Las bibliotecas populares de Villa María y Villa Nueva conservan importantes colecciones de más de cien años. Encuadernados en cuero o madera y con un concepto de manufactura ya extinguida, esos volúmenes están al alcance de todos. Y esperan a quienes se aventuren a resucitar sus palabras abriendo sus tapas, liberando el evanescente perfume de los siglos
Hay una estadística nacional y cultural en que se supera ampliamente a Capital. No es precisamente la que atañe a los humoristas y contadores de cuentos. Se trata, en este caso, de libros antiguos. Y es que de Córdoba se jacta de poseer la mayor colección de “incunables” de todo el país: 29 ejemplares contra los 21 de Buenos Aires. ¿Qué es un “incunable”? Sencillamente un libro impreso entre el año 1453 y el 1500, durante ese primer medio siglo de la incipiente industra editorial. Esos primeros objetos, se dice, estaban “en la cuna” de su tecnología. En latín, incunabulae (aunque nosotros, medio milenio después, dirgamos “en pañales”).
Fundada en el Siglo XVII por los jesuitas, exhibiría muchos más “incunables” de no ser porque la orden fue expulsada de América en 1767. Esto generó no sólo la primera “fuga de cerebros” sino el primer gran saqueo de su patrimonio bibliográfico. Así mismo, nadie nos pudo quitar ese primer puesto conseguido en épocas en que Córdoba era, sin lugar a dudas, la capital cultural de Sudamérica.
Y bien, esta fabulosa estadística disparó una pregunta: ¿cómo andan los libros antiguos en las bibliotecas populares más importantes de Villa María y Villa Nueva? ¿Se los conserva de modo especial? ¿Se los presta? ¿Hay gente que los consulta? ¿Cuál es el valor que cada institución le otorga a esos fajos de palabras impresas que han atravesado el espacio y el tiempo? Si el lector tiene la amabilidad de los monjes y la paciencia de los escribas, que pase al capítulo siguiente y conocerá las primeras respuestas.
Biblioteca Bernardino Rivadavia: la mayor colección de la ciudad
A las 10 de la mañana del lunes, Adriana Alejandra López está sola, o acaso no tan sola entre la silenciosa multitud de volúmenes a los que sólo hay que abrir para que empiecen a hablar sin parar. “Está vacío porque los chicos llegan más tarde. Pero también es cierto que cada vez consultan menos libros. Ahora se van derechito a Internet…”, comenta la bibliotecaria con más antigüedad de la institución. De hecho, sus 28 años de servicio la convierten en palabra autorizada. “¿Querés saber de los libros antiguos?, vení”, me dice. Y Adriana me conduce a una estantería del tamaño de un arco de fútbol donde los lomos de cartón, cuero y a veces madera son una invitación al viaje. Los nueve libros de Herodoto, una biografía de Averroes, los “Poetas líricos griegos”, una “Historia” de Vicente, los “Tratados filosóficos de Séneca”, un ensayo de “Media, Babilonia y Persia”. Hete aquí el puñado de títulos que anoto enfebrecido en mi libreta. “Este es el sector museo -me cuenta- Tenemos más de 1.500 libros que rondan o sobrepasan los cien años. Por eso en sus lomos se les pone colecciones enteras y libros individuales y sólo se prestan a investigadores y personas responsables”. Entonces le pregunto si hay muchas consultas. “No muchas. Sólo vienen tesistas e investigadores porque a este material no lo encontrás en otra parte. Esto es oro en polvo. También consultan mucho nuestra hemeroteca, sobre todo al diario El Heraldo, que salió en Villa María entre el año 28 y mediados de los 50”.
Fundada en 1904, la biblioteca más antigua de la ciudad cuenta con unos 40.000 libros en su haber. Y a pesar del triunfo de Internet sobre la imprenta, Adriana menciona un par de datos alentadores. “Los chicos de la primaria se quedan fascinados con los libros del museo. Los sacan de los estantes, los miran, los huelen, se sorprenden de algo tan raro y tan hermoso. En cuanto a los adolescentes, las profesoras del secundario están volviendo a pedirles a sus alumnos que vengan a la biblioteca porque el libro sigue siendo el documento más leal que existe. A eso todavía no lo ha superado ninguna tecnología virtual”.
