Es difícil describir lo que se siente en el barrio Felipe Botta cuando hay múltiples miradas y versiones. Están los que creen que la Policía no actúa y deja a los vecinos librados a la inseguridad. Y están los pibes que se sienten hostigados por la fuerza injustamente.
Están los que tienen temor y dicen que así "ya no se puede vivir" y por otro lado se encuentran quienes aseguran que pese a que la situación es complicada, "nadie nos molesta" y no temen problemas.
Lo que sí queda en evidencia es una realidad compleja, con diferentes aristas, a la que aparentemente el Estado no ha podido -o no ha querido- atender.
Hablamos con muchos vecinos del sector, en donde el viernes 2 de mayo fue baleado Matías Fernández (20), por razones que se desconocen.
El primer contacto es con dos mujeres, que están sobre Teniente Ibáñez, frente a la plaza del barrio, lugar al que muchos sindican como el escenario de los mayores conflictos. Cuando se aprestan a hablar con EL DIARIO, se escucha una voz masculina desde unas de las habitaciones de la casa: "No le cuentes nada, éste (en referencia a este cronista) le bate a la cana".
Lo dice a los gritos y provoca que un joven que camina por el espacio verde situado enfrente, se acerque con cara de pocos amigos. No obstante, el pibe cambiará rápidamente de actitud y charlará afablemente. "Detuvieron a uno de los chicos por disturbios en la vía pública, la cana lo apretó para que hablara e involucró en un robo a otros que no tuvieron nada que ver. Entonces, el hermano de uno de ellos se vengó", asegura en relación a los disparos sufridos por Matías.
A pocos metros de allí, también frente a la plaza, un hombre da pitadas a su cigarrillo mientras observa a seis niñas y niños que andan en bicicleta. "A las 7 de la tarde los tengo que meter a todos adentro porque ya no se puede estar más en la vereda. Hemos perdido la tranquilidad. Está jodida la cosa y muchos p... andan armados, ya a los 12 años", señala.
Un señor, nativo del barrio, dice ser el padre del pibe herido de bala. Cuando estamos charlando con él, un joven en bicicleta le avisa que a su hijo lo pasaron a sala común del Hospital Pasteur (una alta fuente del nosocomio, consultada por EL DIARIO posteriormente, lo negó, aunque aclaró que evoluciona favorablemente en la Unidad de Terapia Intensiva).
No habla de las causas del ataque, lo que sí asegura es que "estamos pasando un momento difícil".
En la calle Ramiro Suárez, un matrimonio y su hija están haciendo el almuerzo. "Es un momento bravo. El otro día, unos chicos se amenazaban y uno no dudó en decirle que iba a buscar una cuchilla. Por la zona de la plaza el tema está jodido", cuenta la señora. "Te aprietan, si pasás por ahí te piden que les compres una Coca- Cola y si no lo hacés se arma lío", añade. La pareja asegura que la "zona roja" es la de la plazoleta. A una cuadra de la misma "ya hay más tranquilidad y a nosotros, por ejemplo, nadie nos molesta".
Sobre la Intendente Urtubey, un abuelo está cerrando la puerta de su garaje. "Sí, estamos en una etapa complicada. Miedo no tengo, pero me preocupa que a los niños les pase algo", declara. "Sé que el otro día balearon a uno en la plaza. No sé qué hay detrás. Estamos bastante solos. La Policía y la Justicia no hacen nada, pero los policías la padecen cuando vienen. Días atrás los llenaron de piedras. Cuando pasan en el móvil, los reciben a pedradas", dice.
Un vecino añade luego que recientemente "tiraron piedras al colectivo, que no quiere pasar más por acá".
Una señora vuelve de trabajar caminando sobre la calle de tierra. Acepta las preguntas de este matutino y dice que no tiene temores. "El problema es la plaza. Allí se pelean y se drogan. Fuera de eso, vivimos bastante tranquilos. No molestan a los demás, hay algo entre ellos en esa zona", dice.
En la esquina de Ramiro Suárez e Intendente Poretti hay un grupo de dos varones (luego se suman otros dos) y dos chicas. Primero actúan con desconfianza, lo que se revierte al rato. Explican que a ellos "nadie" los molesta. Aseguran que existe un conflicto que, desde sus miradas, fue armado por la Policía, que "aprieta para que algunos involucren a otros" en casos de robos y luego se suscitan episodios de venganza entre jóvenes del sector.
"Es mentira que acá anden todos armados. Nosotros no vemos a nadie", subrayan.
Un pibe dirá que es asediado por los uniformados. "Cada vez que frena alguien frente mío, creo que me vienen a detener. Casi no salgo de mi casa, por miedo. No puedo ir ni a laburar porque me llevan por merodeo", relata. Sus amigos asienten. El dice que esta situación la padece desde que era adolescente. "He estado preso infinidad de veces, cuando me agarraban un viernes me pasaba 48 ó 72 horas en un calabozo, por simple merodeo", cuenta.
"No puedo ni ir a trabajar. Hago changas y cuando salgo del barrio me llevan en el patrullero", dice visiblemente apesadumbrado.
Diego Bengoa
La marihuana no es su patrimonio
Varios entrevistados hablaron del impacto de la droga en el sector. "Viven drogándose en la plaza", dice un hombre que habita frente a ese espacio verde. Cuando hablan de drogas, refieren a "un fuerte olor que se siente cuando uno camina cerca".
La más común es la marihuana. Muchos fuman porros, algo que no es patrimonio exclusivo del Botta sino de todos los sectores sociales de Villa María y Villa Nueva. Por eso, se la percibe en la costanera, en plazas de distintas zonas y en los boliches más allá de cuál sea su target.
La droga no es patrimonio exclusivo del Botta. Vincularla sólo a sectores alejados del centro es arbitrario, falso y además hipócrita.
Lo que sí es característica de los pibes del sector es la estigmatización, cierto hostigamiento policial y menos oportunidades que la que tienen los jóvenes que se criaron en otros barrios.