Un testigo presencial del brutal ataque a puñaladas que sufrió una mujer de Villa Nueva por parte de su expareja afirmó ayer que de no haber ingresado a tiempo a la habitación donde estaba la víctima acostada en su cama, el acusado le habría dado muerte.
Juan Ignacio Ruiz, el menor de los hijos varones de Marisel Mabel Domínguez, aseguró que al escuchar un grito de su madre acudió presuroso en su auxilio y encontró a José Alberto Rosales arrodillado sobre ella, con una mano tomándola del cuello y en la otra empuñando una cuchilla con la que ya le había provocado cuatro heridas cortantes en distintas partes del cuerpo.
En esas circunstancias, Juan Ignacio se abalanzó sobre Rosales y logró sacarlo de encima de su progenitora, a tal punto de hacerlo caer por el lado contrario de la cama, con lo que evitó que el agresor continuara lesionándola.
El sangriento episodio se produjo alrededor de las 4.30 de la madrugada del 9 de julio de 2012 en la vivienda que por entonces ocupaban Domínguez, sus tres hijos (dos varones, producto de una pareja anterior, y una nena que tuvo con el acusado) y su nuera, en Deán Funes 1360, en barrio Florida de Villa Nueva.
Por ese hecho, Rosales es juzgado desde el lunes como presunto autor de “homicidio en grado de tentativa”, un delito que tiene una pena que va de los cinco años y cuatro meses de prisión hasta los 12 años y medio.
Asimismo, también se le atribuyen hechos de “lesiones leves” y “amenazas” igualmente denunciados por quien fue su concubina durante 12 años y hasta diciembre de 2011.
El contundente testimonio de Ruiz comprometió seriamente la situación procesal del albañil villanovense, un hombre de 47 años de edad (16 de octubre de 1966), apodado “Cabezón”, quien se encuentra detenido desde un par de días después del grave suceso que pudo costarle la vida a Domínguez.
El adolescente fue el único testigo que compareció durante la segunda audiencia de este juicio oral y público y lo hizo por espacio de 45 minutos, luego de lo cual se dispuso un cuarto intermedio hasta hoy, a las 9, para la continuidad del debate.
La suspensión obedeció a que el fiscal de la Cámara del Crimen, Francisco Márquez, debía viajar a Córdoba por cuestiones procesales, ante lo cual el juez René Gandarillas resolvió pasar para hoy los tres testigos que también debían comparecer en la víspera.
Se trata de la víctima y denunciante, Marisel Domínguez; de su hijo mayor, Fernando Iván Bernardi, de 22 años, y de la pareja de este último, Jésica Tamara Chinche.
“El le pegaba”
Al declarar en la sala del quinto piso de Tribunales, Juan Ignacio dijo que Rosales “siempre le pegaba” a su madre y que aquella fría madrugada de julio él se encontraba jugando a la Play cuando escuchó gritar a su madre.
Con lágrimas en los ojos y la voz entrecortada por la situación, el adolescente de tan sólo 15 años relató que fue corriendo hasta la habitación de Marisel y que al ingresar vio a Rosales de rodillas sobre su mamá, quien se hallaba acostada en la cama. “Con la mano izquierda la tenía agarrada del cuello y en la otra tenía la cuchilla”, arma con la cual ya le había infligido cuatro puñaladas en distintas partes del cuerpo, señaló Ruiz, recordando que había mucha sangre en el lugar.
Tras relatar que al ver esa escena empujó a Rosales y logró hacerlo caer sobre el lado opuesto de la cama, el fiscal Márquez le preguntó qué habría pasado si él no acudía prestamente en auxilio de su madre, el jovencito aseveró: “Y... si yo no hubiera entrado, la mata”.
La decidida acción de José Ignacio, que por entonces tenía apenas 13 años, no sólo impidió que la agresión continuara, sino que provocó que Rosales saliera de la habitación, aunque no de la casa, ya que se quedó en otra dependencia junto al hijo mayor de Marisel.
En otro momento de su declaración, Ruiz señaló que como consecuencia de las heridas su madre “quedó mal”, a tal punto que una puñalada que recibió en la rodilla derecha le cortó un tendón y aún hoy padece serios problemas para caminar.
Finalmente, cabe señalar que la cuchilla con la que se perpetró el brutal ataque tiene una hoja de 22 centímetros de largo y mango de madera y era propiedad de Rosales.