Biblioteca Popular Mariano Moreno: por un catálogo común y colectivo
En ella hay un “tesoro”. Y no es precisamente un cofre con monedas de oro sino uno mucho mayor, ya que es patrimonio del alma humana. En su depósito cerrado al público descansan los 261 tomos de más de un siglo de antigüedad que posee la biblioteca y que bautizaron “Tesoro Bibliográfico”. Entre esas joyas de papel y tinta se cuenta un “Diccionario Enciclopédico Hispanoamericano” de 1912, la obra completa de Don Miguel de Cervantes de 1897 y la de Juan Bautista Alberdi de 1886, una edición de lujo de “La gaya ciencia”, de Nietzsche, y hasta un poemario de Bartolomé Mitre.
Fundada en 1943, cuenta en su haber con unos 50.000 libros. Si a esto se le suman los 2.000 volúmenes “en custodia” del Obispado, los 7.000 “folletos” (libros con menos de 50 páginas), las 2.000 revistas y unos 2.000 soportes digitales (CD, DVD y CD Room) la biblioteca ronda las 63.000 piezas o ítems. Pero el incipiente “tesoro” es uno de los orgullos de su directora Anabella Gill, quien cuenta la génesis de este proyecto. “Hace diez años, de Bibliotecas Populares (Conabip) nos pidió un relevamiento de los libros que tuvieran más de 90 años. Cuando lo hicimos, nos sorprendió encontrar más de un centenar, así que los apartamos. En el 2010 y con motivo del Bicentenario, nos propusimos por fin crear el “Tesoro Bibliográfico” al que se sumaron muchos donados, la mayoría pertenecientes al doctor Carlos E. Alvarez. Gracias a esta idea del tesoro, mucha gente nos ha traído libros viejos y seguimos alentándolos a que lo hagan. Por suerte tenemos un equipo de restauración a cargo de nuestra bibliotecaria Nancy Azumendi, y si llegan en mal estado los arreglamos”.
Y Anabella muestra precisamente dos joyas que acaba de recibir en donación; los “Galanteos en Venecia, zarzuela en tres actos”, de 1853, y un manual de “Términos técnicos usados en psicología”, de 1916, prologado por Víctor Mercante.
“Los libros del tesoro sólo se prestan a investigadores -explica- De momento tenemos el proyecto de crear un catálogo colectivo con todos los libros de Villa María y Villa Nueva para subirlo a la web, mencionando a qué institución pertenece cada uno y cuáles son sus condiciones de préstamo. Aún no hemos conseguido unificar criterios con las demás bibliotecas pero vamos a insistir. Queremos hacer realidad este proyecto por la memoria de nuestra comunidad”.
Biblioteca Popular Luis Roberto Altamira: guardiana de actas centenarias
Irma Salazar es la directora de la única biblioteca popular de Villa Nueva desde su fundación allá por 1996. Por ese entonces, se le prestaban dos habitaciones a la incipiente institución; que aún sigue sin edificio propio. Y ésta parece ser la obsesión de Irma. Así que prefiere empezar por ahí antes de adentrarse en los libros antiguos. O quizás lo haga porque para ella es inevitable tratar un tema sin el otro. “¿Si tenemos libros antiguos? Mirá allá arriba”, dice, y me señala el estante superior. A vuelo de pájaro cuento más de 200 biblioratos forrados en cuero negro. “Son todas las sesiones de Diputados de Córdoba entre los años 1908 y 1920. Los recuperé yo sola. Fue cuando cerraron el colegio Pío Ceballos de Villa Nueva. Me dijeron que si no los buscaba, los tiraban a la calle. ¡No sé ni cuántos viajes me hice cargando libros! Muchos piensan que esos documentos no sirven para nada, pero alguna vez fueron consultados por el sacerdote pampeano Juan Guillermo Durán, que los necesitó para escribir su obra “En los toldos de Catriel y Railef” -y la mujer me muestra la obra del cura en tapas duras-. Hace poco encontré en una de las sesiones la aprobación del proyecto para trazar el pueblo de Etruria. Pienso que estos documentos son muy importantes para quienes deseen conocer en profundidad la historia de la provincia, la zona y la ciudad”.
Los otros libros antiguos que contiene la Biblioteca Luis Altamira son unos raros manuales de patología y consultas médicas en francés (van de 1901 a 1906) como así también los tomos con las cartas confidenciales del general Bartolomé Mitre de 1912 y una “Historia de la Edad Moderna” en 23 tomos, fechada en 1913.
