Las esquirlas de una bala calibre 22 apenas hirieron a Alexis Quevedo, de 19 años, el viernes 2 a la medianoche. En la esquina de Monteagudo y Mendoza quisieron matarlo por causas que todavía se desconocen y, llamativamente, el intercambio de disparos no sobresaltó la atmósfera en la que viven los vecinos del barrio San Martín.
Hubo un tiempo en que un artículo de la jamás escrita ley de la calle amparaba a que el bardo entre uno o más jóvenes se dirima a las trompadas. Actualmente, y desde no hace poco tiempo, las armas remplazaron los puños cuando de terminar con una discusión se trata.
El sigilo de los vecinos es ensordecedor. El silencio es como un chaleco antibalas. Una especie de blindaje que nadie quiere abandonar. No te deja exento de recibir disparos, pero reduce las posibilidades de que una bala golpee la puerta de tu casa. Por eso, todos los que dialogaron con EL DIARIO accedieron a hacerlo sólo bajo el resguardo de su identidad.
“¿Miedo? Yo soy cristiana, no tengo miedo a nada porque rezo y me encomiendo a Dios. Rezo mucho por esos chicos que veo pasar por la calle desde la ventana, que son muy pequeños, no tienen nada que ver, pero quizás algún día les toque andar con un arma y drogas”. La vecina habla desde atrás de la puerta de su casa, que apenas abrió unos 15 centímetros, enclavada en la esquina que fue escenario de los estruendos de la pólvora hace una semana.
“Los tiros se escuchan casi todos los fines de semana, a plena luz del día -cuenta-, el barrio es peligroso las 24 horas, yo creo que por problemas de drogas”.
A un par de cuadras, un vecino nos desafía: “¿Cómo consiguen las armas? De la misma forma que las drogas. Subite a un remís, decile que querés comprar drogas y vas a ver que te lleva sin problemas. Con las armas pasa lo mismo”.
Coincide, este hombre robusto que no hace mucho se mudó al barrio, que las drogas son el centro de la disputa, pero también describe que hay una especie de disputa territorial. “Esto pasa hace mucho, se c... a trompadas y el que pierde al otro día lo va a buscar con un arma. Que pasen en moto y tiren un par de tiros al voleo es algo común”.
Todos los vecinos que son espectadores de estas guerras urbanas tienen dos cosas en común: el silencio y el miedo. “No se puede decir nada. He visto a p... de 13 años con chumbos en la cintura, que andan en barritas. Muchas veces apenas son rozados por una bala o les da en una pierna, entonces no se entera nadie que sucedió”, se queja.
Un almacenero, que vive en el lugar hace 16 años, se quedó sorprendido cuando un chico le mostró las municiones pegadas en la espalda. “Vino, se levantó la remera y me mostró las heridas. Para ellos es algo normal, cotidiano”. Dice que la presencia policial es escasa, y que hace poco le desvalijaron la casa. Pide que obviemos el nombre de su negocio y, al igual que el resto, le echa la culpa a la droga por los tiros que adornan el radio sonoro del barrio San Martín.
Damián Stupenengo