Encapuchados, sobre la vereda de calle San Martín de la plaza Centenario, un puñado de artesanos, separados entre sí por pequeños puestos, toman mate y charlan para amenizar la espera.
Esa espera, la de un ciudadano que se sienta atraído por alguna de las manualidades, es cada vez mayor.
“Quizás por el Mundial y el Día del Padre la gente está más dispersa”, esgrime una explicación a la poca venta Facundo, un porteño que hace dos meses está en Villa María porque se le averió el vehículo con el que se dirigía hacia Bolivia.
Este trabajador de la alpaca y el macramé, “vivo solamente de esto”, aclara y dice que “hace dos meses se notó un cambio, una baja importante en las ventas”.
La clave, para poder sobrevivir de la producción artesanal, para Facundo es moverse. “Uno tiene que ir por los lugares en donde no estén tan acostumbrados a tener artesanos por las calles, para no pasar desapercibido”.
Metros más allá está Melisa, villamariense, profesora de Plástica y artista. “Hago piezas de yeso, pero hace poquito que vengo a las ferias, lo tomo como un trabajo también”.
Para ella, este tipo de espacios en pleno centro de la ciudad, sirven para “poder mostrar lo que uno hace”, pero reclama que “quizás habría que incentivarlo un poquito más, porque cada vez vienen menos”.
De todas formas, y contrariamente a lo que expresaron sus colegas, contó que “por suerte me ha ido bien con las ventas, pero mi clientela es más juvenil”.
Héctor Juárez también llegó a la ciudad desde Buenos Aires. “En realidad, estaba en Bell Ville, en una feria allá y después de acá me voy para Cañada de Gómez”, relata.
El hombre viaja por el país durante todo el año, “porque vivo de esto nomás”, aclara.
Expone una realidad que demuestra la dificultad de estos bohemios de poder comer mediante su arte. “En estos últimos dos años, se hizo más difícil vivir de esto, es cada vez más difícil competir con la importación”, resalta y ejemplifica: “Esta pulsera, que yo tengo en 25 pesos, está entrando desde Perú y Bolivia por 35 pesos la docena. No sé cuanta plata les darán allá a los que lo hacen, pero ahí los someten y no se puede competir con eso.
Pato va y viene, charla con todos y comenta: “Está cada vez más caro viajar, pero no nos resignamos a poder vivir de esto, aunque cada vez haya que rebuscárselas más”.
Hace tejidos y pide más espacios en la ciudad para exponer sus productos. “Fijate, antes había dos filas de puestos, ahora con suerte una sola, ya no conviene venir”, critica.