Antes de finalizar la nota, Irma vuelve al tema edilicio. “Había muchos más libros viejos acá, pero se nos llovía tanto el techo que muchos se arruinaron y los tuvimos que tirar. Hace tiempo que pedimos por un edificio propio y sin goteras, donde se puedan guardar más libros y hacer talleres para chicos y adultos mayores. Hace dos años teníamos el terreno e incluso el plano de la nueva biblioteca, pero nos lo quitaron. El egoísmo de alguna gente es inexplicable…” Y entonces Irma, con dos lágrimas que se niegan a caer de sus ojos, me narra la historia. El sitio en donde iba a erigirse la Biblioteca Altamira, les fue confiscado hace dos años por la empresa de agua villanovense. “Pero vamos a seguir peleando. Yo no me doy por vencida así nomás. Yo no me manejo por plata como la gente que nos quitó el terreno. Yo vengo acá sin cobrar un peso. Vengo porque me interesa adónde se van a educar mis nietos y los chicos de esta ciudad. No se puede construir futuro con la historia de Villa Nueva tirada en la calle y mojándose en los estantes de su única biblioteca pública. No se puede pensar en los libros antiguos sin imaginarse siquiera los lectores del futuro”.
Irma termina de hablar y no quiere fotos. Me saluda y sólo atino a decirle “gracias por la nota” y también por su lucha, por sus lágrimas que no cayeron y están ahí como prueba de su dignidad. Y como siento que mis palabras no alcanzan, se las vuelvo a decir: “Gracias, Irma, por entender que los libros viejos y los lectores nuevos son un mismo fenómeno; el anverso y el reverso de una misma moneda; el pasado y el futuro del invento comunicacional más fabuloso del ser humano llamado escritura.
Iván Wielikosielek
Semipúblicas y abiertas a la comunidad
En 1959 el Instituto del Rosario fundaba los primeros profesorados de Letras y de Historia de Villa María. Y con ellos nacía la Biblioteca Escolar Pablo Colabianchi Cicerone, que 55 años después cuenta con 12.000 volúmenes en su colección. Una de sus bibliotecarias, Jesica Minetti, comenta que “no son muchos los libros centenarios que tenemos, apenas 25”. De esa nómina, los títulos más antiguos son un “Nuevo Manual de Música” editado en México en 1885 y un Tratado de Teología popular de 1895 aparecido en Madrid. Luego, 17 tomos del archivo del General Mitre (de 1912 a 1914) “Pero ya casi nadie consulta esta bibliografía excepto algún estudiante avanzado”, dice Jesica. La biblioteca, como su nombre lo indica, es sólo para uso de los estudiantes, pero el gran dato a favor es que posee todas sus estanterías encristaladas, un lujo a la hora de la preservación.
Por su parte, en el Campus de la UNVM se levanta la Biblioteca Central Vicerrector Ricardo Alberto Podestá, que al igual que en las Rosarinas empezó a funcionar con la institución. Sólo que en 1997 contaba con 200 volúmenes mientras que hoy alcanza los 36.000. Gustavo Alfredo Gómez Rodríguez, su bibliotecario desde 1998, resalta que “somos la biblioteca universitaria que más ha crecido en el país en estos 16 años. Es el orgullo de nuestro rector Martín Gill y lo remarca en cada acto”. Sin embargo, el fuerte de la “Ricardo Podestá” no radica precisamente en sus libros antiguos ya que apenas tres de sus volúmenes traspasan el centenario: tratados de agricultura en italiano del Siglo XIX. Pero el joven bibliotecario recibido en la UBA comenta que “estamos en tratativas de construir un tesoro y hemos separado el material más antiguo. También pedimos libros viejos a bibliotecas o particulares que quieran donar en pos de este acerbo”. La biblioteca es pública y abierta pero para sacar libros es necesario ser socio, lo que equivale a pertenecer a la UNVM como estudiante, docente o no docente.
Anabella Gill, directora de la Biblioteca Mariano Moreno, con un ejemplar de 1912 perteneciente al Tesoro Bibliográfico
Gustavo Alfredo Gómez Rodríguez,a cargo de la Biblioteca Central Vice Rector Ricardo Alberto Podestá de la UNVM
Analía Carrillo y Jesica Minetti, de la Biblioteca Escolar Pablo
Colabianchi Cicerone, en Las Rosarinas