Por Pepo Garay Especial para EL DIARIO
Salta es sin ningún tipo de dudas una de las ciudades más bonitas de nuestro país. Una urbe de carácter bien marcado, que reúne cantidad de puntos álgidos para hacerse acreedora de los piropos de la tribuna. Tradicional, porque nació hace más de cuatro siglos y conserva las raíces de un pueblo chico, a pesar del medio millón de habitantes. Notable, porque mezcla en su centro loada arquitectura colonial, iglesias, palacios y otros edificios históricos. Auténtica, porque la hacen sambar paisanos acostumbrados al tempo cadencioso del norte.
Es tocarle la médula y darse cuenta de los modos añejos del lugar. Las señoras de las clases bajas llevan un caminar lejanísimo y venden sus manufacturas en plena calle. Las de la clase alta también están, y aunque tampoco hagan tanto alarde, ayudan a explicar el cómo de una provincia en la que los que mandan (muy pocos) viven acostumbrados a mandar desde hace mucho. El resto, bien, gracias. Surge aquello en la charla con cualquier salteño con libros encima, con lo suficiente para trazar unas líneas y decir lo feudal del diagrama.
Pero lo viejo no sólo existe en esos modos, sino también en la arquitectura. Se relame el viajero que deambula por el centro, por las peatonales Alberdi, Caseros y Florida, sonríe con los aires buenos de Salta y se choca al instante con la Basílica y Convento de San Francisco. Templo que se levantó en los alrededores del 1620, pavada de línea de vida, y que fue modificado varias veces para presentar hoy el fabuloso barroco, así, italiano. Parecida en bondades es la Catedral, colonialísima con los rosados, el tono pastel, las misas de alta convocatoria, bastante religiosa la gente de la capital.
Continúan los ejemplos en el apenas más alejado Convento de San Bernardo (principios del Siglo XVII), las casas Hernández y Uriburu (otra seña de la importancia de los apellidos por estos lares), el precioso edificio clasicista que es sede del Museo de Arqueología de Alta Montaña (el MAAM, famoso por alojar a las tres momias de niños incaicos de más de 500 años de antigüedad) y el Cabildo Histórico, uno de los mejor conservados del país. Estas dos últimas obras, junto al Teatro Provincial, la Casa Arzobispal y la ya citada Catedral, se lucen frente a la plaza 9 de Julio, núcleo urbano.
Güemes y peñas
A pocas cuadras de allí se encuentra la Casa de Martín Miguel de Güemes, donde el máximo héroe y prócer de Salta (el de los gauchos del norte, pilar de la gesta independentista nacional) vivió entre 1789 y 1805. Al azote de los realistas también se lo recuerda en un monumento que queda a los pies del Cerro San Bernardo. Ese cerro que puede ser visitado con teleférico (sale desde el agraciado Parque San Martín, pulmón local) y que desde las alturas regala vistas del municipio y sus contornos.
Algo de Güemes hay en la gauchesca vital de calle Balcarce, con su agitada vida nocturna, cantidad de peñas para elegir y disfrutar del folclore salido del alma. El de un pueblo profeta en tales artes, el poncho salteño color grana (el de Güemes, justamente) embanderando. Si las ganas dictan llevarse uno a casa, convendrá darse una vuelta por el célebre Mercado Artesanal, de cautivantes galerías.
Al final de Balcarce, la estación del Ferrocarril Belgrano invita a subirse al Tren de las Nubes y darle una vuelta a los cielos de la provincia. En todo caso, aquello quedará para la próxima parada.