“Por estos días las voces se dividen a favor y en contra las pintadas encontradas en Buenos Aires”, comenzó diciendo la socióloga Rocía Cuevas, quien recordó que el ministro del Interior y Transporte, Florencio Randazzo, anunció que el Estado nacional iniciará causas penales contra los padres de un menor acusado de ser uno de los autores de los escritos.
“El funcionario argumentó que esta actitud atenta contra los pasajeros, para quienes se está trabajando con el objetivo de que tengan un mejor servicio en el plan de renovación ferroviaria más importante de los últimos 50 años”, dijo Cuevas.
Por otra parte, siguiendo la misma línea del ministro, desde el Observatorio de Patrimonio y Políticas Urbanas refieren a que “el problema no es el arte en cualquiera de sus formas, sino el deterioro de lo público por parte de una organización que, en su afán de transgredir, comete delitos”.
“A partir de como conceptualizamos el espacio público y de la manera en que lo apropiamos, se corre en todo momento el límite entre lo legal y lo ilegal, será el punto límite cuando esta ‘violencia estética de afear’, como se lo ha conceptualizado por estos días, haya afectado el patrimonio y los bienes públicos.
En la consideración social dicha inscripción ¿es un mecanismo de protesta?, ¿son pintadas ofensivas?, ¿una expresión cultural que nace de la crisis o de un acontecimiento social político?, ¿una escritura de lo prohibido?, ¿un fenómeno individual?, ¿una manifestación juvenil de carácter marginal? o ¿liberación artística?”, se pregunta la especialista.
“Sea cual fuere la respuesta de alguno o de todos estos interrogantes, el grafiti resignifica el paisaje urbano y es aquí donde no podemos dejar de reconocerlo como herramienta contemporánea, de denuncia pública y poderosa, que transforma el espacio público de manera agresiva, sugestiva o amena, donde lo apropia simbólicamente.
En el mundo entero la práctica grafitera ha ganado protagonismo en las calles, en los muros de Berlín, en el Mayo Francés, en las paredes de nuestro Mayo, del “Cordobazo”, allá por el 69, hasta “Mi cacerola no es antibalas”, inscripción leída en los muros porteños en diciembre de 2001”, señaló.
“En cuanto a soporte de escrituras sobre los trenes, hay que señalar que tiene su origen en fines de los años 60 en Nueva York, lo que comenzó en las paredes como simples garabatos, saltó a los vagones del metro perfeccionándose con formas y dibujos complejos, de ahí su nacimiento y su llegada a nuestro país por las vías de los años 90 sobre los paredones laterales de las líneas de trenes y tímidamente en los trenes mismos”, informó.
“Este ha sido su recorrido y su conceptualización, aceptarlo como práctica efímera, aún cuando no siempre sea agradable o placentero es una opción entre tantas, rechazarlo y condenarlo también, estará en nosotros reconocerlo como un código cultural preestablecido con imágenes que mutan, se mezclan, desaparecen y así sucesivamente”, dijo.
La tesis
La tesis de grado de la egresada de la UNVM fue titulada “Tatuaje urbano” y hace un recorrido conceptual e histórico de los grafitis y su representación.
En la introducción del trabajo explica que “en esta investigación se abordará el grafiti como manifestación cultural y como forma de expresión social, teniendo en cuenta su resonancia sociohistórica y la inmensa variedad de esta práctica urbana persistente a lo largo de los años”.
Destacó que en Argentina, con la vuelta de la democracia, “los muros han tomado la palabra provocando atención, curiosidad o rechazo, pero rara vez indiferencia”.
Después de un extenso trabajo de casi 100 páginas, Cuevas incorporó una muestra fotográfica de paredes de Villa María clasificando las pintadas en afectivas, identitarias, políticas y poéticas.
Al finalizar, la socióloga recuerda la frase de Rodolfo Walsh, quien expresó: “Las paredes son la imprenta de los pueblos”.