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19 de Mayo de 2014
Miguel Merlín, director del Circo Merlín
"Esto es una fábrica de alegría"
El hombre que lleva más de 30 años en el espectáculo cuenta la intimidad del show circense que visita la ciudad. La vida nómade de sesenta personas
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Del espectáculo participan unos 12 niños cuya escolarización es tan nómade como el circo

 

Detrás de la enorme y farandulera fachada de chapa, agarrada con alambres a unas rejas, a su vez sujetadas a otras tapias metálicas, que se empalmaron precariamente a una improvisada boletería, está el corazón del Circo Merlín.
Una casilla tras otra, ubicadas estratégicamente, forman una especie de muralla sobre el perímetro de la manzana y delimitan la frontera de esta ciudad andante.
La carpa está totalmente a oscuras a cuatro horas de la primera función del domingo. La luz que se cuela entre las grietas de la lona pega sobre las sillas plásticas y apenas dejan ver el rostro de Miguel Merlín, el director del circo.
“A pesar de tanto modernismo, el circo se mantiene vigente porque es lo único sano que queda para divertir a la familia entera”. El hombre defiende lo que considera un estilo de vida porque hace desde los 15 años que decidió ser parte del circo pero, extrañamente, se define así: “Yo no soy del circo, sino que entré hace unos 30 años”. Se acercó un día para ofrecerse a repartir volantes, se dejó atrapar por “este mundo de fantasía”, terminó siendo el director.
 
Un barrio andante
 
En el Circo Merlín trabajan más de 60 personas entre los 25 artistas en escena, utileros, pintores, escenógrafos, capataz de montaje, coreógrafos o electricistas. “Es que esto es como una fábrica… Una fábrica de alegría”, asegura Miguel.
“Quinta, sexta y séptima generación del mismo circo acá, porque están los padres, los hijos, los abuelos, los nietos trabajando”, dice. Un trapecista de 80 años y un acróbata de 7 justifican sus dichos.
Familias enteras que viven en unos 40 carromatos que conforman una especie de “barrio andante” cada vez que llegan a un pueblo o ciudad. Hay, a cálculo aproximado de Miguel, unos 12 niños que van a la escuela más cercana durante los 15 a 20 días que permanecen en el lugar.
“Hay escuelas de circo ahora”, cuenta el director, pero enseguida se explaya sobre cómo es la formación circense hereditaria que tienen en el Circo Merlín. “Este arte se pasa de generación en generación. Los chicos aprenden jugando, mirando a su familia, es algo natural, cuando terminan la escuela, a los 12 años, saben hacer de todo, pero eligen qué es lo que quieren ser acá dentro”.
Miguel jura que habla por todos cuando dice que “ninguno de nosotros nos acostumbramos a llevar una vida estable”. “El que algún día decidió salirse, porque quería que sus hijos tengan otro futuro, terminó volviendo tiempo después”, recuerda.
El Circo Merlín es, según su director, un espectáculo aggiornado a los tiempos modernos. “Tenemos luces robotizadas, vendría a ser un espectáculo teatralizado, pero sin perder la esencia del circo”. “El circo ha tenido un resurgimiento gracias a la posibilidad que se le dio a gente de este ambiente en la televisión en el último tiempo”, considera y hace referencia como ejemplo al espectáculo de Flavio Mendoza.
 
“El circo son ellos”
 
Los circos, en general, tienen un problema concreto contra el que luchan constantemente. “El principal es que en las ciudades hay cada vez menos espacios verdes donde poder asentarnos”.
Cuando dice “asentarnos” mira hacia los costados. Afuera de la carpa principal hay casas rodantes, camiones, casillas, modernas chatas 4x4 y autos extremadamente precarios. En medio de dos casas rodantes, una antena de televisión satelital apunta al sur de la ciudad apoyada en una llanta oxidada.
El circo funciona de enero a noviembre. Se separan un mes.
En este momento hay un representante en la próxima ciudad que visitarán. No saben cuál será hasta último momento y detrás del telón les gusta jugar a adivinar el próximo destino, dentro o fuera del país.
Miguel se pasa las funciones mirando las caras de la gente. Qué los hace reír, para pulir detalles. En varias ocasiones se negará a salir en una foto por una cuestión de respeto a los artistas. Porque “el circo son ellos, no yo”. 
 
Damián Stupenengo


 

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