Las revelaciones que Ida Rosa Mansilla, vicedirectora del IPEM 59 Abraham Juárez, secundario del barrio San Martín, hace sobre la realidad de su escuela golpean fuertemente.
“Hace un tiempo teníamos bastantes barritas en la puerta del colegio vendiendo droga. No digo que ahora no ocurra, pero no en gran medida, se ha dispersado hacia otros lados, la droga está instalada en la sociedad. Pero en el turno noche, tenemos gente golpeando la ventana para vender un porro a los alumnos”, confiesa.
La escuela sufrió muchos robos, pero con la presencia de un policía durante todas las noches lograron frenarlos. “Cuando llego a la mañana me dice el policía que se escucharon pasos en los techos durante toda la noche”.
Las realidades de las familias inciden directamente en el comportamiento de los alumnos en el aula. “Acá a muchos chicos no puedo decirles que voy a llamar a los padres a hablar conmigo ante una mala conducta porque me responden, ‘mi mamá está en la cárcel y mi papá también, por vender drogas’, ante eso qué podemos hacer nosotros para cambiar la realidad del chico más que apenas contenerlo”, su planteo no tiene respuesta.
Cada anécdota de Mansilla genera asombro. Las armas, en la institución, también son un problema y, al respecto, recuerda: “Hemos tenido algunos hechos de violencia extremos, a punto de que hace un tiempo atrás un chico vino y le apuntó con un revólver a otro acá adentro. Es una realidad con la que tenemos que convivir”.
Antes de llegar a la institución, la vicedirectora, reconoce que “pensé que al barrio se lo había estigmatizado”, pero el tiempo la puso frente a la realidad, “me di cuenta, estando acá, que casi todo el prejuicio que hay sobre el barrio pasa de verdad”.
Educar, cuando el apoyo de las familias a veces es nulo, no es una tarea sencilla. “Hay madres que te dicen que no mandan más al chico a la escuela porque le va mal, y nos llega una notificación del Juzgado diciendo que el chico tiene que estar escolarizado porque está judicializado. Tenemos muchísimos chicos judicializados por distintas causas”, afirma.
La tarea de las psicopedagogas es constante. “Hay días que llegás y no sabés a qué hora te vas a ir porque es un problema atrás de otro, pero hay mucho compromiso social de nuestra parte”, considera.
Mansilla destaca como fundamental “tener los límites firme”, en la tarea de educar en ese contexto. “Es una lucha terrible entre la escuela y la calle y, definitivamente, hay días que la calle nos gana por goleada”, reconoce, con un dejo de resignación.
D. S.