“Yo sé que mi marido está adentro por algo malo que hizo. Pero sigue siendo persona. Y yo también”, dijo una de las primeras mujeres que empiezan a acomodarse frente al penal de barrio Belgrano para llegar a obtener los primeros números que dan hoy a partir de las 6 de la mañana para ingresar a visitar a su esposo detenido.
Cada fin de semana, se repite el drama de esas mujeres y sus niños que deben dormir a la intemperie para llegar a obtener uno de los primeros números que les permiten acceder al contacto con el familiar detenido.
“Yo soy de Santa Fe, llegué a la mañana y duermo en el auto”, contó una de las mujeres que, enferma de cáncer, viene a visitar a su hijo.
Otras llegan desde San Francisco, Río Tercero, Hernando o Río Cuarto.
Saben que los últimos que ingresan, lo hacen a las 15. Y a las 16 ya tienen que salir.
“Por eso venimos tantas horas antes”, explicó otra de las mujeres. Ella es de Villa María y está embarazada.
Hace un tiempo atrás, se albergaban bajo el techo de un quiosco del barrio, que la Municipalidad obligó a retirar. Luego, podían dormir bajo el ingreso de la Unidad Penitenciaria. También las sacaron de allí.
Con las noches de lluvia y las bajas temperaturas, decidieron improvisar una choza con lonas y palos. “Vinieron las monjitas y nos trajeron colchones y frazadas, para que no pasáramos tanto frío”, indicó.
Esta escena, con 50 mujeres y niños pasando la noche hacinadas en el lugar, se repite cada sábado, para que a las 6 de la mañana del domingo, estén entre las primeras en ingresar a la visita.
Son mujeres. Esposas, madres, tías, hijas que resuelven no abandonar a sus seres queridos en esta situación. No hay la misma cantidad de personas en espera el día de la visita de varones.
Reclamo
“Hicimos el pedido de un refugio en la Unidad Penitenciaria, incluso nos entrevistamos con el director y el jefe de seguridad, pero nos dicen que a ellos no les corresponde hacer nada, que los familiares no son su responsabilidad. También fuimos a la Municipalidad y nos dicen que no es un área de ellos. No pedimos mucho, sólo poder estar bajo techo en las noches de lluvia y un poco protegidas en el invierno”, indicó.
Ninguna se opuso a dar a conocer su identidad, aunque preveían que podría acarrearles dificultadas a ellas o a los familiares alojados en la cárcel. Por esa razón, EL DIARIO decidió no revelar sus nombres.
Malos tratos
No dejaron pasar la oportunidad para referirse a la situación que atraviesan en la requisa. “El mismo cuchillo con el que revisan el jabón, lo clavan en la comida. Terminás comiendo una torta con gusto a jabón. No se juega con la comida”, dijo una mujer de 65 años, indignada.
El otro problema está en las exigencias: “Si te mojás o te embarrás, no entrás. Si tenés campera negra o gris, te la sacan, porque dicen que se confunde con el uniforme de los guardias. Si tenés zapatillas con cámaras de aire, entrás descalza. Y ni hablar del aro del corpiño o los escotes”, revelaron.
Finalmente, dijeron que es casi nula la acción que realiza el juez de ejecución penal, Arturo Ferreyra. “No escucha a los familiares ni a los presos. Demora la firma de papeles para la salida cuando ya está cumplida la condena. Lo pusieron porque nosotros reclamamos y ahora está sentado en la oficina sin dar una mínima respuesta”.