No solamente por los 5.000 trabajadores que están haciendo todo para que las funciones en Córdoba no fallen. Tampoco porque es lo más teatral de la compañía, ni que el público posee un contacto más directo con los personajes. Menos aún por la historia, donde el cortejo (corteo) se convierte en un desfile alegre, pensada por un payaso. Así, el payaso muerto imagina cómo será su funeral, entre la fiesta que se produce abajo y los ángeles que esperan su llegada.
Corteo comienza con su puesta. El Cirque du Soleil, logra que ningún cronista pueda cumplir bien con su labor. Porque nunca se podrá describir todo lo que pasa. Pero haremos el intento.
Lleno de personajes, de momentos, es único, emotivo, mágico. No se necesitan magos en el show para que la magia llegue y golpee con fuerza. Una fuerza que impacta y nos deja pasmados ante tanto despliegue. Ante tanto malabar, ante cada risa o momento del circo. Un circo, vale aclarar, que es más que eso. Es una compañía que comenzó en la calle, para mostrar que eso que se vive allí nació en los barrios de Canadá. En lo callejero la realidad superaba la ficción, para que luego la imaginación no tuviese límites. El escape de lo real, el ir más allá, el siempre poder hacer algo nuevo, algo más espectacular es lo que se logra cuando las luces se apagan y dan rienda suelta a la ilusión.
Reinventar el circo, como habían dicho en la presentación, con un cambio radical. Convertirlo en algo bestial, con la sorpresa de quienes lo ven y no pueden entender tantos recursos y tanta sensibilidad.
Hablar de sí mismos
El escenario circular es donde se dan todas las vivencias. En el medio de la carpa que tiene público en todos lados ningún detalle se escapa. Ni siquiera la banda que en vivo toca toda la música que es escucha. La melodía acompaña, los cantantes son justos para el momento. Y el espectáculo comienza con candelabros que bajan desde lo alto. Allí, los ángeles son trapecistas o viceversa. Mauro, el personaje principal, comienza a imaginar su funeral. Acostado, empieza a dar sentido al cortejo.
Juegan en la cama los trapecistas, su amigo “el Payaso Gigante” -llevado a cabo por Victorino Luján, único argentino en toda la compañía- lo llora, para luego aparecer en todas las vivencias. Porque más allá de lo circense, el mensaje corre por otra parte. Con dos momentos el show presenta los personajes y va dejando una impronta de la que es difícil alejarse. Con guiños a lo local, en los chistes aparecen Belgrano, la “Mona” Jiménez y todo lo necesario para terminar de encantar al público.
Uno de los momentos más importantes es cuando el ángel le da el traje de payaso. Mauro se da cuenta que con eso recordará su vida. Desde chico, hasta cuando se transforma en un payaso reconocido. Entre chistes y emociones, la noche transcurre con relaciones que a priori no son posibles. Lo trágico con lo risible, el Payaso Gigante con los enanos. La muerte, su funeral, que es mostrado con la gracia típica del payaso. Esa posibilidad de ver todo desde otra perspectiva. Un homenaje a la vida, para festejarla con la magia intacta e impactante de esta compañía. Pero insistimos, es imposible de explicar. Hay que verlo para entender todo y para preguntarse más, con las acrobacias, con los malabaristas, con las bailarinas, los trapecistas… con los payasos, con el circo y su forma de renacer, de resignificar todo, que, como una colega contó el viernes por la noche, es la mejor manera de pasar por acá.
Juan José Coronell