Con el convencimiento y la fe de que el hombre puede cambiar, decenas de evangélicos van periódicamente a llevar el mensaje de Dios a las cárceles.
“Un delincuente que se convierte es para nosotros una esperanza”, dijo el pastor Osvaldo de Lima minutos antes de empezar la primera charla de capacitación de capellanía, destinada a todos los que realizan su labor pastoral en las cárceles.
“Se puede cambiar”, dijo, acompañado de hombres que estuvieron presos por diferentes delitos y que hoy no sólo no volvieron a delinquir, sino que trabajan para ayudar a los demás, como es el caso de Marcelo Ferreyra (ver recuadro).
La unión de las nueve iglesias surgió para poder coordinar las acciones que llevaban adelante dentro de la Unidad Penitenciaria, logrando de esta manera abarcar con su mensaje a más personas.
Pero además, como integran el Consejo Pastoral de Villa Nueva y Villa María, presidido por Juan Carlos García, lograron hacer acciones conjuntas, como la capacitación que comenzó ayer en el Centro Vecinal de barrio Güemes y que está apoyada por la Confederación Internacional de Capellanías.
Explicaron que el curso abarca también la tarea pastoral en otras áreas, como salud y educación. La primer charla fue dictada por Juan Park y la del mes de julio estará abordada por Héctor Master, especialista en el deporte y coordinador del grupo Atletas de Cristo.
Además, están trabajando para que esa unión de las iglesias pueda ampliarse y puedan sumar también a los católicos que desarrollan su labor en la Unidad Penitenciaria.
Con compromiso y acción, una veintena de evangélicos va a visitar a los internos de la cárcel, llevan su mensaje, los asisten y tratan de que la palabra de Dios llegue a los corazones.
Saben que la fe puede hacer que no reincidan y por eso esperan que la sociedad no discrimine a los exdetenidos, para que no se cercenen sus posibilidades de inserción social ni laboral.
Un hombre nuevo
Marcelo Ferreyra es de Oliva y en su pueblo lo conocen con el apodo de “Matute”.
Es padre de 14 hijos y fue a la cárcel en dos oportunidades. “Uno no va preso porque sí, hay un trasfondo no muy bueno, pero estando en la cárcel Dios tocó mi corazón y me ayudó a entender el amor. Doy gracias a El por haber puesto a estas personas en mi camino”, dijo.
Hace cinco años, se convirtió al evangelismo y empezó a construir ese hombre nuevo que hoy comienza a disfrutar de los logros obtenidos con esfuerzo y trabajo.
Hace dos que está en libertad y al salir, empezó a basar su vida en Dios. “Uno pierde muchas cosas, lo primero que recuperé es la familia”, dijo.
Después, tuvo que enfrentar a una comunidad que lo tenía catalogado por su conducta anterior. Pero lentamente fue dando a conocer ese “hombre nuevo” y fue consiguiendo trabajo como albañil.
“Yo tenía un socio al que le dije ‘no sacamos ni un clavo de los materiales’. Me dejó, pero yo sigo y gracias a Dios llevo varias obras y puedo mantener mi familia”, agregó.
Ve su pasado, sabe que le hizo “daño” a la comunidad y por eso hoy se dispone a ayudar. “Visitamos enfermos en los hospitales y también voy a la cárcel a dar el mensaje a otros. Ellos se ríen y me dicen ‘cómo volvés acá de visita’”, bromea.
Lo que hace a cada paso es explicar que es posible cambiar, que es posible dejar las drogas. “Mucha gente no lo entiende, hasta que la luz de Dios te ilumina y te impulsa a hacer”, dijo.
Hoy, “Matute” es el hombre nuevo que se construye día a día y que representa la esperanza para todos los que se equivocaron de que se puede volver a empezar.