Dirigida desde el año 2000 por su creador, el maestro Alberto Bacci, la formación cuenta con una quincena de músicos y tres cantantes. Pero por sobre todas las cosas, se enorgullece de ostentar una mixtura generacional que va de los veinte abriles a las siete décadas, casi como una definición de la fabulosa atemporalidad del dos por cuatro
Visita al maestro
El maestro Bacci me espera en su casa. Propuso que la nota fuera con almuerzo incluido y acepté. Sin embargo, cuando me abre la puerta no me parece estar frente a un maestro del tango, sino ante un monje budista o acaso un sacerdote del tiempo medieval. Con la cabeza rapada como en un monasterio y una camisa simple que se parece a una túnica, Bacci me hace pasar al comedor pero también a lo más profundo de su corazón. Y de lo primero que me habla es, efectivamente, del cristianismo, de su fe en la Virgen (hay imágenes de María por todas partes) y de sus raíces eslavas, como las de este cronista. “Una abuela mía era ucraniana y me enseñó ruso. ¿Sabés cómo se dice “carne”? me pregunta sacando una tira de asado que pronto meterá al horno. ¿Y “pan”? ¿Y “agua”? ¿Y “vino”? me dice, señalando todos esos elementos sobre la mesa. Acierto y se pone contento, como si yo le hubiera presentado una credencial de hermandad espiritual insobornable. El tema siguiente tiene que ver con la literatura. “Nunca me gustó la poesía, excepto esto”, me dice. Y me pasa una estampita de la Virgen con un poema de Teresa de Jesús. El poema dice que cree no por la promesa de un cielo. “Esto sí que me llega ¿y a vos”. “Está muy bueno, Bacci”, le digo. Y entonces, mientras saludo a su hijo Daniel que ha venido a compartir el almuerzo, el maestro pone la carne en una bandeja y la mete al horno despreocupadamente, casi como si no lo hubiera hecho. Entonces recuerdo los versos de un amigo que dicen “la mejor forma de hacer un asado es no haciéndolo”. Pura sabiduría zen que el monje Bacci maneja a la perfección. Acto seguido se sienta, me ofrece vino y me dice que me ponga cómodo, que si quiero empezar con la nota le pregunte. Pero no empiezo por la orquesta sino por él. ¿Cuándo y dónde empieza a tocar el piano?, le pregunto. Me dice que a los ocho años (esto es en el año ´42, me digo) en una academia. ¿Música clásica?, pregunto. “Música clásica”, me responde. Y ya veo que me las tendré que ver con un hombre lacónico, un monje de pocas palabras que acaso alguna vez ha hecho votos de silencio. Pero no me importa; la entrevista debe seguir, me digo.
Breve charla con un monje del dos por cuatro
-¿Y ya sabía que quería tocar tangos a los 8 años?
-Era imposible que me sustrajera al tango, porque el ochenta por ciento de la música que se pasaba por radio era eso, tango. Ni siquiera folclore. Tango. En la academia tocaba música clásica, pero llegaba a mi casa y tocaba lo de la radio, que era tango. Todo de oído.
-¿Y era bueno sacando temas?
-Tengo que decir que sí, o que al menos me hacía admirar por la gente que venía a visitarme. Pero era precario; sacaba la melodía sobre todo.
-¿Y cuándo empieza en una orquesta?
-A los 16 años, en la característica de Vilmo Pesci. Pero no hacíamos nada de tango, ¿eh? Eran todos valses, boleros y algo de jazz. A los 20 años entro en la primera orquesta de tango que se había formado en Villa Nueva y que dirigía un compañero mío que falleció, Julio Sarasa. Después toqué con otras orquestas, como la de Deolindo Piñero. Hacíamos el estilo Di Sarli.
-¿Cómo es el estilo Di Sarli?
-Con preeminencia de la melodía por sobre el ritmo y de las cuerdas por sobre la percusión. Un tango sensible y simple.
