Por
El Peregrino Impertinente
Escritores hay muchos, pero ninguno que haya honrado el arte del viajar tanto como Julio Verne (1828-1905). Un genio que dedicó su vida a soñar quimeras y plasmarlas sobre el papel, y así se evitó tener que poner el lomo de verdad como el resto de sus amigos “Me encantaría poder ir a ayudarte a hacer esa losa Jean Pierre, pero tengo que escribir” decía, y por dentro se re cantaba de la risa.
Pasa que el nacido en Nantes (Francia), no podía parar de redactar, la mayor parte del tiempo sobre periplos imposibles. Así fue dando a luz una serie de clásicos que involucran aventuras y humanos trasladándose de un lugar a otro, “Cinco semanas en globo”, “La vuelta al mundo en ochenta días”, “De la Tierra a la Luna”, “La isla misteriosa” y “Veinte mil leguas de viaje submarino” entre ellos. Maravillas literarias cada vez más ajenas a las mentes contemporáneas, demasiado ocupadas con Twitter como para ponerse a leer los libros de un viejo loco.
En total, Jules Gabriel Verne (suena mucho más picante su nombre original, queda claro) escribió unas 60 obras, que fueron incluidas luego en un gigantesco compendio llamado “Viajes extraordinarios”. Estuvo bien el editor a la hora de bautizarlo, después de meditar largamente otras opciones menos grandilocuentes como “Viajes bien” o “Viajes que zafan”.
En cualquier caso, la elección final deja en claro cuál era el motor que movía las ideas y el espíritu de Verne, ese maestro de la ciencia ficción que además fue un visionario. Porque en sus libros ya anticipaba grandes invenciones de la Humanidad, cómo los submarinos, los helicópteros o el mismo Internet. Aunque si Julito hubiera sabido que la red de redes le dejaría cada vez menos tiempo a la gente para leer sus novelas, capaz que se quedaba muzzarella.