Tres testigos aportaron ayer detalles sobre los secuestros de sus familiares durante la última dictadura cívico militar, en el marco de la 147º audiencia del juicio por la megacausa La Perla que, por delitos de lesa humanidad, se desarrolla en los Tribunales Federales de Córdoba.
El primer testimonio fue el de Beatriz Echevarría, en relación al secuestro y asesinato de su hijo Pablo Rosales, de 18 años, quien fue secuestrado y fusilado en un enfrentamiento fraguado el 26 de noviembre de 1976.
Pablo era hijo de un oficial aeronáutico y ahijado de monseñor Enrique Angelelli y, por ese vínculo, se pudo conocer que el chico fue acribillado simulando un enfrentamiento, como así también recibir la advertencia de que su familia estaba en peligro.
El joven integraba el Centro de Estudiantes del Colegio de Deán Funes y, según la testigo, se decía que había una lista negra de estudiantes en ese establecimiento, posiblemente armada por los mismos directivos del colegio.
Echevarría, en su testimonio ante el Tribual Oral Federal Nº 1, recordó que el comunicado oficial militar informaba que su hijo era “un dirigente montonero” y que había muerto “en un enfrentamiento”.
“Imposible, tenía 18 años, estudiaba matemáticas y siempre estaba en casa”, relató.
“Pablo era un chico bueno y sé quiénes son los culpables, y a estas personas no les tengo odio, pero sé que son personas malas”, manifestó la testigo.
También declaró Elena Echevarría, tía de Pablo, para aportar detalles de las vivencias familiares en torno al secuestro y asesinato de su sobrino.
Otro secuestro
Antes de pasar a un cuarto intermedio hasta hoy a las 10, declaró Antonio Aredes, quien tiene a su madre desaparecida, Rosario “Charo” Aredes, una trabajadora y delegada sindical de un frigorífico, secuestrada el 26 de marzo de 1976, junto a otras nueve compañeras de trabajo.
Antonio recuerda que tenía 13 años cuando, a las 5 de la mañana irrumpieron en su casa y, al despertar, tenía una bota pisándole la cabeza. Luego lo desmayaron de un golpe y se despertó al otro día a las 10 sin saber qué hacer, ya que era hijo único y su madre era soltera.
El testigo declaró que tuvo que pedir hogar en una familia donde su mamá trabajó como empleada doméstica y evocó que fue compañero de estudios, y en algunos casos de trabajo, de los hijos de los secuestradores de su madre.
“¡Pero qué tienen que ver los hijos de los secuestradores! No me arrastra la venganza, sólo vengo a declarar porque quiero que el que se llevó a mi madre, pague. No tengo una tumba ni a dónde ir a llorarla. Eso no me parece justo”, concluyó el testigo al referirse a su madre desaparecida.