Villamariense e hijo de ingleses, Harry Baker se alistó como voluntario en la Segunda Guerra Mundial. Con apenas 22 años fue designado a un taller de aviones en el país de sus padres. Allí se dedicó a pintar por única vez en su vida. Por mediación de su hija Nora, aquellas acuarelas se exhiben en su ciudad natal 70 años después del armisticio y 22 después de su muerte
Primero hay que imaginarse a un muchacho villamariense de 22 años, hijo de padre y madre inglesa, que una mañana recibe la noticia: los aviones nazis están bombardeando Londres. El Támesis es un reguero de pólvora y algunas ciudades de la costa han sido arrasadas. El Tercer Reich ya anexó buena parte de Europa y va por la isla más difícil de conquistar para los imperios de la Tierra. Así es que los aliados reclutan voluntarios de todo el mundo, sin importar la nacionalidad ni el color de piel. Pero si estos voluntarios tienen sangre inglesa, ni falta hace que los llamen. Se alistan solos porque sienten que defender el país de sus padres es una obligación ineludible. Así lo entendió aquel muchacho villamariense llamado Harry Baker, quien hacía sólo cinco años regresaba de Inglaterra a su ciudad natal, tras completar la “high school”.
También hay que imaginarse la despedida en la estación de Villa María antes de tomar el tren hasta el puerto de Buenos Aires. Un “good by dady, good by mamy” que podría ser un adiós definitivo. Por eso, cuando pocos días después la familia Baker recibe un telegrama, “pa” y “ma” sintieron el hielo de la muerte subiéndoles por la columna. Aquel parte de guerra anunciaba el hundimiento del “Andalucía Star”, el transatlántico en donde iba su hijo. Pero éste había sobrevivido y al parecer aún conservaba el sentido del humor, porque escribió “qué macana las valijas… Estoy bien. Harry”.
Al segundo capítulo de esta historia, que es la llegada a Inglaterra, la dejamos que la cuente su hija Nora, porque como dice una vieja canción de Phil Spector (tomando un viejo refrán sobre su patria) “to know her is to love her”.
One cup of coffee with Lady Nora
La hija de Harry Baker tiene un fabuloso look “Lady Diana”. Elegancia, sonrisa a flor de piel, pelo corto y mirada azul-Inglaterra (levemente más claro que el azul-Francia) que desmiente por 20 años sus seis décadas. Por si esto fuera poco, tuvo una “vida paralela” a la de su padre. Nacida en Villa María en el 52, de pequeña viajó a la isla para volver a su ciudad natal 16 años después. Y con el background de dos naciones y dos culturas, me recibe en su casa de barrio Palermo donde tiene una academia de inglés. Allí me invita un café junto a su esposo Normand, para contarme la continuación.
“Finalmente papá llega a Inglaterra en el 42, sólo con 22 años. Y cuando le preguntan en qué área se quiere alistar, él dice aviación. Pero no lo pusieron de piloto, porque usaba anteojos. Lo capacitaron como instrumentista y su función era la puesta a punto de los aviones después de cada raid. Hubo tres mil voluntarios argentinos y por lo menos 800 pilotos de nuestro país en el Escuadrón 164 al que perteneció papá…
-Sus acuarelas datan de esa época… ¿en qué momento las pintó?
-Seguramente fue entre vuelo y vuelo, cuando despachaba los aviones y se quedaba esperando la vuelta en los talleres. Con mi hermano y mi hermana creemos que fue en esa situación. Como ves, las escenas que retrató no eran bélicas ni sangrientas, sino las postales del mundo que lo rodeaba; los hangares, las barracas con los aviones de la RAF (Royal Air Force)... En sus tiempos libres pintó el entorno de su vida, como un artista que estaba naciendo…
-Sin embargo, tras la guerra Harry ya no se dedicó más a la plástica. ¿Qué pasó?
-Hace poco, mi hermano me dijo algo que para mí fue una revelación: “¡La pasión de papá siempre fue la fotografía!”. Y era cierto. Esa era la clave, las fotos. El siempre andaba con la cámara en la mano y tenía fascinación por la tecnología. Sin embargo, en tiempos de guerra no tuvo nada a mano más que las acuarelas. Y por eso creemos que pintó. No sólo como una extensión de su vocación o su deseo de registrar la realidad, sino también como una necesidad de expresión.
-¿Tu papá siempre estuvo en los hangares ingleses o alguna vez fue al continente?
-Sí, fue al continente y eso es lo más interesante. Porque él se embarca con el segundo pelotón en el Día “D”, con el Ejército de Liberación, el Liberation Army que desembarca en Normandía. Los alemanes estaban casi rendidos y los aliados tenían que recorrer las ciudades asegurándose de que no hubiese francotiradores nazis en los techos ni bombas a punto de explotar, porque aún quedaban. Había que asegurar la paz a los habitantes de cada pueblo francés, belga y holandés. Y parece que fue cuando mi padre consigue una cámara. Y si no, mirá…
Y Nora me muestra dos carpetas de archivo donde ha guardado junto a las cartas de Harry, las fotos que este villamariense de nombre inglés sacó en pueblitos de Normandía, en la región belga del Borinagge y en Holanda. Procesiones de curas, chicos que se abrazan con los soldados, gente que saluda al “Salvation Army” desde la ventana, los pilotos el Escuadrón 164 junto a un avión con hélice… Le pido que me deje fotografiar el retrato de su padre y Lady Nora accede gustosa. Parece que la flema inglesa no es más que el orgullo paterno para los hijos de England. Y tras la foto, Nora me dice: “¿Ves? Mi papá tenía el uniforme con un brazalete que decía ‘Argentina’. Y en una de las cartas, cuenta que los franceses que veían ese brazalete lo abrazaban y le pedían autógrafos. Fue porque nuestro país había regalado toneladas de carne y trigo a Francia, para solidarizarse con la situación de ese pueblo. En una carta, mi papá dice “me tocó ser embajador de mi país cuando la gente nos reconoce y nos da tanta gratitud”.
-¿Y cómo termina la historia de Harry, Nora?
-Vuelve sano y salvo a Villa María en el 45, al poco tiempo conoce a mi madre y se casan, tienen una hija que es mi hermana mayor, y luego me tienen a mí. Y cuando aún no había cumplido el año de edad, él y mi mamá deciden que nos traslademos a Inglaterra. Ellos querían probar suerte y que nosotras nos educáramos allá. Pero en el 68, cuando yo cumplí los 16, nos volvimos.
-Tu padre nunca se hubiera esperado que sus acuarelas colgaran de un museo, ¿no?
-¡Seguro que no! Pero lo que hemos expuesto con mi hermano no son sólo sus acuarelas, sino su historia de vida; la de un hombre que nunca creyó que la guerra soluciona los conflictos y quiso la paz. Por eso pintó en vez de agarrar un arma, y por eso el título de la muestra es “La luz del pintor sobre la oscuridad de la guerra”. Esa luz fue lo que triunfó, al menos adentro de su alma.
Iván Wielikosielek