El Renacimiento fue uno de los movimientos culturales más importantes de la historia, torbellino de aires frescos que hace sus buenos seis siglos revolucionó al universo de las artes y las ciencias en todas sus expresiones y por lo tanto, al hombre. Florencia, en el centro-norte de Italia, es el máximo exponente de aquella corriente de pensamiento y acción. Un mapa repleto de obras y aura que simbolizan cómo se iluminó el mundo tras los oscurantismos de la Edad Media. Todo ese auge se desgrana en la visita la capital de Toscana. La de un casco viejo que al viajero le cae demasiado estructurado, sin gritos ni efusividad a la italiana, pero que termina de convencer a quien sea merced a un estilo general solemne y edificios realmente magníficos.
Por ejemplo, está la Catedral de Santa María del Fiore, una de las piezas sagradas del Renacimiento y del gótico. Fachada imponente de crema y negro, detalles por 10 mil y una cúpula que es colosal a los cielos europeos (ay de aquel que no ingrese a ver las pinturas que revisten su lado interior) hacen al semblante de “el” símbolo de la ciudad. Pegado está la plaza del Duomo y la plaza San Giovani, los inmigrantes africanos, árabes y chinos vendiendo pinturas que no pintaron ellos, y la masa de turistas admirando el escenario.
Admirando, porque ahí nomás está el Museo de la Opera del Duomo, la Basílica de San Lorenzo (principios del Siglo XV, de las primeras de la región) y el Palazzo Medici Ricardi, que fuera residencia oficial de ellos, los Medici, la dinastía que dominó la Florencia de la época con fuerte influencia en el resto de Europa (tres de sus miembros fueron papas) merced, entre otras cosas, a una ambición de poder desmedida. Por suerte para los paisanos, y para quien viene de paseo, sus miembros eran también amantes del arte y la cultura, y regaron de maravillas arquitectónicas la urbe.
Y siguen apareciendo los puntos de interés, muy cerca el uno del otro, como la pletórica en arcos Piazza della República, y la Piazza della Signoria, con el Palazzo Vechio (ayer fue residencia de Cosme de Médici, hoy es sede de Gobierno y destaca a partir de la inmensa torre que lo corona) y la Galleria degli Uffizi, que conserva muchas obras de florentinos estrella como Miguel Angel, Leonardo Da Vinci o Boticelli. Igual o más prestigiosa es la Galleria Dell’Academia, hogar del mundialmente conocido David, de Miguel Angel. Y hablando de glorias italianas, la Iglesia de Santa Croce (1296, la mayor iglesia franciscana del mundo), donde además de “Michelangelo” duermen el sueño eterno Galileo Galilei y Maquiavelo, por sólo nombrar algunos personajes históricos.
Al otro lado del Arno
Para cruzar el río Arno existen múltiples puentes, pero ninguno ostenta la fama del Vecchio, que es de origen medieval y se parece a una calle común y corriente, repleta de negocios de joyas. Ya en la orilla sur, la ciudad se pone más auténtica, más de barrio y locales tomando su capuccino. Un edificio sobresale, monumental y majestuoso: el Palazzo Pitti (Siglo XV).
Entre el deambular, las calles viejísimas, los aromas inspiradores que aún persisten, una pequeña colina lleva hasta la Piazzale Michelangelo, coronada por una réplica en mármol del David. Igual no es ésa la gracia del paseo. El galardón hay que buscarlo apoyado en la baranda, en el disfrutar desde arriba de Florencia, sus cúpulas y su estampa renacentista.