-Pero usted es fan de Horacio Salgán…
-Sí, pero ese es un estilo para exquisitos. Hay que estudiar mucho para tocar como Horacio. Yo mismo ya no lo puedo hacer. Desde que dirijo la orquesta y no me siento más al piano que no lo puedo tocar. Para que te des una idea de lo que fue Salgán, Stravinski pidiéndole a Lalo Schiffrin que le tocara temas de Horacio…
-¿Se interesan por el tango los músicos de las nuevas generaciones?
-La realidad es que el setenta por ciento de nuestra orquesta está conformada por gente joven de veintipico de años, casi todos estudiantes de la carrera de música de la Universidad o egresados del Conservatorio, así que se interesan.
-¿Y cómo es para esos chicos pasar de la música clásica a la ciudadana?
-Al principio el tango les resulta más difícil que la música clásica pero es normal, porque en el tango hay lo que en lunfardo se llaman “yeites” y que son las trampitas que se hace en cada instrumento. Pero como son tan buenos músicos, agarran todo enseguida. Los yeites son la marca registrada del porteño, que es compadrón, expresivo, sentimental… Y el tango también es todas estas cosas también. Incluso generoso, como el porteño.
-Los yeites no se escriben en la partitura ¿no?
-En principio, no. Pero hay un libro de Horacio Salgán donde explica cómo se debe tocar el tango “en porteño”. Pero es muy difícil de estudiar, es de muy mucha altura.
-Me dice que ya no toca el piano en la orquesta, que sólo la dirige, ¿no extraña el instrumento?
-Para nada. Ahora voy a los ensayos, me siento, y me dedico a escuchar. Antes, cuando tocaba y dirigía, se me escapaban muchos detalles del sonido…
-Además de dirigir la orquesta, usted hace los arreglos…
-Sí, y quisiera que a eso lo pusieras; que además de sentirme orgulloso de la orquesta mi único orgullo personal pasa por escribir los arreglos. Creo que ahí es donde está mi visión del tango, mi sensibilidad, y además…
Pero de pronto el maestro Bacci se ha quedado mudo y ha mirado tranquilamente hacia el horno. Acaso porque el cálido perfume del asado ha sahumado la casa con un aroma de banquete. “¿Podés apagar el aparato que vamos a comer?”, me dice sonriendo. Y Bacci camina lentamente hacia la cocina, destapa el horno y saca la bandeja con un costillar de un dorado perfecto. Luego lo pone en una tabla y lo parte en pedazos generosos. Y por un momento me siento como ante los viejos patriarcas bíblicos; “así debe haber partido la carne Abraham y Moisés para sus hijos”, me digo. Y don Bacci también la parte para su hijo Daniel y también para mí, que soy amigo de su hijo. En sus manos, la carne de vaca me parece carne de cordero. Tierna y humeante como los viejos sacrificios antes del éxodo egipcio.
“¿Y la Virgen, muchacho? ¿Qué pensás de la Virgen? -me pregunta- Porque lo que es a mí, me ha cuidado siempre…”; pero no espera la respuesta y empezamos a comer en paz ese asado que el maestro hizo “sin hacer”. Cuando tras los postres pretendo seguir con la entrevista, Bacci me dice que lo dejemos por ahora “tengo un sueño tremendo y debo dormir la siesta. Muchos me preguntan cómo llegué a los 79 años tan bien. Bueno, esa es la respuesta, muchacho, la siesta. Pero antes que te vayas, te quiero mostrar el nuevo piano”. Y una vez ahí, en una sala con cinco muebles de ocho octavas de dentadura, Bacci me da un miniconcierto de diez minutos. “El día que me quieras”, “Boedo”, “Volver”... Luego, a pedido mío, toca “Madreselva”, de Gardel. “A esa la cantaba mi madre todo el día”, me dice el hombre que a modo de coda interpreta una joya de Salgán y da por terminado el recital. Don “Pocho” es un pianista exquisito aún cuando está apurado por hacer la siesta. Se lo digo a mi manera, pero no parece con ganas de aceptar cumplidos. “Esta noche vas a escuchar algo mejor en el ensayo. Los tres pianistas que tengo tocan mucho más que yo”, me dice. Y entonces el hombre rapado como un monje budista, generoso como un príncipe y devoto como un patriarca eslavo, se despide de mí en la puerta. “Dasvidania, málchik”. “Dasvidania, daragói stáret”, le contesto. Y la puerta de la casa de Bacci se cierra como un monasterio lleno de pianos y de imágenes de la Virgen, esa madre espiritual de la especie que aún lo cuida.
