“La caricia que nunca olvidaré”
El obispo de Oberá, Misiones, recordó para Jujuy al Momento, su experiencia con Juan Pablo II, cuando aún era seminarista, la que reproducimos para nuestros lectores.
“Recuerdo vivamente el día en que Karol Woytila fue elegido Papa, en octubre de 1978. Cursaba tercer año de secundario en el Instituto “San José” de Arroyo Cabral, mi pueblo natal, en la provincia de Córdoba.
Estábamos en un recreo y un profesor nos comentó: ¡“Han elegido Papa a un cardenal polaco de 58 años”! No lo puedo explicar, pero “de entrada” comencé a “sentirlo cerca” a Juan Pablo II, aunque jamás imaginé que iba ser “el Papa de mi vocación, de mis años de seminario, de mi juventud, y de 18 años como sacerdote…”.
Hoy el Papa Francisco nos sorprende con muchas actitudes de cercanía, pero quienes seguimos de cerca a Juan Pablo II recordamos que el “lenguaje de los gestos” fue una de las cosas más impactantes de su ministerio pastoral, como tomar niños en sus brazos, saludar, reír, romper protocolos y medidas de seguridad, abrazar a los enfermos y jóvenes, visitar fábricas, villas, hospitales, cárceles… Todo esto como joven me conmovía y percibía que Dios me hablaba y me llamaba al sacerdocio a través de las palabras y gestos de Juan Pablo II.
Recuerdo aquel mediodía del 13 de mayo de 1981. Era mi primer año de seminario. Estábamos almorzando cuando el rector -hoy actual arzobispo de Córdoba, Carlos Ñáñez- nos informó acerca del atentado contra la vida del Papa. ¡Todos corrimos, primero al televisor para conocer las últimas novedades y luego a la capilla, a rezar y rezar por su pronta recuperación!
Lo que nunca imaginé es que en abril de 1987 podría estar tan cerca de Juan Pablo II en la misa por las familias que presidió en Córdoba. A cuatro seminaristas que estábamos en el último año de formación y ya éramos diáconos, nos informaron que debíamos servir en el altar. Entonces decidimos sortear para saber a quién le tocaría proclamar el Evangelio y… me tocó a mí… ¡Pueden imaginar la emoción y la alegría, compartida por tantos familiares, amigos y gente de mi pueblito natal, que me felicitaban casi como sintiendo que por mi intermedio, la bendición de Dios a través del Papa llegaba a ellos!
Pero la sorpresa mayor fue cuando antes de comenzar la misa, Juan Pablo II, con absoluta serenidad, en medio de una agenda tan apretada, saludó uno por uno a quienes lo asistiríamos en el altar. Los diáconos éramos los últimos de la fila. Recuerdo que al acercarse a mí, en vez de darme la mano, me acarició la cara con su mano pequeña y cálida, gesto que nunca he olvidado ni olvidaré…
A los pocos meses fui ordenado sacerdote y puedo afirmar que su estilo de pastor marcó mucho mi ministerio: su calidez humana, su intensa vida espiritual, el modo de celebrar la misa, su amor filial a la Virgen María, su infatigable ardor misionero, su mansedumbre y valentía, han sido una verdadera escuela de formación sacerdotal.
Dios me dio la gracia de poder estrechar su mano en Roma en 1994, durante un viaje que me obsequiaron cuando era párroco de Monte Buey, en la Diócesis de Villa María, Córdoba. ¡Tampoco lo esperaba! ¡Fue otra sorpresa de Dios!
Los momentos culminantes de su vida me dolieron el alma: su enfermedad, el último Vía Crucis, aquella salida al balcón en la que no pudo hablar… y el anuncio de su “partida a casa” fue como la muerte de un familiar directo. Por un lado la sensación de orfandad, por otro, la certeza de su llegada al cielo de su Santidad y al mismo tiempo “sentirlo” más de cerca que nunca.
Cuando el 27 de septiembre de 2008 me presenté en la Nunciatura en Buenos Aires, en donde me informaban que Benedicto XVI me nombraba obispo, en la sala de espera me topé con un cuadro de Juan Pablo II. Les comparto algo que pocas veces dije; al mirarlo escuché su voz en mi corazón que me decía: “No tengas miedo, yo te ayudaré”.
Monseñor Damián Bitar, Obispo de Oberá (Misiones)