Escribe: Raúl José
La muerte lo tenía que sorprender. De otra manera no lo iba a vencer.
Veglia era así: tomaba decisiones en un minuto porque no era un intelectual de la política. Era un trabajador.
Siempre dijo que era ejecutivo y por eso no quería cargos legislativos.
Apenas asumió la Intendencia en 1987 compró el Palace Hotel para hacerlo Municipalidad.
Lo compró en 400 mil pesos después de una reunión con sus colaboradores que duró apenas una hora.
Era tozudo, caprichoso y a veces triste.
A las seis de la mañana estaba en su despacho y no tenía horario de regreso a su casa.
Subía a un tractor o camión para recorrer los barrios y vaya si no encontraba a los miembros de su gabinete para que lo acompañaran.
Veglia sabía llamar al chofer oficial de la Municipalidad a las 7 de la mañana para decirle que a las 7.30 salía para Buenos Aires.
Una vez viajó con 40 grados de fiebre.
Era un caminante de los barrios, suficiente motivo como para ganarle las internas radicales a Valinotto y Baysre en 1987.
Uno de los hechos quedó en la historia: mientras Valinotto organizaba una comida para 1.500 personas en el Molino Fénix, días antes de los comicios partidarios, Veglia estaba en su local de La Rioja y Estados Unidos con no más de 40 seguidores. Sí, 40 contra 1.500, pero ganó él.
Era amante de los suburbios, no del centro.
Su primera gestión fue puro vértigo, la segunda lo desgastó y nunca debió aceptar la tercera.
Todos, amigos y oposición, le admiraban su sorprendente capacidad de trabajo.
No obstante, hace un par de meses, tomando un café en el bar del Hotel San Remo, Veglia le reconoció a este periodista: "Si de mi decían que era un laburador, este ‘Gringo’ (por Accastello) me ganó".
"Ahora disfruto de jugar campeonatos de bochas en los pueblos, que es mi pasión. La gente me recuerda y me dice que yo era un intendente más peronista que radical, pero todo eso ya pasó".
La muerte lo tenía que sorprender, indudablemente.
Tozudo como era, de otra manera no lo iba a vencer.