El buen viajero disfruta de cruzar fronteras, atravesar límites y empezar a otear desde allí las bondades de una nación por descubrir. Con todo, lo que más le place de la parada obligada es aprovechar las colas de la Aduana para sentarse en algún sucucho que hay por ahí y clavarse una milanesa a la napolitana con papas rellena de escabeche de lengua a la vinagreta y chorizo colorado. Sabe que serán algunos días de no probar comida gaucha y matrera (por las dudas, los gauchos ya comían milanesas mucho antes de que llegarán los tanos, es un hecho científico) y quiere guardarse algún plato radiante de calorías en el corazón.
Pero a lo que íbamos: si de pasos fronterizos hablamos, nuestro país es un vergel, 69 tiene en total. “Qué lindo número para ‘pip, pip, pip, pip’ y después ‘pip, pip, pip, pip, pip’ como loco”, dice uno por ahí, debidamente censurado por vulgar. Casualidades y metáforas aparte. Sí, son 69 pasos habilitados para que el viajero goce a sus anchas. De ellos, 40 los comparte con Chile, 14 con Brasil, siete con Paraguay, cinco con Bolivia y tres con Uruguay. De las provincias argentinas, Misiones es la que más ostenta: 13 (de los cuales 12 son con Brasil y uno con Paraguay) y junto con Salta (cuatro con Bolivia y dos con Chile) y Jujuy (uno con Bolivia y uno con Chile) son las únicas que comunican con más de un país. Queda claro que el dato no le va a cambiar la vida a nadie, pero como curiosidad suma, señora.
De este universo de Aduanas destacan nombres como Paso de los Libres (en Corrientes, conecta con Brasil), La Quiaca-Villazón (en Jujuy, conecta con Bolivia) y Cristo Redentor (en Mendoza, conecta con Chile), algunas de las que más tráfico tienen. Otras, como la de Icalma (Neuquén), duermen en el olvido. Tan sólo está el oficial de Gendarmería que allí cubre su puesto, que cada vez que alguien pasa lo recibe con un abrazo fraternal, serpentinas y asado de huemul.