Egipto no es sólo pirámides, faraones y turbas iracundas levantando revoluciones que derrocan a gobiernos corruptos, totalitarios y asesinos para en su lugar colocar gobiernos corruptos, totalitarios y asesinos. También es, nada más y nada menos, una de las médulas del mundo. Róbele el mapa a su hijo de 12 años impunemente y fíjese cómo en el centro del planisferio aparece el país en cuestión, justo en el medio de Africa, Europa y Asia ¿Otra que pupo global no?
Bueno, pues resulta que por su localización estratégica, la nación árabe se da el lujo de contar con el único punto de conexión entre el Mar Mediterráneo y el Mar Rojo (o como algunos lo llaman: “Mar te fuiste al descenso y no vas a volver nunca pero nunca más”), y lo que es lo mismo: el único paso navegable para enlazar Europa con Asia sin tener que perder dos o tres lustros bordeando el Africa. Se llama Canal de Suez, y está ubicado en la región del Sinaí, más precisamente en el istmo de Suez. Tiene alrededor de 160 kilómetros de largo. Más o menos la distancia que hay de Villa María a Canals. O si sirve de referencia, de Balkanabat a Kaplankahur, Turkmenistán.
Fue inaugurado en 1869 y desde 1975 funciona ininterrumpidamente viendo pasar infinidad de barcos que posibilitan que los malayos coman más pasta italiana y que los griegos usen más lámparas chinas que se rompen a los 14 segundos de uso. Antes de eso, estuvo varios años cerrado a causa de los conflictos de Egipto con Israel.
Allá por fines del Siglo XVIII, el mismo Napoleón soñó con abrir el dichoso canal. “Buenísimo, ahí tenés un pico y una pala”, le bromeó uno de sus mariscales de campo. Todavía lo están buscando entre la arena.