“Yo nací el 11 de mayo, pero el año no me lo acuerdo bien”, jura Francisca. “De 1911”, completa su hija.
Francisca Rodríguez cumplió ayer 103 años. Es, sin duda, una de las habitantes de la ciudad más longevas. En una pequeña casa en el barrio Carlos Pellegrini, recibe la visita de EL DIARIO de pie y decide no sentarse hasta que no finalice la charla.
Extiende las manos para saludar, sonríe y parece hacer un esfuerzo permanente para lograr apenas espiar a través de unos ojos que hace ya unos años empezaron a bajar la persiana.
“Me gustaba mucho leer, pero no puedo hacerlo porque desde hace unos años la vista no me ayuda, por eso ahora hago colchas, tejo cuadrados y los voy uniendo”, cuenta Francisca, de evidente buen humor. “Siempre está con ese humor”, asevera Ninfa, una de sus tres hijas, antes de ir a buscar las colchas. “Ella tiene una casita, pero me la traje a vivir conmigo porque no tengo quién la cuide”. Francisca tiene tres hijos varones en la ciudad, dos mujeres y una tercera en Hernando. El mayor de sus hijos falleció y hoy llora, remarca, porque el menor no la visita.
Ninfa cuenta que su madre llegó a la ciudad “más o menos” en el año 50, proveniente de su natal Río Segundo y Francisca sigue el relato: “Me trajo mi primer hijo, al que ya me lo llevó la muerte. A él lo había ocupado con un verdulero de Río Segundo y ese señor viajaba hasta acá con frutas y verduras. Así mi hijo conoció a otra persona que le dio trabajo, se quedó y después me trajo a mí”.
¿Cómo anda de memoria? “De las cosas de antes me acuerdo”, responde e inmediatamente empieza a contar sin que se la vuelva a interrogar: “Me criaron en el campo en el medio de las cabras, las ovejas, los caballos y las vacas. La vieja que me crió era una tía política. Cocinaba el maíz amarillo, lo hervía y me lo daba con leche y arrope, eso se llamaba mote. No conocíamos el pan”.
La lucidez es notable. “Son muy pocos los que llegan a esta edad, ¿no?”, interpela y se ríe. Ninfa describe que “de la mente está muy bien, nunca amanece perdida ni nada por el estilo”, y Francisca bromea: “Todavía no, Dios quiera que no, ja ja”.
Mencionar a Dios no es casualidad. Es testigo de Jehová desde hace 50 años. Va a misa todos los domingos, predica y hace poco se vio obligada a dejar de asistir al templo religioso los miércoles “porque como es a la noche, dice que la oscuridad la marea”, repasa su hija.
“Soy devota del Dios de los cielos y ese Dios no se ve, pero él hace las cosas. Hace llover en la tierra para que la tierra produzca alimentos para nosotros”, esa es la respuesta de Francisca sobre el secreto para vivir tantos años. Para su hija, algo tiene que ver también la copa de vino que se toma cada día.