Hoy a las 20, el escritor Hernán Lanvers presentará su última obra de la saga “Africa”, titulada “Tormenta de libertad”, en el Museo Don Iris (avenida Presidente Perón 1323), con entrada gratuita. A continuación se plasma una jugosa entrevista mantenida con EL DIARIO.
-Se remarca que su interés por Africa inició de muy pequeño. ¿Qué experiencia transitó para que dicho continente le interese tanto?
-Cuando yo era chico viví en Comodoro Rivadavia unos 10 años, una ciudad de la Patagonia donde hay una colonia importante de descendientes de sudafricanos que viajaron allí luego de la guerra anglo-boer. Yo jugué con los nietos de esos inmigrantes y en ese entonces, así como en algunos lugares se juega a los indios, a los vaqueros, con ellos lo hacíamos también a las guerras entre zulúes africanos y colonos blancos. Allí escuché por primera vez el nombre Shaka Zulú. Mis padres, justo en esa época, intentaron ir a vivir a Sudáfrica y estuvieron allí dos meses, dejándonos al cuidado de unas tías, pero mi madre se quiso volver y la idea no prosperó.
-¿Cuándo comenzó a escribir narrativa y por qué?
-Es difícil precisarlo. Recuerdo que cuando escalé el monte Kilimanjaro con tres miembros de la tribu chagga, siempre nos sentábamos por la noche junto al fuego y cada uno contaba una historia. Y ellos decían que yo era bueno haciéndolo, que era un buen contador de historias, lo que en Africa es un motivo de gran orgullo. Me acuerdo que en una de esas charlas, ellos, muy contentos, me contaron que el presidente de ese país, Tanzania, tenía ocho esposas, una mujer miembro de su tribu, los chaggas. Yo les dije que ellos tenían un país muy rico, pero que lo que les faltaba, para salir de la gran pobreza en que viven, era manejarse con un poco más de seriedad. Me miraron sorprendidos. Uno de ellos me preguntó: -¿en tu país hay rey o presidente? Era justo el verano en que se fue De La Rúa del Gobierno y yo intenté contarles cómo había sido ese momento tan particular para la Argentina. Cuando les dije que en una semana habíamos tenido cinco presidentes distintos, me preguntaron de qué seriedad les estaba hablando. Y me dijeron que los que éramos pocos serios éramos nosotros.
-¿Cada cuánto viaja a Africa y cómo organiza su itinerario?
- Yo crecí leyendo relatos de héroes que viajaban por lugares que, al mencionarlos, me resultaban exóticos y misteriosos. Nombres extraños que me sonaban lejanos y llenos de aventura, como Zanzíbar, Kenia, Kilimanjaro, Tombuctú. Un día decidí dejar de leer sobre esos lugares. Y así como otros gastaban su dinero en cambiar su auto, yo empecé a destinar el mío a viajar. Así pude nadar con delfines en las playas de Zanzíbar, escalar el Kilimanjaro y el Kenia, y recorrer, a lomo de camello, la Ciudad Perdida del Sahara y la legendaria Tombuctú. En total, viajé a Africa en 14 oportunidades. A veces, por 15 días; otras, por un par de meses. En la última ocasión, la Nochebuena pasada, logré alcanzar la cima más alta del desierto del Sahara. Pero realmente me planteé el hecho de escribir un relato de aventuras recién en Tanzania, hace unos cinco años, en los campamentos nocturnos de la expedición al Kilimanjaro. En una oportunidad, después de compartir anécdotas de viajes y hablar de nuestros países, los guías africanos me dijeron que yo les parecía un buen contador de historias. En Africa, el ser bueno en el arte de narrar historias es un cumplido muy especial, un autentico honor. Así nació la idea de escribir sobre Africa.
-¿Es cierto que ha escalado montañas y cumbres africanas con referentes de tribus locales?
-Sí. He escalado el monte Kilimanjaro, el Kenia (los más altos de Africa), el Kinabalu en Malasia (el más alto del sudeste asiático) y el Toubkal (el más alto del Desierto del Sahara). Y el Monte Meru en Tanzania. Viajo siempre que dispongo de dinero, visitando todos los países africanos que puedo.
-Para un argentino, ¿le es muy dificultoso poder entender las complejidades que caracterizan al continente africano?
-Sí. Para cualquier persona lo es. Y es así porque Africa tiene ciertas particularidades, Africa es el último continente donde todavía se puede estar al atardecer sentado en un campamento, junto a un buen fuego, escuchando a los nativos contar historias de viajes y cacerías. Es donde todavía se puede escalar una montaña como el legendario Kilimanjaro, atravesando una selva con leopardos y hasta elefantes, y dos días después, pisar su cumbre nevada y abrazarse para festejar, con un par de guías africanos, gritándole al mundo entero la alegría de estar vivo. Es donde todavía el hombre debe, por ejemplo en Tanzania, estar tan pendiente, así como acá estamos pendiente del clima, de cuándo pasar la “gran migración”, un movimiento anual de animales en donde casi dos millones de cebras y antílopes se desplazan buscando nuevos pastos, arrasando todo a su paso. Africa es donde todavía uno puede, cada tanto, ver su cielo azul atravesando por un avión muy moderno, pero donde todos, en los campamentos, por las noches, se acercan sin disimulo hacia el fuego y destraban los seguros de sus rifles, cuando el aire cálido de la noche se estremece con el rugido de un león.
-¿Qué significa Mandela para usted? ¿Un revolucionario, un estadista, un líder carismático, un militante de la paz?
-Fue todo eso a la vez y mucho más. Fue el último héroe que tuvo el Siglo XX. Fue un gigante moral en un mundo, el de la política, en donde la moral y la honestidad es una fantasía.
-Si tuviera que oficiar de vendedor de libros, ¿qué le diría a un potencial lector?
-Básicamente, le diría que esta novela le servirá para pasar un momento de entretenimiento y también para sumergirse en la más clásica de las aventuras, esas que soñábamos que podíamos realizar cuando éramos más jóvenes y estábamos llenos de sueños. Le diría que se encontrará con una historia potente y salvaje ambientada en el más potente y salvaje de los continentes. Una historia sobre la esclavitud, sobre la amistad y sobre ese héroe increíble, capaz de cambiar la historia, Nelson Mandela.
Juan Ramón Seia