Hoy quiero escribirte, hijo.
Para pedirte que a la pelota le agregues hilo de barrilete y la hagas volar.
Para que el entrenador no te abrume con
indicaciones y te otorgue la libertad de jugar.
Quiero desearte que seas feliz viviendo fútbol y que, cuando vuelvas a casa, no importe el
resultado.
Hoy quiero escribirte, hijo.
Para que el arquerito del equipo contrario se transforme en tu amigo así le hayas hecho cuatro goles.
O para que el domingo pueda ir a la cancha para verte sonreír, así pierdas 6 a 0.
Quiero escribirte para decirte que no importa que el lunes vayas a la escuela con las rodillas peladas, si te diste el gusto de haber tirado el centro del gol del triunfo.
O que no importe que hayas pateado un penal a las nubes.
Para que durante la semana pienses en el
próximo domingo viajando tus sueños en las alas de una paloma.
Quiero que valores la amistad de compañeros y rivales y que en la cancha de la vida pintes al césped de todos colores.
Hoy quiero escribirte, hijo, mientras te aprestas a dormir sin que importe el resultado.
Entonces, podrás decirme
¡Feliz Día, papá!