Está en el fondo de Córdoba. Pero en el fondo mismo. A 75 kilómetros de Mina Clavero, unos 370 de Villa María, donde el Valle de Traslasierra y la provincia se extinguen, para ir dándole espacio a San Luis y su referente Merlo. De título lleva La Paz, combinando perfecto con el paisaje. Una región que no tiene más que eso: paz, merced a unas Sierras Grandes que de tan grandes son bonachonas, y unos aires de pago chico irresistibles. En realidad, el poblado es un acopio de comunas, ya que además nuclea a los parajes de Cruz de Caña, Quebracho Ladeado, Loma Bola, Las Chacras y La Ramada. Todos juntos suman cuatro mil y pocos habitantes, bastante gente de otras latitudes, que una vez que vieron lo que había para sentir, se quedaron para siempre.
Los aromas de la aldea
Complicado hablar de un lugar donde no hay nada y hay todo. Una plaza risueña que se traga el sol de las quebradas, bien dispuesta con la iglesia que mira de reojo y algún vecino que pasa como quien vive en un rincón del mapa. Hay una casilla de atención al turismo que poco movimiento tiene, porque pocos son los que se acercan a conocer este encanto de pueblo (por desgracia o por suerte, dependiendo del punto de vista). Hay una calle principal que no sólo va asfaltada, sino también adoquinada, y es rara y llamativa, y se va a perder entre los bosques nativos “prácticamente vírgenes”, según cuentan los lugareños.
Aquellas primeras postales alcanzan para entender la parada. La Paz es viejita, casi tres siglos los que cuenta. La Casa de la Cultura y Patio Colonial, el Museo de piedras y fósiles y varias casonas con cara de almacén de ramos generales, están de informadores de lo voluptuoso de la línea del tiempo local. Es eso, es lo añejo que combina con lo natural. Y cómo no gustar del convite cuando viene con el aire puro de las sierras, ninguna gran construcción (los únicos inmuebles de porte son los de talante colonial, hosterías algunos), yerbas aromáticas honrando el ambiente.
Tras esas fragancias va el viajero, y en las afueras (cabe preguntarse que es “adentro” y que “afuera” en lo escueto de la aldea) descubre las plantaciones de menta, de peperina, de poleo, y los paisanos que las cultivan, las eligen, las miman y las venden. Otro tanto ocurre con las aceitunas, caídas de aquí y de los pueblos aledaños como Luyaba. De los olivos sale el aceite de oliva, claro, puro y buenísimo para derramarlo sobre el pan casero. Lo mismo con los dulces, el de ciruela, por ejemplo, o los quesos de cabra o la miel. Todo producido aquí nomás, autentico de verdad.
Hacia el cerro
Luego del zarandeo por los atributos del municipio, toca irse a juntar con las montañas, que hace desde antes del arribo que están llamando. En ese sentido, el Cerro Loma Bola es la opción sencilla y relajada, bien a lo local. El Circuito “Vía Crucis”, que llega a la cima, demanda un kilómetro de trepar, 20 minutos, 30 acaso, para apenas acusar mil metros de altura sobre el nivel del mar. Pero qué suficientes que son, para apreciar en nueva cuenta lo lindo que es todo esto, lo verde. Después está el bautizado como Cruce de los Arroyos, el Arroyo La Higuera en Las Chacras y algunas ollitas que forma. También la travesía hasta la cercana comuna de Corralito.
Hay que ver lo generosa que es la creación, las Sierras Grandes, con los límites de Córdoba. Hay que ver la paz que hay en La Paz.