Tiene las manos embadurnadas de aceite, por eso “el Negro” Monjes extiende su codo derecho para saludar. Suena cuarteto de fondo en bulevar Alvear al 730.
Hace tres días se celebró el Día del Bicicletero y Javier Eduardo Monjes asegura que es el más viejo de Villa María. No hace referencia a sus 68 años, sino a las casi cinco décadas que lleva dedicadas a esta profesión.
“Aprendí este oficio para no andar en la calle, tenía 10 años”, cuenta Monjes mientras forcejea con un piñón. “Iba a dos escuelas, por la mañana y por la tarde, y cuando tenía tiempo me iba a la bicicletería de Vassia. Cuando uno es joven y algo le interesa, aprende rápido”, recuerda.
Hace 48 años que, todos los miércoles, juega el 1225 en la Lotería. Nunca lo acertó. Es el número de la altura sobre calle San Luis donde tuvo su primera bicicletería. “A los 18 me fui a trabajar a una bicicletería que estaba donde hoy está el City Hotel, ellos vendían repuestos y yo arreglaba, fue la primera vez que trabajaba por mi cuenta. Pero fue recién después de la ‘colimba’, cuando regresé, que me pude poner mi propia bicicletería en un galponcito que armamos con mi papá”, asegura, y saca de su bolsillo un cartón doblado por la mitad para mostrar la última jugada.
Estuvo también en la calle 25 de Mayo al 523 y desde hace 15 años pasa sus días frente a la Terminal.
Una “Villa” para bicicletear
“El Negro” Monjes jura que nunca faltó un día a trabajar. “Ese es el secreto”, dice, para perdurar en el tiempo con una profesión que es cada vez más difícil de encontrar por las calles de la ciudad. “Hay muchos menos bicicleteros porque los jóvenes ahora no aprenden este oficio, sino que quieren estudiar y más con la posibilidad de hacerlo en la ciudad”, explica. “Los únicos que quedamos de los que arrancamos de chicos somos Abelonio y yo, y la casa Tesán, que es la más vieja de las que venden repuestos de bicicleta”.
De todas formas, asegura que “esto siempre va a estar vigente, por la nafta o la crisis, la gente siempre vuelve a la bicicleta”. Para este padre de tres hijos y abuelo de seis nietos, “la bicicleta no va a pasar nunca de moda” porque “a tu hijo, cuando apenas tiene tres años, ya le comprás una bici, por eso este trabajo no se va a terminar nunca”, opina.
Destaca que Villa María es “un buen lugar para la bicicleta y el oficio” porque las distancias no son tan largas y “sobre todo porque es llano” y considera que “acá no se usa tanto como recreación, sino directamente como un medio de transporte. Fijate la cantidad de jóvenes que van a la escuela o a la universidad en bici”, plantea.
Los años pasan y los desafíos se suman. “La tecnología de la bicicleta avanza cada vez más -repasa- y uno se tiene que ir actualizando también”. Saca pecho cuando dice que “todos mis hijos han estudiado y mi familia siempre vivió bien”, gracias a las bicicletas.
Como toda actividad, tiene sus altibajos. Pero Monjes no sólo le mete mano a las bicicletas, “preguntá en cualquier taller de motos y te van a decir que lo traen acá”, desafía cuando cuenta que “mi fuerte es hacer algo que no hacen los talleres, que es balancear y centrar las ruedas”.
A Javier Eduardo Monjes le cuesta explicar en palabras su amor por esta profesión, pero un recuerdo lo hará por él: “En la época de Miguel Angel Veglia pude haber entrado a trabajar en la Municipalidad, pero elegí seguir con las bicicletas”.