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2 de Junio de 2014
Cartas - Opiniones - Debates
Los lectores también escriben
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Y los sueños dónde están
 
¿Qué es soñar? Muchas veces me lo pregunté, no porque me intrigara, sino porque siempre me dijeron que era un loco o utopista. Saben, la diferencia entre utopía y sueño es muy simple, en la primera el mundo ideal queda en eso, en una ilusión. Pero en un sueño, personal o colectivo, el mundo ideal no queda ahí porque el gestor del deseo trabaja para que sea realidad.
Por eso me pregunto, ¿los sueños dónde están? ¿Dónde están esas personas que creen fielmente en que sus visiones de cómo tendría que ser el mundo se pueden llevar a cabo? ¿Quedarán aisladas ante las limitaciones psicológicas y emocionales de la sociedad, que le dice dejen todo como está, que así funciona el sistema? ¿Tendrán miedo de brillar, de ser esa luz que ilumine a muchos a su alrededor y finalmente su visión y misión se lleven a cabo? ¿o simplemente, los dueños del poder, económico, social y, sobre todo, político no quieren que estas personas brillen porque eso significa una realidad que estos “dueños de nuestros destinos” no pueden manejar o de la cual apoderarse porque para ellos es algo desconocido?
Entonces, qué se puede hacer si esas personas, por uno u otro motivo, no son capaces de llevar a cabo su sueño o, por lo menos, no todavía. 
Hay una palabra que puede ayudar, la palabra del latín LID. 
¿Por qué esa palabra que en latín significa lucha o conflicto? Pues es la palabra que da origen a líder y, por lo tanto, sacarán la conclusión, algo obvia: necesitamos buenos líderes. 
Pero la mayoría no sabe o no quiere creer, todos podemos ser buenos líderes, ya que todos estamos en una lucha o conflicto constante, primero con nosotros mismos, tomando decisiones, en disputas con nuestros jefes, amigos, colegas, compañeros o familiares,  pero tenemos la capacidad de sobrepasar estos problemas, de entrar en esta lucha y crecer, sólo tenemos que animarnos a brillar.
Leerán esto y dirán “acá está el utopista, el loco”; no se preocupen que ya lo escuché, yo sé cuál es mi sueño y trabajo por él.
Mi sueño es demostrarles a los demás que se puede soñar, que se puede cambiar, que se puede mejorar, que no necesitamos buenos líderes, necesitamos que cada uno de nosotros empiece a liderar su propia vida para cambiarla si es lo que desea, para mejorar, y crecer. 
No obstante, lo verdaderamente enriquecedor es que en ese proceso también podés ayudar a cambiar a los que te rodean, tu realidad inmediata y, de esta forma, cuando todos seamos soñadores, el mundo va a progresar y no nos van a poder manejar como quieren porque nosotros agarramos el volante de nuestra propia vida, de nuestra propia realidad. 
Entonces, ¿los sueños dónde están? Que aparezcan, porque sé que hay gente que está dispuesta a soñar.
Francisco Felipe
DNI 34.426.301
 
¿Servicios públicos o corporaciones?
 
La sociedad civil no dispone de servicios públicos nacionales, provinciales ni municipales en cuanto tales. En efecto, esto es así conforme la ausencia recurrente de una o más de sus características en las prestaciones correspondientes. Veamos las mismas una por una: a) Continuidad; b) Confiabilidad; c) Generalidad, d) Uniformidad; e) Regularidad; f) Calidad y eficiencia; g) Información adecuada y veraz; h) Tarifas justas y razonables; i) Regulación de los servicios públicos con la necesaria participación de los usuarios; j) Autonomía del usuario.
Una pronunciada heteronomía en la concesión/prestación/regulación de servicios públicos monopólicos como contraposición a la elemental autonomía e independencia de los usuarios es tan irrefutable como perniciosamente inaceptable.
Los usuarios de servicios públicos ante el imperio de tal heteronomía, exhiben voluntades y conductas que no se encuentran determinadas por su razón, sino impuestas perjudicialmente por “fuerzas” ajenas y extrañas a ésta.
Claramente, en materia de servicios públicos, entre nuestra Constitución Nacional (artículos 14, 42, 43 y cc.),  la ley o las corporaciones,  lamentable y arcaicamente, prevalecen estas últimas todavía.
Si consultáramos las magnas normas citadas o, v. gr.,  el artículo 194 del Código Penal (“El que, sin crear una situación de peligro común, impidiere, estorbare o entorpeciere el normal funcionamiento de los transportes por tierra, agua o aire o los servicios de comunicación, de provisión de agua, de electricidad o de sustancias energéticas, será reprimido con prisión de tres meses a dos años”), constataríamos su inoperancia práctica/operativa por “prudencia, impotencia u omisión administrativa y judicial”.
Concretamente en lo concerniente al derecho (no absoluto) de huelga y sus implicancias negativas en la regular prestación de servicios públicos en general, emergen en primer término invariables discontinuidades tan dañinas como desaprensivamente denigrantes.
Así las cosas, la totalidad del servicio público de que se trate (v. gr. agua potable, cloacas/saneamiento, salud y educación públicas, transportes, energía eléctrica, alumbrado, barrido, limpieza y recolección de residuos, etcétera), no deberá ser discontinuada ni desinvertida sin admitir una penosa y más que frecuente preponderancia extorsiva implícita de intereses corporativos, empresarios y sindicales sobre el interés general.
Por todo eso, las características de los servicios públicos deben ser aseguradas siempre. Caso contrario, lo ya consuetudinariamente anárquico de cada gremio, sindicato y/o concesionaria infractores, socialmente irresponsables, debiera ser pasible de las sanciones correspondientes sin más claudicaciones por espurias disputas de “cajas y subsidios” entre las autoridades y representantes pertinentes que así continúan postergando V. gr. instrumentar intervenciones cautelares administrativas y/o revocaciones a las concesionarias, suspensión o retiro de personerías gremiales, etcétera, tanto como la correspondiente indemnización a cada usuario damnificado.
En la prestación de un servicio público, todas sus actividades son esenciales, ineludibles e inescindibles, sin excepción, en orden a impedir caos renovados e ir recuperando simultáneamente la supremacía de la Constitución, de la ley como del derecho de los usuarios por encima de las corporaciones, definitivamente.
Cada anomalía y descontrol en la prestación de los servicios públicos provoca crecientes irritaciones inquietantemente peligrosas, las que se vienen instalando en una sociedad civil harta, asqueada y saturada de estructurales corrupciones impunes, ya “ínsitas” en nuestras concesiones, prestaciones y regulaciones vernáculas.
Finalmente, sólo si las leyes son respetadas y quienes las violan, sancionados, podremos reconstruir lazos civiles y entramados socioeconómicos dañados por el delito, la impunidad y la ausencia de ejemplaridad de quienes fueron investidos de alguna autoridad.
Roberto Bertossi
Investigador - Universidad Nacional de Córdoba

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