex­pre­san con ata­ques de pá­ni­co. "Es es­ta in­ha­bi­li­dad de pen­sar con cla­ri­dad, em­pie­zas a su­dar y a hi­per­ven­ti­lar, sien­tes que no pue­des res­pi­rar y te aprie­ta el pe­cho, y tie­nes di­ver­sos ma­les­ta­res gás­tri­cos. Pue­de ser ate­rra­dor y muy in­có­mo­do".

In­cer­ti­dum­bre
 
Se­gún los ex­per­tos, la an­sie­dad con­sis­te en una va­rie­dad de mie­dos que tie­ne la gen­te, de los cua­les, uno o dos son más pro­mi­nen­tes.
"Si bien se tra­ta de un pro­ce­so nor­mal que to­do el mun­do tie­ne en al­gún mo­men­to y que es im­por­tan­te pa­ra man­te­ner­te a sal­vo, la an­sie­dad cró­ni­ca es mu­cho me­nos co­mún", le di­ce a la BBC Nick Grey, psi­có­lo­go del Cen­tro pa­ra la An­sie­dad y Trau­mas del Hos­pi­tal Mauds­ley en Lon­dres, Rei­no Uni­do.
"Una de­fi­ni­ción ra­zo­na­ble es la sen­sa­ción de preo­cu­pa­ción, el mie­do que tie­ne la gen­te an­te un re­sul­ta­do in­cier­to", agre­ga.
Pe­ro, ¿qué ha­ce que unas per­so­nas su­fran de an­sie­dad agu­da y otras no?
Stos­sel siem­pre pen­só que sus fo­bias eran fru­to de las preo­cu­pa­cio­nes de su ma­dre. Por eso, cuan­do fue pa­dre, se ocu­pó bas­tan­te en no ma­ni­fes­tar sus mie­dos de­lan­te de su hi­ja.
Sin em­bar­go, cuan­do su hi­ja te­nía 7 años, la mis­ma edad en que se em­pe­za­ron a ma­ni­fes­tar sus fo­bias, ella las em­pe­zó a de­sa­rro­llar de una for­ma muy si­mi­lar.
"Pa­ra mí fue tan­to des­co­ra­zo­na­dor co­mo fas­ci­nan­te ver que al­go así es­ta­ba en los ge­nes", con­fie­sa.
Pe­ro es­to no quie­re de­cir que los ge­nes son el úni­co res­pon­sa­ble de la an­sie­dad. Tam­bién es­tán las cir­cuns­tan­cias de la vi­da y un com­po­nen­te de suer­te.
"Po­de­mos de­sa­rro­llar an­sie­dad cró­ni­ca a par­tir de ca­si cual­quier es­tí­mu­lo que es­té aso­cia­do con al­gún ti­po de ex­pe­rien­cia trau­má­ti­ca", se­ña­la Grey.
Mu­chas de las per­so­nas que su­fren de an­sie­dad sue­len es­for­zar­se mu­cho en di­si­mu­lar­la, por mie­do a que otros lo vean co­mo al­go ma­lo.
"Siem­pre tie­nen el te­rror de que des­cu­bran su per­so­na­li­dad an­sio­sa", ex­pli­ca Stos­sel.
Es­to con­tri­bu­ye más a la an­sie­dad, "por­que te es­fuer­zas tan­to en man­te­ner es­con­di­da esa vul­ne­ra­bi­li­dad que tie­nes po­ner mu­cha ener­gía en ello y eso cau­sa an­sie­dad adi­cio­nal", agre­ga el au­tor.
Clai­re su­fre de an­sie­dad so­cial. Cree que su tra­ba­jo es el de­sen­ca­de­nan­te.
"En mi ofi­ci­na hay per­so­na­li­da­des muy fuer­tes, es­to no sig­ni­fi­ca que sean ma­los. Só­lo que me po­ne más pre­sión por­que sien­to que ne­ce­si­to ser co­mo ellos", cuen­ta.
Es­ta mu­jer, quien no quie­re ser iden­ti­fi­ca­da, ex­pli­ca que al prin­ci­pio no­ta­ba que cier­tos even­tos -co­mo reu­nio­nes y po­nen­cias- le di­fi­cul­ta­ban dor­mir por la no­che. "Has­ta que ya no po­día dor­mir en to­da la no­che por­que es­ta­ba de­ma­sia­do preo­cu­pa­da".
"Me preo­cu­pa­ba ha­blar con cier­tas per­so­nas en la ofi­ci­na", y em­pe­zó a te­ner sín­to­mas tí­pi­cos de an­sie­dad.
Si bien la an­sie­dad no se pue­de cu­rar, la bue­na no­ti­cia es que sí se pue­de tra­tar pa­ra que el pa­cien­te apren­da a ma­ne­jar­la.
Uno de los tra­ta­mien­tos que pa­re­cen fun­cio­nar me­jor es la te­ra­pia de ex­po­si­ción, don­de la per­so­na se so­me­te a si­tua­cio­nes que le ge­ne­ra­rían an­sie­dad.
Clai­re ha pa­sa­do por va­rios tra­ta­mien­tos y to­ma me­di­ca­men­tos in­hi­bi­do­res se­lec­ti­vos de la re­cap­ta­ción de se­ro­to­ni­na.
"Hi­ce un cur­so de te­ra­pia de com­por­ta­mien­to cog­ni­ti­vo, lo que me ayu­dó a reen­tre­nar mi ce­re­bro en neu­tra­li­zar los pen­sa­mien­tos ne­ga­ti­vos con los más ra­cio­na­les", se­ña­la.
Pa­ra man­te­ner los ni­ve­les de adre­na­li­na ba­jos, va al gim­na­sio tres ve­ces por se­ma­na.
Aun­que el tra­ta­mien­to que le ha da­do los me­jo­res re­sul­ta­dos es la te­ra­pia de ex­po­si­ción, en la que la per­so­na se ex­po­ne a si­tua­cio­nes in­có­mo­das pa­ra en­tre­nar al ce­re­bro a que no se con­ge­le cuan­do es­té an­tes si­tua­cio­nes si­mi­la­res de la vi­da real.


Fuen­te: BBC, Lon­dres.


 

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