Ensayo de orquesta
Lunes a las diez de la noche cuando llego a la sala del museo Bonfiglioli y suena “Libertango”. “Todavía no empezamos el ensayo, esto que escuchás es tango a la parrilla” me dice Bacci, acaso como una reminiscencia musical del almuerzo. Pero lo cierto es que se trata de una versión potentísima y plena de libertad. Entonces compruebo lo que el maestro me dijo por la mañana: la mezcla generacional. El bandoneonista Tomás Rolando con su vitalidad y su campera de cuero, está más cerca de Mick Jagger que de Aníbal Troilo. El cantante Carlos García, 30 años menor que Rolando, tiene la juventud de un rocker y a la vez la formalidad de un Julio Sosa. Las chicas de los violines como el chelista y el pianista, son todos veinteañeros, pero pareciera que hubiesen tocado tango toda la vida. Termina la versión libre y Bacci empieza a caminar entre los instrumentos como un Ghandi. “El ensayo tiene que salir bien para dejarle una buena impresión al periodista” –dice, y todos se ríen. Le comento que con ese fragmento de Piazzolla me alcanza y sobra, que sólo vine a sacar una foto, que la orquesta suena una barbaridad. Pero entonces larga una versión instrumental de “La Cumparsita” en un estilo troileano y sin dar respiro llega “Pañuelito blanco” en la voz de García, un registro clásico acaso inscripto en la escuela de Julio Sosa. Luego vienen “Los cosos de’al lao” por Luciano Soria, abrevando en la escuela de Rubén Juárez. Finalmente Cecilia Briggs canta “Como dos extraños”, con una gran calidad interpretativa y una actitud más cercana al arrabal-rock que al tango-champagne. “¿Y? ¿Qué te pareció? –me dice Bacci- ¿Viste que el pianista era mejor que yo, nomás? -y lo abraza a Lucas- Y acto seguido, el maestro me pasa la lista de la orquesta con sus respectivos instrumentos y edades. En esos momentos, Bacci tiene la misma seriedad que Alejandro Sabella al momento de dar a conocer los convocados para el Mundial. Bandoneones: Tomás Rolando (75), Eduardo Castillo (73) y Joaquín Aguilar (28). Violines: Cecilia Castelli (24, primer violín), Alejandra Longo (30) Giorgina Manti, Luis Segura y Mariana Bono (27). Violoncello: Rafael Riveras (22). Contrabajo: Elías Miles (31). Bajo eléctrico: José Santillán. Cantores: Carlos García (41), Luciano Soria (34) y Cecilia Briggs (27). Piano: Jesica Durbano (31) y Lucas Leguizamón (22). Locución: Edgard Méndez (75). Coordinación: Belén Aimale (25). Dirección y arreglos: Alberto Bacci (79).
La Orquesta Municipal de Música Ciudadana cumple 14 años y lo festeja el sábado 31 en el Centro Cultural Comunitario Leonardo Favio. La ciudad aplaudirá de pie a esta selección de talentos que ya tiene 14 años de trayectoria y ha ganado algo tan grande como un mundial. El prestigio. Esa copa de oro que sólo se obtiene con calidad musical, bondad humana, mucho trabajo y un compromiso inclaudicable en pos de la camiseta.