Por Feliciano Tisera
Especial para EL DIARIO
La Habana es una de las ciudades más literarias del mundo. Allí se gestaron colosos de la talla de José Martí, Alejo Carpentier, José Lezama Lima, Virgilio Piñera, Dulce María Loynaz, Nicolás Guillén o Guillermo Cabrera Infante, entre otros. Sin embargo, quizás el escritor con la más célebre relación con la capital de Cuba no era ni siquiera cubano: el estadounidense Ernest Hemingway (1899 - 1961) llegó por primera vez de visita a la isla en 1928 en una escala de un viaje a España desde Cayo Hueso, Florida (EE.UU.), donde vivía, a sólo 170 kilómetros de distancia.
Arribó fiel a su espíritu aventurero, en su barco El Pilar junto a su esposa de entonces, Pauline, dos hijos y su cuñada Jinny. Fue la primera ocasión en la que Hemingway se hospedaría en el Hotel Ambos Mundos. En ese momento nació un idilio con el establecimiento que duró años. El novelista se quedaba siempre en la misma habitación, llegando a vivir varios años en ella entre 1932 y 1939.
Hoy la habitación 511, convertida en un minimuseo, reposa abierta al público: está la cama en la que Hemingway dormía junto a los cuernos de un ciervo cazado por él en una pared, su máquina de escribir y armas de su propiedad. En esa pieza con balcón con vista al mar Caribe y La Habana Vieja, dicen, comenzó a redactar su novela “Por quién doblan las campanas”. Apenas saliendo de la habitación se accede a la bellísima terraza del hotel, donde se puede degustar un mojito auténtico mirando al horizonte.
Mojitos y daiquiris
Pero no era en el Ambos Mundos a donde más le gustaba beber mojitos a Hemingway, sino en La Bodeguita del Medio, fonda hoy convertida en atracción turística que exhibe una multitud de suvenires de famosos que han pasado por allí. El del nacido en Illinois es el más célebre: apenas un recuadro enmarcando una frase de su puño y letra: “My mojito in La Bodeguita, my daiquiri en El Floridita”.
El Floridita funciona en la misma esquina desde 1817 -en la misma calle que el Ambos Mundos- y honra la memoria del escritor con una estatua en bronce a tamaño natural en el extremo izquierdo de la barra, donde solía acodarse a beber sus “Papa dobles”, adaptación particular del daiquiri que los mozos del Floridita preparaban especialmente para él (a quien llamaban cariñosamente “Papa” debido a su estampa viril, bonachona y paternal), agregando licor de maraschino y jugo de toronja.
Finca Vigía
En 1939, decidió que ya estaba bien de vivir en un hotel y compró una enorme residencia en las afueras de la capital: el viajero no vivirá a full la experiencia Hemingway si no visita la Finca Vigía (en San Francisco de Paula, a una media hora de La Habana), donde el norteamericano terminó viviendo durante más de 20 años. Allí escribió la gran nouvelle “El viejo y el mar”.
Hemingway dejó el lugar en 1960 para establecerse en Idaho (EE.UU.), donde se quitaría la vida al año siguiente. Entonces, la Finca Vigía fue expropiada por el Gobierno cubano y convertido en el Museo Ernest Hemingway, manteniéndose la casa prácticamente igual a como la tenía el escritor. Tanto ahínco ponen en preservarla que no dejan entrar al público, sólo queda mirarla desde afuera.
Sin embargo, el jardín de la estancia también vale la pena, con una exuberante vegetación en la que destaca una gran variedad de mangos, fruta hacia la que el autor de “Adiós a las armas” sentía particular inclinación. En el muelle podrán ver atracado a El Pilar, el barco en el que solía cruzar de Estados Unidos a Cuba y viceversa.
Para terminar, muy cerca, en Cojímar, se encuentra el restaurante La Terraza, originalmente una fonda para pescadores en donde Hemingway solía comer con Gregorio Fuentes, el capitán de El Pilar. Un amigo que dejó su Canarias natal a los 22 años para vivir el resto de su vida en Cuba y que al gran Ernest le sirvió de inspiración a la hora de escribir “El viejo y el mar”.