Tomás Elio Rolando, el enamorado del bandoneón, el músico elegante que elige la nota adecuada para transportarla al pentagrama y transformarla en melodía para el ritmo del arrabal.
En algún momento se lo puede escuchar solo, irradiando el sonido de su música y la letra de su mensaje tanguero. Suena su bandoneón, para que se adapte alguna voz que se desgarre en el tono más alto. Y el cantor se emociona, el cantor se envuelve en su canto para demostrar su calidad a Tomás.
Uno de los últimos de la vieja guardia que continúa su andar por los escenarios, y no está agotado, tampoco vencido, porque al tango él lo mantiene, lo quiere y lo idolatra.
En las orquestas que intervino siempre armonizó con su sabiduría, un fácil entendimiento. Enseña a comprender al tango. Se hace una pasión escucharlo para aprender.
Lo verán pasar, se siente reconocido pero no famoso, aunque lo sea. Nació y creció para ser humilde, sencillo y buen amigo. Y el tango lo adoptó, es un hijo del tango, una leyenda y un maestro, como le dicen los que lo admiran.
Ahora está interpretando el tango "Quejas de bandoneón", pero el instrumento no se queja, sólo percibe ese sentimiento que él le da y le responde a su manera.
Tomás Elio Rolando, el del sombrero. En cada presentación suya lo reconocerán en la orquesta "A puro tango" o en la orquesta municipal. En algún lejano día que abandone sus actuaciones, escribirá en sus memorias, sus historias tangueras. Y entonces los que lo escucharon leerán en silencio su escrito.
También se lo verá por las calles caminando, donde siempre en cada esquina encontrará a aquel conversador que hable sobre Carlos Gardel, Aníbal Troilo o Juan D'Arienzo y el recuerdo que dejó el pasado.
Maestro, este sencillo reconocimiento en nombre de los que te conocen y te aprecian.
Miguel Angel Rolando